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Cuál es la edad oportuna para enviar a mi hijo a la escuela

A group of preschool students are indoors in their classroom. They  are sitting with their teacher and playing with building blocks.
La edad para enviar a los niños a las escuelas se adelantó en comparación con otras décadas. (Foto: getty Images)

En relación a la frecuentísima pregunta que me hacen padres y madres sobre el momento oportuno para ingresar a sus hijos pequeños por primera vez al jardín, al preescolar o la guardería, deberíamos matizar si ese momento oportuno se refiere al niño o se refiere a los intereses o necesidades organizativas de los padres, centrados en los objetivos de productividad de nuestras sociedades.

Guarderías, preescolares, jardines infantiles son creaciones relativamente recientes que surgen a partir de un cambio social en el que la mujer sale a trabajar a la calle y se establecen instituciones para hacerse cargo del cuidado de niños pequeños.

La escolarización obligatoria en la mayoría de los países inicia en torno a los siete años cuando los niños, por sus características madurativas, han adquirido hitos de desarrollo cognitivo y emocional que les permiten distanciarse por más tiempo de sus familias e integrar objetivos académicos como la lectoescritura, sumar, restar, entre otros.

La edad de inicio de la escolarización de los niños se adelantó dramáticamente las últimas décadas debido a la falta de inversión de tiempo, esfuerzo, permanencia disponibles para la crianza por parte de los padres y no para beneficio real del desarrollo de los niños y niñas. Nuestras sociedades modernas han aniquilado el tiempo dedicado al cuidado.

Las estadísticas revelan que durante la edad productiva del ser humano promedio, se dedica el 70% del día a trabajar y a dormir, y solamente el 5% del tiempo se dedica a cuidar a los hijos o los familiares que lo necesitan. John Bowlby, psiquiatra infantil y padre de la teoría del apego ya alertaba el siglo pasado que la energía que el hombre y la mujer dedican a la producción de bienes materiales aparece cuantificada en todos nuestros índices económicos. Pero la energía que el hombre y la mujer dedican a la producción en sus propios hogares, de niños felices, sanos y seguros de sí mismos, no cuenta para nada en ninguna estadística, y cerraba esta reflexión diciendo, “hemos creado un mundo trastornado”.

Si nos basamos en el diseño biológico humano, las necesidades propias de los niños pequeños determinan que con quienes mejor pueden estar es con sus familias. Es decir, en un ambiente de cuidado favorable al lado de figuras de confianza que los sepan interpretar adecuadamente, que respondan sensiblemente a sus necesidades y los acompañen a regularse durante muchas horas cada día sostenidamente, generándoles predictibilidad y confianza, tranquilidad para desarrollarse bien.

Adultos de referencia que incluso les acompañen a ver a otros niños en entornos naturales de convivencia como la plaza, el parque, en la naturaleza, en la visita en la casa de la vecina o en la visita de la propia casa, y no encerrados en instituciones rígidas y sobre-reguladas, con cuidadores que cambian periódicamente y que además tienen que atender a muchos niños y niñas a la vez con pocas o ninguna posibilidad de ofrecer atención exclusiva.

El problema es que no hay adultos disponibles para permanecer con los niños en el entorno familiar con los vínculos bajo las condiciones más favorable para su desarrollo, porque todos estamos trabajando o haciendo cosas que nos mantienen distantes de nuestros pequeños la mayor parte del día. Sin embargo, terminamos dando una vuelta a los criterios de escolarización infantil de tal manera que todo se malentendió y ahora se cree que hay que llevar a los niños al preescolar o la guardería para que socialicen o para que aprendan cosas que en realidad aún no están en edad de aprender.

Se cree que con aprender números, lectoescritura, pintar pájaros y conejos (con los colores correctos y sin salirse de los bordes) en lugar de salir a la naturaleza y conocerlos, tocarlos, asombrarse, conocerlos, con el argumento de que si no lo hacen desde los dos o tres años van a atrasarse.

La verdad es que por empujarlos estamos generándoles estrés y entorpeciendo el despliegue de su curiosidad innata, el deseo de aprender y la capacidad de integrar esos aprendizajes de manera sana y oportuna. Es absurdo por ejemplo que a los niños, sobre todo de preescolar, les manden tareas, imponiéndole actividades no solo innecesarias sino que además desfavorecen las condiciones para un desarrollo saludable restándoles tiempo a las actividades importantes como el descanso, la exploración o el juego libre, creativo, auto-regulado, no dirigido, el disfrute del vínculo con su familia, etc. La verdad se sabe muy poco sobre los procesos emocionales, cognitivos y las necesidades reales de los niños. Esto incluye a educadores y especialistas en general.

