El coronavirus también cambiará nuestras ciudades… o al menos debería

Una multitud de personas cruzando un paso de cebra en Nueva York
Una multitud de personas cruzando un paso de cebra en Nueva York

En 1480, tras el devastador paso de varios brotes de peste en Milán, el gran Leonardo da Vinci se animó a realizar el diseño de una ciudad que pudiera reducir el daño de futuras epidemias. En un tiempo dónde aún no se conocían los virus o bacterias, en el que aún no se contaba con la medicina o las herramientas adecuadas y donde el oscurantismo y la ignorancia eran vectores que incrementaban las consecuencias, el genio de la Toscana se aventuró a diseñar una urbe optimizada y más higiénica, pensada para ofrecer las mejores prestaciones a sus habitantes. Desafortunadamente esa ciudad imaginada por da Vinci nunca se construyó, pero muchas de sus ideas sí perduraron y, durante los siguientes siglos, algunos de sus elementos se instauraron en infinidad de lugares. Avenidas más amplias para ganar espacio, airear mejor y conseguir más luz natural, una mayor importancia de los espacios públicos y jardines, más presencia de agua, mayor separación entre edificios… en definitiva, Leonardo incluyó la planificación racional a las caóticas ciudades medievales para adaptarlas a los nuevos retos de su época.

La historia está repleta de momentos así, momentos en donde determinadas necesidades (como pueden serlo ahora las imposiciones médicas y sanitarias) influyeron en nuestro comportamiento social y por tanto, en un cambio rápido de los lugares donde vivimos. A finales del siglo XIX, ante la expansión de la tuberculosis, se instalaron “escupideras” por las calles para evitar que los viandantes escupieran en el suelo y propagaran la enfermedad. Tras la Segunda Guerra Mundial, el arquitecto franco-suizo Le Corbusier influyó de manera notable con sus diseños de “casas más higiénicas", que incorporaron luz, aire y espacio.

Inevitablemente, nuestras ciudades son el reflejo de las circunstancias sociales, económicas y por supuesto sanitarias de nuestros tiempos… y el coronavirus traerá, o al menos debería traer, cambios importantes en los espacios que compartimos para vivir.

"Efecto Isla de Calor" Imagen Wikipedia CC BY-SA 3.0
"Efecto Isla de Calor" Imagen Wikipedia CC BY-SA 3.0

El gran desafío: evitar aglomeraciones en ciudades cada vez más pobladas

Una de los retos más complicados que nuestras ciudades deben enfrentar es la evidente contradicción de tener concentraciones en poblaciones cada vez más densamente pobladas, con la necesidad de evitar aglomeraciones y mantener distancias. En un informe de Naciones Unidas se señala que más de la mitad de la población mundial ya vive en grandes ciudades, y que este porcentaje aumentará en las próximas décadas. Se prevé que, para el año 2050, casi el 70% de los habitantes del mundo, vivan en zonas urbanas que cada vez serán mayores. El concepto de “megaciudades” con más de diez millones de residentes se multiplicará y, ciudades que hoy consideramos medianas, pronto alcanzarán las cifras de superpoblaciones como Tokio, Nueva Delhi o Bombai, especialmente en Asia.

El imparable crecimiento de los centros urbanos deberá tener muy en cuenta que, como desafortunadamente estamos comprobando en esta pandemia, las ciudades son el principal foco de infección. En los próximos años las autoridades responsables de la planificación urbanística deberán optimizar todo el terreno, las infraestructuras y las comunicaciones para evitar que las ciudades crezcan siendo un factor de polución, tanto en la calidad del aire como en la contaminación acústica. Se deberán proveer los suficientes espacios verdes para evitar el “efecto isla de calor” que aumenta en varios grados la temperatura de las ciudades.

Los dispositivos automáticos y sensores que eviten el contacto se multiplicarán
Los dispositivos automáticos y sensores que eviten el contacto se multiplicarán

Entornos menos táctiles

Estamos rodeados de botones, pulsadores, asideros, barras… Desde hace años disponemos de la tecnología necesaria para conseguir que nuestros entornos sociales y laborales necesiten menos contacto físico. Puertas automáticas que se abren con sensores (como ya existen en infinidad de supermercados o vagones de metro), dispositivos de compra sin contacto, ascensores activados por la voz, en definitiva, las aplicaciones que evitan tocar superficies comunes se multiplicarán a nuestro alrededor.

Transporte más limpio y menos propenso al contagio

Los virus no desplazan por sí mismos. Si consiguen expandirse de un lugar a otro es porque “viajan” con nosotros, somos su vehículo de transmisión y su medio de transporte favorito son los aviones, trenes, metros y en resumen, cualquiera que cuente con un buen número de personas, juntas y con poca separación. Los vehículos personales permiten un distanciamiento adecuado, pero ni el planeta ni muchos ciudadanos pueden permitirse el coste asociado con un aumento de automóviles.

La pandemia de Covid19 ha traído consigo un notable aumento de ciclistas. Incluso en el país que más adora los coches, como es Estados Unidos, el coronavirus ha incrementado sustancialmente el número de personas que se pasan a la bicicleta como medio preferido de transporte. Es una gran noticia en múltiples ámbitos: mejor para el medio ambiente, mejor para nuestra salud y más higiénico para posibles contagios… ahora necesitamos adecuar nuestras ciudades a esta saludable tendencia en alza. Limitar el tráfico de vehículos, aumentar los espacios para ciclistas, medidas que en muchos casos ya se están implementando en nuestras ciudades aumentarán si el número de usuarios sigue hacia arriba.

El teletrabajo ha aumentado durante la epidemia y, en muchos casos, su incremento traerá efectos positivos
El teletrabajo ha aumentado durante la epidemia y, en muchos casos, su incremento traerá efectos positivos

La curiosa relación entre teletrabajo y más espacios verdes

El distanciamiento social y el confinamiento por el coronavirus han dejado también una importante tendencia: el teletrabajo. Para el trabajador ahorra desplazamientos, evita contacto social y, en algunos casos, ayuda con la conciliación familiar; para el empresario reduce costes, alquileres de establecimientos y locales… el aumento de trabajadores que realizan sus labores desde casa ha llegado, primero como imposición durante la cuarentena, y se quedará en muchos casos por sus beneficios para ambas partes.

Este aumento del teletrabajo podría tener un efecto muy positivo en nuestras ciudades, y de hecho, puede ser un buen elemento a sumar en el futuro. Si los trabajadores no tienen que desplazarse hasta sus centros de trabajo, mayoritariamente en ciudades, podrán vivir más apartados de las grandes urbes, descongestionando así la aglomeración que ya vivimos. No tener que desplazarse al centro de las ciudades ni tener que estar físicamente en la sede laboral, podría permitir un respiro a nuestras urbes que, en las últimas décadas han crecido a lo alto para abrazar esa demanda de estar en el centro. Las poblaciones, con una planificación más racional, se podrían expandir a lo ancho dejando más espacio para incluir zonas verdes.

Son tan solo algunos elementos que han cambiado o se han incrementado con la llegada de esta “nueva normalidad”. Existen otros muchos factores que también influirán, pero parece claro que el impacto directo que el coronavirus ha dejado en nuestra sociedad, debería hacernos recapacitar para planificar y dirigir mejor nuestras ciudades, arquitecturas e infraestructuras en las próximas décadas.

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Referencias científicas y más información:

Margaret Crable “How the coronavirus pandemic could shape cities” University of Southern California

Wuyou Sui & Harry Prapavessis “COVID-19 has created more cyclists: How cities can keep them on their bikes” The Conversation