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Alarma en México por las decenas de miles en el personal médico contagiados de COVID-19

La doctora Arely dice que, a ciencia cierta, no sabe cómo se infectó de coronavirus. Quizá fue un descuido, admite: un día entró a pedir unos informes al área COVID y se le olvidó la careta y el cubrebocas N95.

No está segura, insiste. Pero en su interior algo le dice que, ese día, tiró por la borda todo lo aprendido en las pláticas de capacitación que, desde febrero, muy al inicio de la pandemia en México, le dieron en el hospital sobre cómo usar el equipo de protección para evitar contagios.

Menos de una semana después, Arely comenzó a sentir un fuerte y constante dolor de cabeza, acompañado de un intenso dolor de cuerpo.

“Me sentía muy débil todo el tiempo”, relata la doctora, que pide no revelar su verdadero nombre, pero cuya identidad, cargo, y hospital, fue corroborado por este medio.

Los síntomas no fueron suficientes para que su clínica le hiciera la prueba COVID.

“La enfermedad se manifestó de una manera muy atípica. Tenía dolor de cabeza y de cuerpo, pero sin fiebre, tos seca, ni dificultad para respirar. Y por eso, aunque era un caso sospechoso, no era candidata para la toma de muestra”, explica Arely, que optó por hacer el estudio por su cuenta.

A los pocos días, del laboratorio, le dieron dos noticias: la mala y la peor.

La mala: tenía el virus. La peor: llevaba días trabajando infectada.

Arely recalca que, desde que sintió los síntomas, extremó el uso del N95 “para no contagiar a nadie”. Pero, aún así, concede que es imposible saber si esos días que laboró infectada no contagió a otros doctores o a pacientes.

“Es cierto -admite la médica-. Fue un riesgo muy alto”.

Como ‘moscas’

En abril, cuando comenzaron a ser recurrentes las notas sobre brotes entre el personal médico, el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, lanzó una sentencia polémica: “los médicos están cayendo como moscas”.

Desde entonces, y hasta ahora, las autoridades sanitarias llevaron a cabo varias medidas para revertir esa situación denunciada por Bonilla y por los médicos, quienes criticaron que los mandaron a la ‘guerra’ sin ‘armas’.

Por ejemplo, a finales de marzo, IMSS e ISSSTE compraron insumos por 2 mil 309 millones de pesos para tratar COVID- 19, mientras que Cancillería anunció otra inversión por más de 1 mil 200 millones de pesos en la compra a China de mascarillas N95, caretas, guantes, y trajes quirúrgicos. A la par se inició la reconversión de hospitales para separar a médicos COVID de los que atienden otras enfermedades y así evitar contagios.

Pero las medidas de contención parecen no tener efecto: de acuerdo con cifras oficiales, la tasa de médicos contagiados es del 20.9%; cifra muy próxima a la reportada por España, 21.3%, uno de los países más golpeados en el mundo por la pandemia.

El infectólogo veracruzano, Uri Torruco, advierte que este dato puede estar “sesgado”. La razón: en México se hacen pocas pruebas a la población general y muchas a los médicos. Y por eso, la tasa puede estar “inflada”.

Sin embargo, hay más cifras oficiales que reflejan la gran dimensión de los contagios. De acuerdo con el informe presentado por Salud el pasado martes, tan solo en la primera mitad de junio los casos positivos entre el personal médico aumentaron en 12 mil 171; un crecimiento del 60%. Y otro dato: en solo una semana, la que va del 9 al 16 de junio, hubo 6 mil 722 casos nuevos de médicos infectados; 960 cada 24 horas.

Es decir, tres meses después de la polémica sentencia de Bonilla, los médicos mexicanos se siguen contagiando a un ritmo muy alto.

¿Pero, por qué? Animal Político entrevistó a médicos que superaron el virus. La mayoría señaló que la falta de insumos, o la mala calidad de estos, es una parte de la respuesta, pero no explica todo el problema.

De hecho, muchos admitieron un grado importante de responsabilidad en los contagios, debido a descuidos, exceso de confianza, desidia, o por un mal uso de los equipos de protección. “Muchas veces, los médicos no hacemos bien las cosas”, aseguran.

Cubrebocas, escasos y defectuosos

El doctor Guillermo García Hernández es director del Hospital 30 del IMSS de Mexicali, Baja California. Comenzó a dirigirla después de que en abril se produjera un brote COVID que infectó a por lo menos 19 médicos, entre ellos varios residentes y el exdirector.

