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La desigualdad económica, las complicaciones legales y el suministro de vacunas entorpecen los intentos por vacunar a todo el mundo

El presidente Joe Biden con la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer (a la izquierda) en un recorrido por la planta de fabricación de Pfizer, en Kalamazoo, Míchigan, el 19 de febrero de 2021. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente Joe Biden con la gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer (a la izquierda) en un recorrido por la planta de fabricación de Pfizer, en Kalamazoo, Míchigan, el 19 de febrero de 2021. (Doug Mills/The New York Times)

Gracias al suministro de vacunas, las empresas farmacéuticas, respaldadas por gigantescas inversiones gubernamentales, le han proporcionado a la humanidad una vacuna milagrosa que tiene como objetivo superar la peor pandemia en cien años.

No obstante, los países ricos han acaparado una proporción abrumadora de este beneficio. Solo el 0,3 por ciento de las dosis de las vacunas administradas a nivel global han llegado a 29 países pobres, donde habita aproximadamente el 9 por ciento de la población mundial.

Los fabricantes de vacunas sostienen que ya hay una solución disponible, puesto que están ampliando mucho las líneas de producción y firmando contratos con sus contrapartes de todo el mundo con el fin de producir miles de millones de dosis más. De acuerdo con un funcionario estadounidense informado sobre el suministro global de vacunas, ahora, cada mes se están produciendo de 400 a 500 millones de dosis de las vacunas de Moderna, Pfizer y Johnson & Johnson.

Sin embargo, el mundo está muy lejos de contar con suficientes vacunas. Los investigadores de la Universidad Duke calculan que se requieren cerca de 11.000 millones de vacunas para inmunizar al 70 por ciento de la población mundial, el umbral aproximado que se necesita para lograr la inmunidad comunitaria. Pero hasta ahora, solo se ha producido una pequeña parte de esa cantidad. Pese a que no es fácil medir la producción global, la empresa de estadísticas Airfinity calcula que, hasta el momento, el total es de 1700 millones de dosis.

El problema es que sigue habiendo escasez de muchas materias primas y de equipos indispensables. Además, es posible que la necesidad de las vacunas a nivel global sea mucho mayor de lo que se calcula en la actualidad debido a que el coronavirus es un blanco móvil: si surgen variantes nuevas y peligrosas (para las que se requieran inyecciones de refuerzo y vacunas reformuladas), la demanda podría aumentar de manera drástica, lo cual incrementaría la urgencia de que todos los países aseguraran el abastecimiento para su propia población.

La única manera de evitar la competencia de suma cero por las vacunas es aumentar de manera muy considerable el suministro global de las vacunas. Casi todos están de acuerdo en ese punto, pero ¿cuál es la manera más rápida de que suceda? Con respecto a esa pregunta, sigue habiendo divisiones muy marcadas, cosa que debilita los trabajos colectivos para terminar con la pandemia.

Algunos especialistas en salud sostienen que la única manera de evitar una catástrofe es obligar a las grandes farmacéuticas a que compartan sus secretos y a que incorporen a muchos más fabricantes para producir las vacunas. En vez del acuerdo existente (en el que las empresas farmacéuticas forman sociedades en sus propios términos al mismo tiempo que fijan los precios de sus vacunas), los líderes del mundo podrían obligar a la industria a cooperar o convencerla de que lo haga con el fin de que haya otras compañías que produzcan más dosis a precios que los países pobres puedan pagar.

Trabajadores sanitarios en espera de ingresar al puesto de vacunación del Hospital Charlotte Maxeke, en Johannesburgo, Sudáfrica, el 7 de mayo de 2021. (Gulshan Khan/The New York Times)
Trabajadores sanitarios en espera de ingresar al puesto de vacunación del Hospital Charlotte Maxeke, en Johannesburgo, Sudáfrica, el 7 de mayo de 2021. (Gulshan Khan/The New York Times)

Quienes se pronuncian en favor de esa medida, se han centrado en dos estrategias principales: liberar las patentes para que muchos más fabricantes copien las vacunas existentes y exigir que las empresas farmacéuticas transfieran su tecnología; es decir, que ayuden a otros fabricantes a que aprendan a replicar sus productos.

La Organización Mundial del Comercio (OMC) —el árbitro de facto en los conflictos comerciales internacionales— es la instancia para negociar los procedimientos. Pero esta institución actúa bajo consenso y, hasta el momento, no hay ninguno.

En fechas recientes, el gobierno de Biden reunió a más de cien países para que le pidieran a la OMC que suspendiera de manera parcial las patentes de las vacunas. Pero la Unión Europea no ha mostrado intenciones de respaldar esas suspensiones sino solo de apoyar las transferencias tecnológicas voluntarias, que es prácticamente la misma postura de la industria farmacéutica, cuyo cabildeo agresivo ha perfilado las reglas a su favor.

Algunos expertos advierten que revocar las reglas de la propiedad intelectual podría desequilibrar la industria y desacelerar sus intentos de suministrar las vacunas; sería como reorganizar un departamento de bomberos en medio de un incendio.

