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Los efectos nocivos de los gases lacrimógenos podrían intensificar la pandemia del coronavirus

Un grupo de manifestantes huye de los gases lacrimógenos en Ferguson, Misuri, el domingo 31 de mayo de 2020. (Whitney Curtis / The New York Times)
Un grupo de manifestantes huye de los gases lacrimógenos en Ferguson, Misuri, el domingo 31 de mayo de 2020. (Whitney Curtis / The New York Times)

SEATTLE — Las nubes ondulantes de los gases lacrimógenos que las autoridades están lanzando contra las multitudes que protestan en Estados Unidos podrían aumentar el riesgo de que el coronavirus se propague con las manifestaciones.

De acuerdo con los estudios sobre los riesgos de exposición, además del dolor inmediato que puede ocasionar ojos llorosos y ardor de garganta, los gases lacrimógenos pueden dañar los pulmones de las personas y hacerlos más susceptibles a contraer una enfermedad respiratoria. El gas también puede incitar a toser, lo que puede propagar aún más el virus de una persona infectada.

Sven-Eric Jordt, un investigador de la Universidad Duke que ha estudiado los efectos de los agentes del gas lacrimógeno, dijo que se sorprendió al ver la frecuencia con que las autoridades habían recurrido a ese método de control durante los últimos días.

“Estoy realmente preocupado porque esto podría catalizar una nueva ola de COVID-19”, dijo Jordt. El virus se ha relacionado con más de 106.000 muertes en Estados Unidos.

Las protestas organizadas después de la muerte de George Floyd en Minneapolis ya han causado preocupación entre los expertos en salud que han visto cómo miles de manifestantes se han reunido en ciudades de todo el país. Si bien algunos manifestantes usan máscaras y guantes, a menudo se reúnen en espacios cerrados en los que gritan y corean, una actividad riesgosa para un virus que se propaga por medio de las gotas respiratorias.

Pero la presencia de gases, que flotan en el aire y han sido ampliamente utilizados por las fuerzas policiales en las últimas noches, ha agregado un nuevo elemento incierto de riesgo a la situación.

En un estudio realizado por el Ejército estadounidense, los investigadores observaron los efectos de la exposición que miles de reclutas tuvieron al agente antidisturbios conocido como gas CS o gas lacrimógeno. La investigación fue realizada en el verano de 2012 y reveló que el personal de una cohorte de entrenamiento básico tenía un riesgo considerablemente alto de desarrollar una enfermedad respiratoria aguda en los días posteriores a la exposición al gas, en comparación con los días anteriores.

El riesgo incrementaba conforme más se expusieran las personas al gas, dijeron los investigadores.

Los pocos efectos iniciales del gas lacrimógeno, que incluyen ardor en los ojos y la garganta, generalmente duran de 15 a 30 minutos después de que una persona que ha estado expuesta se desplaza a una zona con aire más limpio. Pero muchas de las enfermedades detectadas en la investigación militar surgieron días después de la exposición. Los especialistas advirtieron que las enfermedades no fueron analizadas en el laboratorio y que podrían haber sido ocasionadas por daños en el tracto respiratorio en lugar de por una infección, o podrían haber sido provocadas por otros factores.

Un estudio realizado en Turquía que examinó los efectos a largo plazo del gas lacrimógeno descubrió que las personas que habían estado expuestas tenían un mayor riesgo de sufrir bronquitis crónica.

El gas lacrimógeno ha existido desde hace décadas y se utiliza en todo el mundo como una herramienta de control de disturbios, incluso se empleó durante las manifestaciones recientes en Hong Kong. Hay tratados que prohíben su uso durante la guerra.

Jordt dijo que le preocupa que las investigaciones sobre los efectos en reclutas militares, sanos y jóvenes tal vez no reflejen por completo los riesgos para las personas mayores o para quienes padecen afecciones subyacentes. Afirma que es necesario estudiar más a fondo el gas lacrimógeno en general, puesto que gran parte de la investigación ya tiene décadas de antigüedad y ha sido difícil conseguir fondos para analizar el tema.

Las manifestaciones que surgieron tras la muerte de Floyd se han centrado en el porcentaje desproporcionado de asesinatos policiales cuyas víctimas son estadounidenses negros, con protestas dirigidas por grupos como Black Lives Matter. Las personas de color también se han visto particularmente afectadas por la pandemia del coronavirus, con tasas más altas de hospitalizaciones y muertes que las personas blancas.

Desde hace mucho tiempo, los investigadores han detectado que fumar puede dañar las vías respiratorias superiores y aumentar el riesgo de infecciones pulmonares. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) han dicho que afecciones como el asma y la enfermedad pulmonar crónica pueden aumentar el riesgo de que alguien contraiga una enfermedad grave por coronavirus.

Los CDC han dicho que la exposición prolongada a los agentes químicos antidisturbios puede provocar efectos a largo plazo en los ojos y problemas respiratorios como el asma.

El uso de gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes ha sido objeto de críticas por parte de organizaciones como la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés).

Jamil Dakwar, director del Programa de Derechos Humanos de la ACLU, dijo que el gas lacrimógeno se había convertido en una táctica utilizada en exceso que en realidad puede aumentar la volatilidad de una situación. Dijo que armas de uso tan indiscriminado no deberían emplearse para dispersar personas o en protestas.

“Se ha convertido en un arma de primer recurso en lugar de ser el último recurso”, dijo Dakwar.

Agregó que le gustaría que hubiera legislación estatal y federal para restringir el uso de esas técnicas. Aunque la ACLU no aboga por una prohibición absoluta, Dakwar dijo que se debería dar prioridad a las técnicas de reducción de la escala de las manifestaciones.

Dakwar afirmó que el uso del gas es tan indiscriminado que también le preocupaban los efectos en la salud de los agentes de policía.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company