El tema de los contagios, opina, es más complicado que reducirlo a una falta de insumos. Por ejemplo, en el caso de su clínica, dice que los médicos se infectaron “a pesar de que contaban con un equipo de protección”. Así que los motivos pudieron ser múltiples.

Uno de esos motivos, cree, es que los doctores del área No COVID atienden a pacientes que no tienen síntomas aparentes, o que son asintomáticos, o que no les avisan que tienen síntomas por miedo a que los confinen en el área COVID. Y esto los pone en riesgo porque, si bien llevan cubrebocas y otros insumos, no utilizan los equipos de alta protección como los que se utilizan en el área COVID.

Eso le sucedió a Israel, nombre ficticio para proteger su identidad, quien se contagió de COVID hace poco más de un mes y apenas lleva unas semanas de vuelta en el Hospital Rubén Leñero, de la Secretaría de Salud capitalina.

Su hospital también es ‘híbrido’, como el de Mexicali. Y como en el caso de la clínica bajacaliforniana, él también cree que se enfermó por atender en el área No COVID a una persona que se suponía no tenía síntomas, pero que, poco después, se confirmó que estaba contagiada.

“Muchas veces, se ven a los pacientes sin la protección al 100% porque se supone que no son COVID y no hay tanto riesgo”, explica el doctor que añade que, otras veces, tampoco los atienden con la protección adecuada porque los insumos escasean, a pesar de las compras del gobierno y de las donaciones de la ciudadanía y de la sociedad civil.

“Casi siempre solo traigo el cubrebocas quirúrgico, el tricapa. También nos dieron de los N95, pero solo me han dado cuatro. Hasta ahora, no nos han dicho que los reusemos, pero tampoco nos dicen cuándo darán otros”.

Desde el inicio de la pandemia, la escasez de insumos de protección ha sido una constante en México, y también en muchos otros países, como España, Brasil, Ecuador, y Estados Unidos, donde médicos y personal de enfermería han salido -y aún salen- a las calles a protestar.

En México, la escasez ha sido tal que algunos médicos han recurrido a la justicia. Así lo hizo José Alberto Beverido de la Huerta, quien cuenta que por medio de un amparo fue como consiguió que el hospital del ISSSTE donde labora, en Córdoba, Veracruz, le entregue a diario un N95.

“Si no es porque los obligué con un amparo, no me habrían dado nada”, recalca el doctor, que no fue el único en recurrir a la justicia. La organización civil Renace San Luis también ha presentado amparos colectivos para defender a médicos de Oaxaca, Guanajuato, y Jalisco, que denunciaron que trabajan en áreas COVID sin los equipos necesarios.

Pero, además de escasos, el doctor Israel apunta que los N95 que les entregan son de mala calidad: ha hecho varias pruebas con ellos, como rociarlos de agua, y el líquido atraviesa el filtro de protección. Por lo que supone que el virus también puede pasar con facilidad.

Por su parte, el infectólogo Rodrigo Ville, que labora en el hospital COVID que se instaló temporalmente en el centro Citibanamex de la Ciudad de México, suma otro problema: los N95 chinos están diseñados para ajustarse al tamaño y forma del rostro de personas asiáticas.

“Por eso, muchas veces no nos quedan bien. Porque no se ajustan y no hacen el sello que deberían”, advierte.

Apatía

La doctora Arely dice que, en su caso, ella sí recibe con regularidad caretas, cubrebocas N95, guantes y gafas protectoras. Y destaca que, al menos en su clínica del IMSS, sí les dan capacitación constante sobre cómo usar esos equipos y, sobre todo, cómo retirárselos sin riesgo de contagio.

“Desde febrero, cuando se dio el primer caso, ya empezaron a darnos los cursos”, expone la médica. “Y no es un curso de que si quieres vas. No, es obligatorio y tienes que firmar de que estás recibiendo la capacitación”.

“El problema -añade- es que muchas veces entras al curso y si tenían que estar 30 o 40 personas, pues ves que solo hay 10. Es decir, también hay cierta apatía en una parte del personal médico. Aunque también se puede deber a que son cursos que, por lo general, son fuera del horario de trabajo, y, claro, hay que hacer un sacrificio. Y mucha gente que tiene otras obligaciones familiares, o incluso otros empleos, no puede hacerlo”.

El doctor Graciano López es jefe de Pediatría en el Hospital General del IMSS de Tijuana, en Baja California, donde en marzo registraron los primeros casos de doctores infectados, entre ellos propio Graciano.

