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Drama humanitario en ciernes: éxodo de cientos de miles de afganos que huyen del avance de los talibanes

Jan Bibi, izquierda, 40 años, perdió a su esposo, que era miliciano, durante los enfrentamientos en Malestan. Ahora reside en la casa del Sr. Mohammadi en Kabul.
Jim Huylebroek for The New York Times

Haji Sakhi decidió huir de Afganistán la noche que vio cómo dos talibanes arrastraban a una mujer fuera de su casa y la azotaban en la vereda. Aterrado por sus tres hijas, a la mañana siguiente Haji metió a su familia en el auto y pisó el acelerador por la polvorienta ruta hacia Paquistán.

Eso fue hace más de 20 años. Casi una década después. Tras la invasión liderada por Estados Unidos para derrotar al movimiento talibán, Haji volvió con su familia a Kabul. Pero ahora que las fuerzas norteamericanas se retiran y los talibanes van recuperando terreno en varias regiones de Afganistán, Haji teme que vuela a instalarse el tipo de violencia que vivió en aquella época. El hombre ya tiene 68 años, y esta vez su familia no piensa esperar a último momento para escapar.

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Dejar atrás todo lo que tengo no me preocupa, ni me da miedo empezar de nuevo de cero”, dice Haji, que ya inició los trámites de la visa de Turquía para él, su esposa, sus tres hijas y su hijo varón. “A lo único que le tengo miedo en la vida es al talibán.”

El éxodo es masivo y en todo Afganistán, ante el avance de la brutal campaña militar de los talibanes, que según algunas evaluaciones ya ha capturado más de la mitad de los 400 distritos del país. Y con ellos vuelve el pavor a la instalación de un gobierno extremista o al estallido de una cruenta guerra civil entre milicias étnicas.

Haji Sakhi en su casa de Kabul.
Jim Huylebroek for The New York Times


Haji Sakhi en su casa de Kabul. (Jim Huylebroek for The New York Times/)

En lo que va del año ya hubo unos 330.000 afganos desplazados, y más de la mitad de ellos huyeron de sus hogares desde que Estados Unidos empezó con el retiro de sus tropas, en mayo, según Naciones Unidas.

Muchos ahora inundan campamentos improvisados a lo largo de las rutas o se hacinan en la casa de algún pariente en las ciudades, que en algunas provincias son los últimos bastiones que quedan bajo el control del gobierno central. Miles de otros, ya decididos a abandonar definitivamente el país, tratan de tramitar el pasaporte y alguna visa. Y también están los más desesperados, que se suben a los camiones de los contrabandistas para que los ayuden a cruzar ilegalmente la frontera.

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En las últimas semanas, la cantidad de afganos que cruzó ilegalmente la frontera creció entre un 30% y un 40% en comparación con los meses anteriores a mayo, cuando comenzó el retiro de las tropas internacionales, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Actualmente, al menos 30.000 personas huyen de Afganistán cada semana.

Los organismos de ayuda internacional advierten que este éxodo repentino es la primera señal de una crisis de refugiados en ciernes, y los países vecinos y también Europa ven con alarma que la escalada de violencia talibán que arrancó con el retiro de tropas ya empieza a filtrarse a través de las fronteras.

Un comando afgano en una posición de primera línea en una casa civil en Kunduz en julio.
Jim Huylebroek for The New York Times


Un comando afgano en una posición de primera línea en una casa civil en Kunduz en julio. (Jim Huylebroek for The New York Times/)

Afganistán está ante una nueva crisis humanitaria”, dijo en julio Babar Baloch, vocero del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. “Mientras Afganistán no logre un acuerdo de paz que ponga freno a la violencia, habrá más desplazados.”

La masividad del éxodo trae recuerdos de otros momentos de profunda agitación social. En los años que siguieron a la invasión soviética de 1979, millones de afganos huyeron de su país. Una década después, varios millones más huyeron de la guerra civil que dejaron los soviéticos tras su retirada. El éxodo siguió 1996, cuando los talibanes llegaron al poder.

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Los afganos actualmente representan a uno de los grupos más grandes de refugiados y asilados del mundo —unos 3 millones de personas— y son el segundo grupo más numeroso de solicitantes de asilo en Europa, después de los sirios.

Ahora, Afganistán está frente al precipicio de un nuevo capitulo sangriento, pero el nuevo flujo de afganos llega en tiempos de endurecimiento hacia los migrantes en la mayor parte del mundo.

Un mural de advertencia contra la migración sirvió de telón de fondo para las personas que hacían cola frente a la oficina de pasaportes en Kabul.
Jim Huylebroek for The New York Times


Un mural de advertencia contra la migración sirvió de telón de fondo para las personas que hacían cola frente a la oficina de pasaportes en Kabul. (Jim Huylebroek for The New York Times/)

A partir de 2016, tras forjar un acuerdo de repatriación para frenar la migración desde países en guerra, Europa ha deportado a decenas de miles de migrantes afganos. Cientos de miles más están siendo forzados a retroceder por las autoridades de Turquía y las vecinas Irán y Paquistán, que en conjunto albergan al 90% del total de afganos desplazados en el mundo, y que en los últimos años han recibido números récords de migrantes afganos.

Las restricciones por coronavirus también complicaron tanto la migración legal como la ilegal, ya que muchos países cerraron sus fronteras y redujeron los programas de refugiados, obligando a miles de migrantes a viajar a Europa por rutas más peligrosas.

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En Estados Unidos, las demoras en el programa de visas especiales de inmigración —a la que tienen derecho los afganos que se ven amenazados por haber trabajado para las fuerzas norteamericanas—, ha dejado a unos 20.000 afganos y sus familias atrapados en un limbo burocrático en Afganistán. Ante el retiro de tropas y apoyo aéreo en medio de la insurgencia talibán, el gobierno de Biden ha sido fuertemente presionado para que proteja a sus aliados internos en Afganistán.

Pero ante el recrudecimiento de los combates entre los talibanes y las fuerzas del gobierno y un número récord de víctimas civiles, muchos afganos han decidido irse igual, sin esperar protección norteamericana.

“Necesito conseguir un pasaporte y largarme de este país”, dijo Abdullah, de 41 años.
Jim Huylebroek for The New York Times


“Necesito conseguir un pasaporte y largarme de este país”, dijo Abdullah, de 41 años. (Jim Huylebroek for The New York Times/)

En la oficina de pasaportes de Kabul, la fila de espera arranca antes del amanecer y en pocas horas serpentea alrededor de la cuadra, frente a un mural con imágenes de migrantes y una advertencia ominosa: “No pongas en peligro tu vida y la de tu familia. Migrar no es la solución.”

El cartel no parece disuadir a nadie.

Más hacia el oeste del país, en la provincia de Nimruz, decenas de miles de afganos se congrega masivamente en la localidad de Zaranj, que funciona como foco de migración ilegal desde donde parten diariamente los camiones de los contrabandistas hacia el sur, por el territorio fronterizo con Irán.

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En marzo, unos 200 vehículos salieron diariamente desde Zaranj hacia la frontera iraní, un aumento del 300% respecto de 2019, según David Mansfield, investigador de migración y consultor del Instituto Británico de Desarrollo de Ultramar. Para principios de julio, ya eran 450 los vehículos que se dirigían cada día a la frontera.

Quienes pueden permitírselo pagan miles de dólares para viajar a Turquía, y luego a Europa. Pero hay muchos que llegan a un acuerdo de “pago por tramo” con los contrabandistas, y se comprometen a trabajar ilegalmente en Irán hasta poder pagar el siguiente tramo del viaje.

Mohammad Nabi Mohammadi pidió prestados 1.000 dólares para llevar a 36 familiares a Kabul después de que los talibanes atacaran su aldea en el distrito de Malistán.
Jim Huylebroek for The New York Times


Mohammad Nabi Mohammadi pidió prestados 1.000 dólares para llevar a 36 familiares a Kabul después de que los talibanes atacaran su aldea en el distrito de Malistán. (Jim Huylebroek for The New York Times/)

En la República de Tayikistán, los funcionarios anunciaron recientemente que el país estaba preparado para albergar a alrededor de 100.000 refugiados afganos, después de la llegada de 1.600 afganos durante el mes de julio.

Pero otros países vecinos han expresado menos predisposición para albergar a la oleada de afganos. Muy por el contrario, optaron por reforzar su seguridad fronteriza y advertir que sus economías no pueden lidiar con una nueva ola de refugiados. Los líderes de Europa Central también han pedido que se refuerce la seguridad fronteriza, por temor a que el éxodo actual se convierta en una crisis similar a la de 2015, cuando ingresaron a Europa casi 1 millón de migrantes, en su mayoría de origen sirio.

Pero este año ya casi la mitad de la población de Afganistán necesitó ayuda humanitaria: el doble de personas que el año pasado y seis veces más que hace cuatro años, según las Naciones Unidas.

Traducción de Jaime Arrambide