Sobre “La desaparición de los rituales” de Byung-Chul Han

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Di con Byung-Chul Han a través de una publicación en Twitter. Como suele suceder en las redes sociales, lo llamaron “el filósofo de moda” o algo así.  Me dio curiosidad y compré “La desaparición de los rituales”.

El planteamiento de Han es que el sistema capitalista ha prescindido de los rituales sociales porque no le son útiles y él afirma que esto representa un rompimiento de la idea de comunidad porque precisamente los rituales ayudan a la cohesión y le dan sentido a la vida misma.

Estoy simplificando mucho sus afirmaciones, pero la idea en general es que la sociedad actual se ha vuelto narcisista y las redes sociales juegan un papel crucial en donde el yo es lo único que importa y especialmente importa cómo nos presentamos ante el mundo en una especie de pose.

Para Han, los rituales son actos simbólicos en donde lo importante es el acto en sí y no lo que significa (aquí recurre a la teoría de signos de Saussure). Al ser actos repetitivos, no es necesario reflexionar sobre el significado de los rituales, sino simplemente estar ahí.  Una especie de meditación.

Conforme iba leyendo el ensayo me iba convenciendo de que, efectivamente, algo estamos perdiendo como sociedad al hacer a un lado los rituales por considerarlos innecesarios. Estos actos simbólicos a final de cuentas nos ayudan a dividir las distintas etapas de la vida y de alguna manera nos preparan para ellas.

Han pone un ejemplo clarísimo: el rito del duelo. En la actualidad este ritual se ha simplificado al máximo, la mayoría de las personas prescinden del velorio de varios días y la cremación hace que el rito del funeral esté desapareciendo en las sociedades modernas. De esta forma, las personas le damos la vuelta a la página de manera muy rápida ante la pérdida de un ser querido y regresamos a lo que estábamos haciendo antes de la muerte. Efectivamente, no parece la mejor forma de enfrentar un cambio tan importante en la vida.

El ensayo se empieza a volver más obscuro cuando Han habla de los conceptos del “juego fuerte” y el “juego débil”. Según el autor, el juego fuerte se caracteriza por “su pasión por las reglas”, es decir, por su carácter ritual, mientras que el juego débil “es una forma de descanso del sometimiento por producir más”. Ejemplo más claro del juego fuerte es la guerra y habla del carácter ritual que tenían las guerras en la antigüedad y en este sentido se trataba de un juego, y cómo es que entre enemigos se respetaban dado que se reconocían como iguales en dicho juego, mientras que las guerras de la actualidad ya no son un juego sino una transacción y no existe ritual alguno; los drones y los aviones de combate despersonalizan por completo al enemigo.

Aquí empecé a preguntarme si lo que estaba tratando de decir Han es que “las guerras de antes” eran buenas porque tenían un componente ritual, mientras que “las guerras de ahora” son malvadas porque carecen de él. Ojo, no es que el autor afirme algo así, pero una persona que no está habituada a leer filosofía puede sacar fácilmente esa conclusión.

Conforme iba avanzando en la lectura no pude evitar percatarme de que la mayoría de las referencias de Han son de filósofos que estuvieron en boga en la segunda mitad de Siglo XX: Baudrillard, Barthes, Benjamin, Deleuze, Durkheim, Gadamer, así como sus antecesores: Hegel y Marx.

Y por supuesto, no es que tenga algo de malo, más bien, lo que trato de decir es que estas referencias nos dejan ver desde dónde habla el autor.  Es decir, desde una postura crítica al sistema capitalista. De hecho, él lo denomina “neoliberal” a lo largo de su ensayo. Y me llamó la atención la falta de referencia a filósofos y escuelas del pensamiento de este siglo cuando el ensayo de Han es reciente.

La forma en la que estos autores, Han incluido, hablan de los fenómenos sociales y de cómo un sistema de producción -en este caso el capitalista- influye en absolutamente todos los aspectos de la vida, conduce al lector poco familiarizado con la filosofía a la conclusión de que existe una especie de confabulación mundial de poderosos dueños del capital para desarrollar toda una serie de estrategias de sometimiento y que dichas estrategias son tan sutiles y sofisticadas que quienes somos víctimas de dicho sometimiento no somos conscientes de él.

Y aquí mi problema con esta forma de abordar el fenómeno.  Por supuesto que existe el sometimiento y por supuesto que dicho sometimiento en la mayor parte de los casos es inconsciente; estamos atrapados en un sistema que nos dice que debemos producir para ser alguien. Pero sugerir que una especie de Mago de Oz está detrás moviendo los hilos y dedicando horas a pensar en cómo someter al resto de las personas es, cuando menos, ingenuo.

Si las redes sociales y una serie de fenómenos sociales de la actualidad sirven al propósito de la producción infinita y el consumo, esto más bien es resultado de una especie de proceso de “selección natural”.  Me explico: no es que quienes inventaron las redes sociales -Zuckerberg- y otros lo hayan hecho pensando en someter a nadie, simplemente, desarrollaron una idea que creyeron que podría funcionar y efectivamente, funcionó porque se adapta perfectamente al sistema económico y social prevaleciente. Lo mismo ocurre en general, con todas las tendencias sociales, las que acaban prosperando son aquellas que sirven mejor a ese sistema en el que estamos inmersos la mayoría de la población mundial.

Lo que quiero decir es que es innegable que uno de los efectos más perversos de la híper conectividad y las plataformas sociales es que las personas estamos absortas en ellas y, sin duda, hay un enorme narcisismo en ello y esa es una personalidad ideal para un sistema que solamente busca producir y desechar.

Pero los matices importan. Cuando se retrata a la realidad de una forma tan dicotómica entre explotados y explotadores es muy fácil que muchos lectores lleguen a la conclusión de que hay inteligencias perversas que están conduciendo el mundo y aprovechándose de la docilidad y falta de recursos de otros para someterlo y obtener un beneficio de ellos.

El problema de llegar a esta conclusión es que el mundo se divide en buenos y malos o en opresores y oprimidos y se dejan de ver los matices que son importantes porque es precisamente en estos intersticios en donde se encuentra la libertad humana.

Si queremos que los estudiantes desarrollen un pensamiento verdaderamente crítico no podemos permitir que su visión del mundo se reduzca a una concepción dualista. Porque entonces ocurre justo lo que se está criticando, que solamente se hagan lecturas que alimentan las ideas que ya se tienen y que no se cuestionen porque son “las verdaderas”.

Me preocupa cuando se leen los fenómenos desde determinada escuela de pensamiento y eso define las lecturas y referencias que se tienen. ¿No sería mejor acercarse a las distintas ideas desde una postura más libre? Es decir, sin una identificación plena con una ideología.

Me parecieron fascinantes muchas de las ideas de Han en torno a los rituales y me lo parecieron precisamente porque me hicieron pensar en la razón que tiene. Pero de pronto sentí a lo largo de la obra que se forzaban algunas ideas para encajar en una crítica radical al “neoliberalismo”.

Efectivamente, nuestro sistema económico y social está en una crisis profunda y necesita ser repensado. Pero no creo que las posturas maniqueístas contribuyan a imaginar en mejores alternativas.

* Sophie Anaya (@sophieanaya) es directora de comunicación institucional en la Universidad Iberoamericana.