El mito de la socialización temprana

Lo de mandarlos al centro escolar para aprender a socializar es otro mito. Hasta los cuatro años aproximadamente un niño no ha madurado biológica ni cognitivamente para socializar, entendiendo la socialización como jugar con otros niños durante largos períodos sin la necesidad de cuidados e intermediación constante de un adulto de confianza. Un niño pequeño conecta con el mundo a través de sus padres o figura de apego primaria y después de los cuatro años cuando ya desarrollan la necesidad biológica de socializar lo hacen directamente también con otros niños, pero en general no son precisamente los preescolares los lugares más amables para satisfacer sus requerimientos de socialización.

Las escuelas mayoritariamente están concebidas arquitectónicamente así como normativamente de una manera bastante cerrada, rígida y autoritaria con lo cual constituyen focos de agresividad y de violencia entre pares. De manera que el ambiente de socialización que encuentran los niños en el sistema escolar en general es poco saludable.

Por todo lo que he explicado antes, si partimos de un criterio que favorezca el desarrollo de la salud mental de los niños en la primera infancia, la escolarización antes de los siete años debería considerarse prematura.

Ahora bien, desde la realidad de muchas familias, entendiendo que hay situaciones en las que no logran ver o encontrar alternativas distintas a la escolarización prematura y deciden llevar a los niños a la escuela antes de los siete años, hay algunos criterios mínimos a tomar en cuenta para que esta experiencia sea lo menos desfavorable posible para su bienestar.

Si podemos esperar como mínimo hasta los cuatro años para llevar al niño del jardín, tanto mejor ¿por qué? porque a esas edades (algunos antes y otros después) habrán alcanzado hitos de madurez que van a facilitarle la experiencia. Es fundamental que nos informemos, exijamos y cuidemos que se establezca un proceso de integración escolar real, cabal y adecuado a las necesidades del niño de manera que el transito de la casa a la escuela no suponga estrés tóxico, angustia o una experiencia de ruptura traumática para las criaturas. Los criterios mínimos para una integración escolar adecuada es materia para desarrollar con la extensión que requiere en otro artículo.

Otra cosa importante es no crearle expectativas falsas al niño. A menudo con la mejor intención de entusiasmar a los pequeños, los padres tratamos de venderle la experiencia escolar como algo maravilloso: la escuela es un lugar divertido, vas a poder hacer muchas cosas que te gustarán, habrá muchos niños para jugar, etc. Pero luego el niño se encuentra con un panorama completamente distinto cuando le toca vivir la experiencia real y registrarla desde su lógica infantil.

Con nuestro afán de hacer que el niño se entusiasme con la experiencia de escolarización, anticipamos escenarios maravillosos, un lugar feliz, pero como dije, resulta que, salvo excepciones, la experiencia en general que vive el niño cuando llega a la escuela es otra: siente miedo porque se trata de un lugar extraño, no sabe cuando va a volver a ver a su mamá o papá, sufre de angustia de separación, no ha tenido el tiempo ni la interacción necesarios para establecer un vínculo de confianza con la profesora por tanto no cuenta con una figura sustituta a la que pueda recurrir para estabilizarse.

En resumen vive una experiencia atemorizante y dolorosa que lo marca para siempre. Por eso insisto mucho en el período de adaptación escolar respetado.

¿Qué hacer, entonces?

Sí que es favorable anticipar al niño lo que se puede encontrar en la experiencia de escolarización pero a través de relatos descriptivos, como por ejemplo: En la escuela o en el jardín te vas a encontrar con niños y niñas de tu edad. Va a haber una maestra que los va a cuidar. Habrá un momento de recreo donde van a ir a un parque a jugar… Responde a sus preguntas con la verdad, evita los juicios de valor o las proyecciones de tus propios deseos como, te vas a divertir, el lugar es maravilloso, tendrás muchos amiguitos y lo pasarás muy bien.

Debemos cuidarnos de interpretar correctamente y validar la vivencia subjetiva del niño durante el proceso de escolarización, permitirle que la exprese al margen de que sea agradable o desagradable (miedo, frustración, rabia, angustia), acompañar y sostener la expresión de sus emociones todo el tiempo que el niño necesite.

Seamos amables y compasivos, intentemos ponernos en el lugar de nuestro hijo, comprendamos su lógica emocional y démosle la razón, pongámonos de su parte.

Hablemos con la verdad. Expliquemos con honestidad por qué hemos decidido enviarlo, aún cuando sabemos que él o ella no lo está pasando bien con la experiencia, y hagamos todo lo que esté en nuestras manos para aliviar su malestar.

Se puede con mucha presencia, amor, paciencia, bajando la presión, permitiéndonos y permitiéndoles la flexibilidad necesaria para que encuentren en el entorno familiar la seguridad y el equilibrio que tanto necesitan.

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Berna Iskandar

@conocemimundo