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Donald Trump se mete de lleno en el violento laberinto de Afganistán

La Guerra en Afganistán ha sido larga y costosa para Estados Unidos. Tras cerca de 16 años de conflicto, decenas de miles de millones de dólares gastados y, sobre todo, cerca de 20.000 bajas militares (entre ellas unos 2.300 muertos), la situación en ese país de Asia es extremadamente explosiva y sin una solución en el corto plazo que garantice a la par, a ojos de los intereses estadounidenses, estabilidad política en ese país y desarticulación de los grupos extremistas y terroristas que operan en él.

Y para los afganos, un pueblo recio que ha enfrentado y resistido conflictos armados por siglos, la situación es áspera y dolorosa por la destrucción y la violencia que enfrentan cada día.

El president Donald Trump anunció en Virginia su estrategia para Afganistán, que incluye elevar la presencia militar de EEUU en ese país. (AP Photo)
El president Donald Trump anunció en Virginia su estrategia para Afganistán, que incluye elevar la presencia militar de EEUU en ese país. (AP Photo)

Estados Unidos entró en guerra en Afganistán en 2001 para perseguir a las fuerzas de Al Qaeda, autoras de los atentados terroristas del 11 de septiembre, que tenían su base en ese país con el apoyo del régimen teocrático del Talibán. Las fuerzas estadounidenses y de la OTAN lograron importantes avances, pero no fueron capaces de someter completamente la región (como no pudo lograrlo, en la década de 1980) la Unión Soviética. Y aunque apoyaron la conformación de un gobierno civil y de fuerzas de seguridad afganas, tanto los talibanes como los grupos terroristas se han mantenido allí, con fuerza importante y por momentos al alza.

Eso llevó a que en su momento de máxima presencia Estados Unidos tuviera en Afganistán una fuerza de cerca de 100.000 militares (y miles de ‘contratistas’, fuerzas de seguridad privada) a principios del gobierno de Barack Obama, quien avaló en su momento un incremento sustantivo de la presencia militar estadounidense antes de decidir su retiro paulatino.

Así, en la actualidad las fuerzas estadounidenses en la región suman 8.400 militares, dedicadas tanto a labores de entrenamiento y asesoría como a acción de campo en apoyo de las fuerzas afganas que luchan contra los insurgentes y terroristas. Y el Departamento de Defensa ha sido autorizado desde hace unos meses para enviar cerca de 4.000 soldados más, que podrían ser dedicados a acciones de combate y contrainsurgencia.

Pese a todo lo hecho de 2001 a la fecha, la guerra en Afganistán luce lejos de terminar, si por ello se entiende a la desarticulación por completo de las fuerzas talibanes, de otros insurgentes y de los grupos terroristas que allí han hallado refugio y base de operaciones. Y es dudoso que lo que no lograron 100.000 soldados estadounidenses, apoyados por muchos miles más de otros países y numerosos contingentes de seguridad privada y ‘contratistas’, lo vaya a lograr Trump ahora con un nuevo aumento de la presencia estadounidense que no llegará siquiera a los niveles que tenía al final del gobierno de George W. Bush y al principio del de Obama.

Por ello, el escenario de una “victoria” estadounidense en Afganistán es elusivo, y muchos lo ven como una fantasía. En contraste, si Estados Unidos abandona por completo ese país (lo que presumiblemente harían también los otros países de la OTAN con presencia militar allí), el riesgo de que el gobierno afgano se colapse y se dé un retorno de los extremistas al poder es una posibilidad ominosa y punzante. Implicaría que todo lo logrado entre 2001 y la actualidad, con toda su polémica y sus abusos, se iría a la basura y que los terroristas se harían de un amplio territorio de operación.

Aunque llegaron a ser más de 100,000, los soldados estadounidenses desplegados en Irak son actualmente unos 8,400, con cerca de 4,000 adicionales que podrían ser enviados pronto por el gobierno de Trump. (AP)
Aunque llegaron a ser más de 100,000, los soldados estadounidenses desplegados en Irak son actualmente unos 8,400, con cerca de 4,000 adicionales que podrían ser enviados pronto por el gobierno de Trump. (AP)

Así, algunos se inclinan a una especie de picante equilibrio que mantenga contenidas y restringidas a las fuerzas talibanes, de Al Qaeda y a las afiliadas al Estado Islámico que existen en Afganistán, pero que no lograría acabar con ellas por completo. Eso en espera de que en el futuro un fortalecimiento sustantivo del ejército y las policías afganas con apoyo internacional les permitieran hacerse cargo por completo de esa situación (lo que para muchos es dudoso e incluso improbable).

