Educar para la paz: ¿enseñamos o aprendemos?
¿Pensar en la paz, reflexionar sobre ella, en el ámbito escolar? Parece casi imposible en nuestro mundo lleno de provocaciones y conflictos. Y, sin embargo, la cultura de la paz es algo sobre que debemos hablar y educar, de acuerdo con las Naciones Unidas, desde la etapa de educación obligatoria.
Existen diferentes perspectivas para entender la paz, que abarcan desde aspectos personales hasta cuestiones geopolíticas como la guerra y los conflictos armados entre naciones. Pero la cultura de la paz en el terreno educativo se refiere a la aplicación de derechos, libertades y conciencia solidaria internacional. Depende de docentes, directivos y supervisores promover la honestidad, los valores y la mejora continua del proceso de enseñanza-aprendizaje.
¿Qué significa y cómo podemos inculcar este respeto a los derechos y esa “cultura de paz” desde los centros educativos?
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La cultura de la paz en la universidad
En 2019, hubo un cambio significativo con la reforma del artículo tercero de la Constitución Política de México. Esta reforma refuerza el derecho a una educación obligatoria, universal, inclusiva, pública, gratuita y laica, basada en derechos humanos e igualdad sustantiva.
Sin embargo, tras analizar los instrumentos para fortalecer la cultura de paz en las universidades mexicanas, hemos comprobado que solo algunas cumplen con la legislación. Aunque hay programas para toda la comunidad universitaria, los docentes no han recibido una capacitación específica.
A continuación, proponemos seis pasos para implantar la cultura de la paz en centros educativos de las diferentes etapas:
Desarrollo de competencias específicas y habilidades emocionales, cognitivas y sociales. Por ejemplo, capacitar a estudiantes y docentes en la resolución de conflictos mediante talleres donde practiquen técnicas de negociación, escucha activa y mediación puede ayudarles a manejar desacuerdos en el aula y fuera de ella.
Integración de la empatía y tolerancia en las actividades. Un método efectivo sería a través de proyectos donde estudiantes trabajen con comunidades diversas (en edad, cultura o situación socioeconómica) para entender sus realidades. Esto no solo fomenta el respeto, sino que amplía su perspectiva sobre los derechos humanos. Por ejemplo, una actividad de servicio comunitario en zonas vulnerables podría sensibilizar a los estudiantes sobre la desigualdad y motivarlos a actuar con empatía.
Capacitación en derechos humanos y ciudadanía global: Cursos o módulos dedicados a la educación en derechos humanos podrían incluir debates y análisis de casos sobre temas de justicia y equidad.
Fomento del pensamiento crítico y reflexión activa: Las clases podrían incluir debates y foros sobre conflictos actuales o históricos, analizando causas y proponiendo soluciones basadas en la paz y la cooperación.
Creación de espacios para el diálogo y la participación democrática: Es crucial generar espacios donde todos se sientan escuchados y puedan expresar sus ideas. En este sentido, los círculos de diálogo son efectivos para mejorar la comunicación y el respeto mutuo.
Evaluación continua y retroalimentación: Es importante medir el impacto de estas capacitaciones. Se podrían implementar evaluaciones periódicas que permitan identificar áreas de mejora y ajustar el enfoque según las necesidades de los participantes. Por ejemplo, encuestas anónimas después de cada módulo de formación o actividad podrían ayudar a adaptar el contenido a la experiencia y el contexto de los estudiantes y docentes.
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Un esfuerzo colectivo
Promover una cultura de paz es un esfuerzo colectivo que requiere la participación de todos los miembros de la comunidad educativa, desde los estudiantes hasta los docentes y administrativos: si bien es cierto que hay especialistas, asignaturas y espacios promotores, el objetivo final es que no solo se vea en lugares, asignaturas o personas determinadas, sino que esté presente en una docencia igualitaria y respetuosa.
Además de beneficiar a los individuos, la educación para la paz fortalece el tejido social y promueve un futuro más equitativo y armonioso, aunque nos obligue a “desaprender” algunas cosas que aprendimos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Jessica Alejandra Gutiérrez Enríquez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.