Para el médico, la capacitación es fundamental. Aunque cree que la respuesta inicial fue tardía porque “la pandemia nos agarró por sorpresa”.

“No estábamos conscientes de la magnitud”, dice el médico, que divide responsabilidades. “Por un lado, como personal de la salud debe haber un compromiso de conocer todo sobre este nuevo virus”, plantea. “Pero, por otro, también está la obligación de hacer del conocimiento del personal cuáles son las medidas necesarias a tomar. Probablemente, se da una vez, pero, a veces, no basta para comprender la magnitud del problema”.

En cuanto al uso de los equipos de protección, el doctor admite que, desde el inicio de la pandemia, las autoridades de Salud han publicado manuales, lineamientos, y reglamentos, pero opina que tampoco ha sido suficiente.

“Hay una gran cantidad de papeles publicados, es cierto. Pero, en la práctica, no alcanza el tiempo para enseñar a todo el personal cómo ponerse el material y quitárselo. Y eso es un problema porque, sin la capacitación necesaria, la contaminación es muy fácil”.

“Piensen que no se van a enfermar”

El infectólogo veracruzano Uri Torruco también divide responsabilidades.

Por un lado, critica que hay “mucho desconocimiento” entre los doctores, en cuanto al uso de los insumos. Incluso, cree que “el miedo al contagio” ha provocado que se “sobreestime la necesidad de material de protección”.

“Es increíble que los mismos trabajadores de la salud no tengamos conocimiento de cuándo está indicado ponerse un traje impermeable y cuándo no, y lo mismo con los cubrebocas de alta eficacia, que solo deben usarse en procedimientos muy específicos”, plantea.

Una crítica que comparte personal de otras clínicas, como la Unidad Médica Familiar 22 de Atotonilco, en Jalisco, o el Hospital General 30 de Iztacalco, en Ciudad de México, quienes por medio de un escrito enviado a este medio en respuesta a una solicitud de entrevista hicieron un resumen de cuáles son, en su experiencia, las causas de los contagios. Entre esas causas, mencionan que “la mayoría del personal” desconoce el tipo de cubrebocas que “evita la infección”. E, incluso, añaden: “Muchos lo eligen por el dibujo y no por la seguridad”.

Por otro lado, el doctor Torruco critica que, a pesar de que desde febrero las autoridades dieron instrucciones para atender la pandemia, desde los despachos de los hospitales se cometen negligencias por improvisación o desconocimiento, como no segmentar de inmediato las clínicas, una mala separación de las instalaciones de las áreas COVID, no reducir las consultas desde los primeros casos, o no hacer pruebas constantes a los médicos.

Como resultado de esas negligencias, el doctor opina que se produjeron brotes como el de la clínica 7 del IMSS de Monclova, en Coahuila, donde un paciente con los síntomas COVID permaneció 10 días sin hacerse la prueba junto a otras personas en urgencias, infectando a 22 médicos.

“No solo la falta de insumos te pone en riesgo. Te arriesga más pertenecer a un sistema de salud que hace aguas. Y con un sistema tan deteriorado, claro que llega una pandemia y te hace pedazos”, sentencia Torruco.

José Alberto Beverido señala que la falta de insumos y la improvisación –“se nos avisó que venía una pandemia y no se tomaron medidas”-, explican los contagios tanto como la mala actuación de algunos directivos.

“Nos tratan como personal desechable”, dice el doctor, que, para ejemplificar la sentencia, cuenta un caso. Un paciente diabético llegó a urgencias de su clínica; el hombre se sentía mal, pero como el hospital es solo de primer nivel, se le dio atención básica para canalizarlo. El problema es que lo revisaron “sin protocolo COVID”. Es decir, “a mano limpia”. Sin guantes, cubrebocas, caretas. Nada. A los dos días, el paciente falleció por COVID. Entonces, el médico de urgencias y las dos enfermeras que lo atendieron fueron con sus superiores a expresarles su preocupación.

“Yo estaba en la dirección y lo que les respondieron fue: ‘está comprobado que la mente es muy poderosa. Ustedes piensen que no se van a infectar’. Y eso fue todo. No los mandaron a cuarentena ni les hicieron pruebas, y así siguieron trabajando”, cuenta el doctor, que señala a “los secretismos” al interior del gremio como otro factor que explica los contagios.

“Estos compañeros debieron comunicar la situación al resto para prevenirnos -añade Beverido-. Pero muchos se prestan al juego de ‘mejor no digas nada, porque te van a tratar como apestado, o como el doctor problemático’. Y eso también nos pone en riesgo a todos”.

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