En buena medida, eso es lo que el senador John McCain propuso para evitar un mayor deterioro de la situación en Afganistán, ante la dubitativa actitud que el gobierno de Donald Trump había mantenido hasta ahora. Y el Pentágono estaba listo desde mediados de año para enviar más soldados a Afganistán, pero se afirma que el secretario de Defensa Jim Mattis optó por esperar hasta que se estableciera una estrategia formal en la Casa Blanca al respecto.

Desde meses atrás se manejaron opciones como incrementar la presencia de fuerzas estadounidenses en roles de combate en conjunto con el ejército afgano, aumentar la cantidad de aviones estadounidenses en misiones de ataque y hasta poner en pie un ejército de contratistas, es decir de mercenarios, en acciones de ataque en lugar de asignar tales actividades a militares estadounidenses (una opción, se dice, que era impulsada por el ahora exasesor presidencial Steve Bannon pero que era rechazada por Mattis y otros altos mandos).

El anuncio de la nueva estrategia en Afganistán hecho este lunes, así, no es realmente nuevo, pero es destacado por ser, finalmente, la presentación formal del plan de Trump sobre Afganistán, con todo el peso político, moral y electoral que eso implica y porque, aunque limitada, llevará a una expansión (y no una actitud aislacionista) del papel de Estados Unidos en los conflictos internacionales.

Trump no se comprometió a dar cantidades de soldados adicionales (todo indica que se añadirán los 4.000 que ya se preveían), reiteró su noción de que Estados Unidos no se implicará en una “construcción nacional” (es decir, a comprometerse a fondo en la creación y sostén de un régimen y un marco legal de referencia, como sucedió la década pasada en Irak y Afganistán) y dijo que el apoyo estadounidense no será un “cheque en blanco”, pero en realidad el plan actual no sería sino la continuación, con una envoltura retórica adicional, del esquema que ya se había previsto y llevado a cabo con anticipación.

Un plan de alcance más bien limitado.

Un soldado del ejército nacional de Afganistán. Las fuerzas estadounidenses entrenan y colaboran en misiones con sus contrapartes afganas, y el plan de Trump implica un incremento en ello. (AP)
Un soldado del ejército nacional de Afganistán. Las fuerzas estadounidenses entrenan y colaboran en misiones con sus contrapartes afganas, y el plan de Trump implica un incremento en ello. (AP)

La posición actual de Trump, además, está en contraste con sus posiciones del pasado, cuando criticó severamente al gobierno de Obama e insistía en una retirada pronta y amplia de los soldados estadounidenses en Afganistán. Ahora, como en otros temas, Trump se ha topado con la realidad cruda. El propio Trump reconoció que su primer impulso era hacia el retiro y no el envío de nuevas tropas a Afganistán. Aceptó que en la situación actual tuvo que optar por la presencia militar no sin antes criticar, como hizo en el caso de Irak, la decisión anterior de Obama de retirar los soldados estadounidenses.

No mencionar explícitamente el número de tropas ni un calendario específico, en cambio, le daría cierto margen de maniobra a Trump para evitar compromisos que luego le resulten comprometedores. Sería una rendija para salir, así sea discursivamente, en caso de complicaciones.

Es curioso, además, que el plan de Trump tenga un ángulo disuasivo, que en el fondo reconoce que la victoria militar total no es viable: sugiere que el incremento de la presencia militar estadounidense en apoyo de un mayor desarrollo de las fuerzas afganas convenza al Talibán de que no puede ganar la guerra, y opte por alguna suerte de negociación. En cambio, el énfasis de Trump en que su propósito es eliminar a los terroristas, deja entrever que la actividad estadounidense se concentrará en buena medida en atacar las bases de Al Qaeda y los afiliados del Estado Islámico en Afganistán.

Y eso incluye el dilema de Pakistán, país vecino Afganistán que es en el papel un aliado de Estados Unidos pero que ha mostrado tolerancia (que muchos críticos consideran complicidad) con grupos extremistas que tienen bases en el área fronteriza común. El propio Osma Bin Laden se refugiaba en Pakistán y allí fue abatido por un comando estadounidense en un ataque del que, se afirma, el gobierno paquistaní no supo sino hasta que ya era un hecho consumado. Trump ha sido enfático en que presionará a Pakistán para que actúe decididamente contra los grupos terroristas, pero no hay claridad sobre cuál será el alcance de esa presión ni si se tiene un plan concreto en el caso de que tal colaboración no se consolide. Y lo menos que Estados Unidos desearía es abrir otro boquete de confrontación.

Por ello, si bien la estrategia de Trump podría apuntalar la situación actual para prevenir un fortalecimiento y avance aún mayor de talibanes y afiliados de Al Qaeda y el Estado Islámico, hará falta mucho más para conseguir la plena estabilidad del estado afgano y, desde la perspectiva de Washington, erradicar amenazas terroristas. Por más que el presidente lo diga, la “victoria” allí es aún un fantasma.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro