El amor se acaba cuando se amuebla la casa

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Por Angélica Ferrer

Formar un nuevo hogar con tu pareja parece una de las experiencias más románticas y agradables; piensas en el tiempo que pasaras con el amor de tu vida, en que podrás independizarte de tus padres y, por fin, sentar cabeza.

Sin embargo, en algunas ocasiones algo tan simple como la compra de muebles se convierte en un martirio para ambas personas, a grado tal de no hablarse durante días.

Las tiendas departamentales y mueblerías se convierten en el sitio “preferido” para discutir con tu esposo o novio. El problema puede ser tan grande que el transporte y el ensamble de los nuevos objetos de la casa pueden ser auténtica pesadilla.

Escuchar a los padres

Paola Almaraz tiene más de dos años viviendo con Ángel Uribe y tienen un bebé de año y medio llamado Ángel. Cuando decidieron compartir el mismo techo, el problema no fue elegir el departamento ni el tamaño de las recámaras sino escoger la cocina adecuada.

“Comenzamos a pelear desde que empezamos a ver los presupuestos para ver qué cocina podíamos comprar. Para Ángel, la cocina completa era sólo la parte de abajo, es decir, la estufa, la tarja y los muebles; me decía que para qué quería yo más”, cuenta en entrevista.

Pao deseaba una cocina completa, con suficientes alacenas para guardar platos, vasos y sartenes. Esto hizo que se duplicara el precio del mueble y que, hasta la fecha, no quepa en el lugar donde la colocaron.

“Otro problema fue el color. Yo quería negro y él, una color naranja para combinar los colores de una forma extraña. Yo le dije ‘es mi cocina’… y terminó siendo negra”, dice entre risas.

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Paola dice que, a pesar de que el enojo por la elección y compra del mueble era momentáneo, la opinión de los padres de ambos provocaba constantes fricciones.

“Sí afectaba lo que opinaba su papá, su mamá, mis papás, que si era mejor de un color o de una forma en especial. Yo obviamente les hacía caso a mis papás, pero con el tiempo, dijimos que lo íbamos a elegir nosotros, como nosotros quisiéramos”, explica.

Los problemas no terminaron al comprar la cocina. Aunque tienen una excelente relación, ahora discuten por la cantina, que en cada reunión familiar o fiesta, las cuales se organizan todos los fines de semana, queda vacía.

“Yo no estoy de acuerdo con que ocupe la mitad de la casa. Cuando le reclamo, él lo asemeja con la cocina, dice que esto es suyo y que ahí guarda sus botellas. ¿Yo para qué quiero un mueble que todos los fines de semana se vacía?”, dice.

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Imponer y negociar

Magaly Campos e Israel Téllez tienen más de nueve años viviendo juntos y, a pesar del tiempo, pelean cada vez que quieren comprar un nuevo objeto para la casa.

En los primeros años, Magaly compraba todos los muebles en Mercado Libre y, al ser en ese momento quien aportaba más al hogar, elegía las cosas que más le gustaban.

“Te peleas por todo y por nada. La primera discusión es para determinar si lo vas a ocupar o no, para qué lo quieres y definir si lo necesitas. Después es por el monto; ahí debes negociar, porque casi siempre lo más bonito es lo más caro. Ves si lo pagan entre los dos o cómo se ajustan al presupuesto. La otra es limitarnos al espacio, que quepa por la puerta, que no choque con el techo”, cuenta.

Magaly, quien es diseñadora gráfica, explica que la mayoría de las mujeres optan por los muebles con más colores o figuras llamativas; adquieren las cosas respecto a la estética y los hombres observan la función de las cosas, por lo que optan por muebles más sencillos.

Otro motivo por el que discutieron los primeros años fue por los muebles heredados por sus padres, ya que no contaban con los suficientes recursos para comprarlos.

“Los muebles que te regalan tus papás no son de si me gusta o no. El problema ahí no es por la compra si no por aceptarlos. Cuando creas tu casa, de cierto modo te conviertes en el ‘basurero’ de todos; casi nada combina pero los aceptas porque no tienes otro modo de obtenerlos”, detalla.

En este momento y, a pesar de discutir por un refrigerador, Magaly e Israel adquieren los objetos apegándose a las necesidades de Patricio, su hijo de dos meses.

“Los muebles tienen que cambiar con la vida. Ahora buscamos cosas seguras y acordes a Patito”, dice.

Hasta por la lámpara

Iván Rodríguez y Elena Martínez se casarán en tres meses. Aunque ambos están emocionados por la boda y el planear una nueva vida, la compra del sofá, la cama y hasta los cubiertos es un martirio.

“Cada uno tiene gustos diferentes. Por ejemplo, yo soy más tradicional y a la hora de comprar, recuerdo los muebles de la casa de mi mamá donde he vivido durante 28 años y digo ‘quiero ese mantel’ o ‘esa mesa’ con el mismo estilo. Eso le molesta mucho”, dice Elena.

Ella, quien es profesora en un jardín de niños, cuenta que en una de las mueblerías que visitaron para comprar la base de la cama y algunas cosas para el dormitorio, las cosas se salieron de control.

“A mí me gustan los focos blancos; iluminan más la casa, pero a Iván le encanta la iluminación baja, donde casi no puedes ver. Ese día buscó por toda la tienda lámparas que no iluminaran mucho; estuvimos más de dos horas eligiendo la que menos luz emitiera. Yo ya estaba enojada y cansada, así que le grité enfrente del chico que nos estaba atendiendo. Mi novio me miró molesto y devolvió la lámpara. No me habló durante dos días”, recuerda visiblemente avergonzada.

Otra pelea ocurrió con los sofás. Iván tiene un perro que está acostumbrado a dormir en los sillones y las camas, lo que no le parece a Elena.

“’Lucky es un perro muy bonito… pero cuando no está encima de los muebles. Cuando compramos la sala, yo quería que fuera blanca o azul claro, pero tuvimos que comprar una negra porque su mascota deja sus huellitas marcadas en las tapicerías. No combina con el comedor ni con la cocina, pero después de discutir por varios días, me rendí. Por más que le insisto que le enseñe a dormir en su tapete, no entienden ni él ni el perro”, dice.

Y tú, ¿alguna vez has discutido con tu parejapor los cubiertos, la cama o la lavadora?