“Es necesario que aumenten la producción y que las abastezcan”, comentó Simon J. Evenett, especialista en comercio y desarrollo económico de la Universidad de San Galo en Suiza. “Tenemos una enorme producción por aumentar. No debe interponerse nada que la amenace”.

Otras personas alegan que confiar en la industria farmacéutica para proporcionarle las vacunas al mundo contribuyó a generar el actual abismo entre los pudientes y los desposeídos.

El mundo no debería poner a los países más pobres “en esta posición de tener que mendigar o, bien, de esperar las pequeñas donaciones de vacunas”, señaló Chris Beyrer, el enlace científico principal con la Red de Prevención del COVID-19. “Creo que el modelo de la limosna es un modelo inaceptable”.

En este complicado contexto, los dirigentes de la OMC están diseñando sus procedimientos de tal modo que no exista una presión para cambiar oficialmente las reglas, sino que se dé una negociación que convenza a los gobiernos nacionales y a la industria farmacéutica global de llegar a un acuerdo sobre un plan solidario, de preferencia en los próximos meses.

Los europeos le están apostando a la idea de que los fabricantes de las vacunas, por el temor a la suspensión de las patentes, en algún momento acepten realizar la transferencia tecnológica, sobre todo si los países más ricos del mundo les arrojan dinero para que les resulte más lucrativo compartir sus conocimientos prácticos.

Muchos expertos en salud pública señalan que la suspensión de las patentes no tendrá ningún efecto significativo a menos de que los fabricantes de las vacunas también compartan sus métodos de fabricación. Las suspensiones son parecidas a la publicación de una receta compleja; la transferencia tecnológica es como enviar a un maestro cocinero a la cocina de alguien para que le enseñe a elaborar un platillo.

“Si se van a fabricar vacunas, necesitan hacer varias cosas al mismo tiempo”, les dijo la directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala, a los periodistas hace poco tiempo. “Si no hay transferencia tecnológica, no va a funcionar”.

Según los expertos, incluso con la suspensión de las patentes, la transferencia tecnológica y un mayor acceso a las materias primas, pasarían alrededor de seis meses para que más farmacéuticas empiecen a producir enormes cantidades de vacunas.

Tal vez los detalles de cualquier plan para impulsar la vacunación a nivel mundial sean menos importantes que reestructurar los incentivos que han producido la situación actual. Los países ricos, sobre todo los de Occidente, han monopolizado la mayor parte del suministro de vacunas, no por cuestiones del destino, sino como resultado de las realidades políticas y económicas.

Las empresas como Pfizer y Moderna han registrado ingresos de miles de millones de dólares al vender la mayor parte de sus vacunas a los gobiernos acaudalados de Norteamérica y Europa. Los acuerdos dejaron demasiadas pocas vacunas disponibles para COVAX, una sociedad multilateral creada para canalizar las vacunas a los países de ingresos bajos y medios a precios relativamente reducidos.

Cambiar ese cálculo quizás dependa de convencer a los países ricos de que dejar que la pandemia continúe en gran parte del mundo plantea riesgos universales, ya que permite que se arraiguen las variantes y el mundo se vea obligado a entrar en una espiral de actualización farmacéutica.

“Es necesario que los líderes de todo el mundo actúen como equipo y digan que la vacuna es un recurso para la seguridad mundial”, comentó Rebecca Weintraub, especialista en salud global en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, quien sugirió que el G-7, el grupo de las economías más importantes, podría encabezar y financiar una campaña de ese tipo cuando se reúnan sus miembros en Inglaterra el próximo mes.

Una cuestión muy debatida es si el mundo cuenta con suficientes fábricas subutilizadas y adecuadas para aumentar de manera rápida el suministro de vacunas y reducir las desigualdades. Durante una cumbre sobre las vacunas convocada el mes pasado por la OMC, este organismo escuchó testimonios de que los fabricantes de Pakistán, Bangladés, Sudáfrica, Senegal e Indonesia tienen una capacidad que se podría implementar con rapidez para producir vacunas contra el COVID-19.

Una empresa canadiense, Biolyse Pharma, que se especializa en medicamentos contra el cáncer, ya ha acordado suministrar a Bolivia 15 millones de dosis de la vacuna de Johnson & Johnson… si esta empresa le otorga el permiso legal y los conocimientos tecnológicos.

No obstante, incluso las empresas grandes como AstraZeneca y Johnson & Johnson han tenido problemas y no han logrado alcanzar sus metas de producción. Además, no es sencillo producir el nuevo tipo de vacunas de ARNm, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna. En los casos en los que las empresas farmacéuticas han firmado acuerdos con algunos socios, el ritmo de producción casi siempre ha sido decepcionante.

“Ni siquiera con permisos voluntarios y trasferencias tecnológicas es fácil elaborar vacunas complejas”, señaló Krishna Udayakumar, director del Centro de Innovación en Salud Global de la Universidad Duke. Una gran parte de la capacidad mundial para la fabricación de vacunas ya se está usando para producir otras vacunas que salvan vidas, añadió.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company