El comercio es la tercera actividad más frecuente para la niñez trabajadora en el espacio público; ONG impulsa puntos fijos

Trabajo infantil en las calles de la CDMX
Trabajo infantil en las calles de la CDMX

Kaori tiene 11 años. Es hija de Beatriz Lerdo, quien trabaja como comerciante en el paradero de Indios Verdes en la ciudad de México

Desde hace unos meses ha encontrado inspiración en las educadoras que le han enseñado que, como niña, tiene derecho a no tener que trabajar. De grande quiere ser como una de ellas, Angélica, quien dirigía un centro comunitario en la colonia Morelos y falleció hace unos meses. 

Situaciones como esta y la falta de visibilización del trabajo infantil dieron origen al proyecto de Ednica, el cual pretende la disminución de la participación laboral de niñas, niños y adolescentes en el espacio público, cuyos principales puntos de vinculación son paraderos, cruceros y corredores de comercio en vía pública. 

De acuerdo con Ednica, no existen datos específicos, programas e información detallada sobre cuántos niños y niñas lo hacen en la ciudad de México.

En su estudio La infancia cuenta en México. Trabajo infantil 2021, la Red por los derechos de la infancia (REDIM) señala que en México 4 de cada 10 personas de 5 a 17 años que trabajan aportan algún ingreso al hogar, mientras que 1 de cada 4 niñas, niños y adolescentes que trabajan lo hacen porque su hogar necesita ayuda. 

En tanto, la más reciente Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI, 2019) revela que el trabajo como comerciantes, empleados en ventas y agentes de ventas ocupa el tercer lugar de las ocupaciones no permitidas para las 3 de cada 30 personas de entre 5 y 17 años que trabajan.

Ednica subraya que en la Ciudad de México, es difícil tener un diagnóstico y estadística clara sobre la niñez trabajadora, por la falta de interés de las autoridades.

A esto se suman las limitaciones en la continuidad de las acciones de gobierno: 

“No tenemos datos, no tenemos un programa; se hace con cierta periodicidad un conteo o censo de personas que habitan en la calle, pero no información sobre cuántas niñas y niños trabajan en el espacio público (aunque no vivan en él). En principio, hay que reconocer la problemática, hacer un diagnóstico pertinente, porque sí podemos suponer que, por ejemplo, en Iztapalapa, haya una gran cantidad, pero no tenemos los recursos o medios para hacer un sondeo, una revisión”, asegura Bertha Bocanegra, directora de procesos educativos y ejercicio de derechos de Ednica.

Además, cuando se trata de otras zonas como las alcaldías Gustavo A. Madero, Tláhuac o Milpa Alta, persiste una idea romántica de lo rural y no se toma en cuenta. 

A esto se suman los modelos de intervención de las instancias gubernamentales, pues no existen programas específicos, pero cuando se desarrollan estrategias, se enfocan en la distribución de recursos, que no son suficientes y no alcanzan para resolver la problemática.

“Tendría que haber una visión muchísimo más amplia de la resolución de los problemas sociales, no solo a través de estos mecanismos. Hay que hacer un análisis mucho más profundo de la problemática, estudiarla, analizarla, conocerla, para que se establezcan políticas que permitan que todas estas personas puedan vivir conforme a derecho”, añade Bocanegra. 

¿Qué es el trabajo infantil?

El trabajo infantil se define como cualquier trabajo que priva a las niñas y niños de su potencial y de su dignidad; es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico e interfiere con su escolarización y desarrollo. Además, niega posibilidades de asistir a la escuela regularmente y desarrollar todas las habilidades escolares, o incluso les obliga a que abandonen sus estudios en etapas prematuras.

“Eso conlleva una serie de riesgos vinculados con violencias. Aquí también podemos ver una mirada específica con perspectiva de género donde las niñas y las adolescentes están mucho más expuestas a violencia sexual, consumo de sustancias psicoactivas a una muy temprana edad y a la normalización del trabajo infantil, donde todo su proyecto de vida está determinado por las condiciones que se generan en el trabajo y no se puede hablar de un proyecto alineado a los derechos humanos”, explica Patricia Secunza, directora de Ednica. 

Uno de los aspectos más difíciles para Ednica es romper con la normalización del trabajo infantil como “ayuda” que requieren las familias. 

En el paradero de Indios Verdes, muchos hijos de comerciantes trabajan con ellos. Antes, según sus mamás, solían ayudarles a vender, pero al menos desde las intervenciones que hace Ednica –dos veces por semana– han aprendido que no trabajar es uno de sus derechos.

Aprendiendo sobre sus derechos

Los miércoles por la tarde, afuera del mercado, las educadoras atraen y concentran a niñas y niños que, de otro modo, estarían con sus padres trabajando. Ahí hacen diferentes actividades, les enseñan sobre sus derechos y los ayudan a perfeccionar conocimientos y habilidades escolares. 

Beatriz, de 34 años y mamá de Kaori, cuenta que ahora le es más fácil hablar de sus condiciones de vida y de sus emociones; ella también ha recibido acompañamiento psicológico como parte de la intervención de la organización. Su puesto tiene que funcionar todos los días con una hija que estudia por las mañanas, Kaori, y uno de 13 años que estudia por las tardes. 

Todos los días, Beatriz instala su puesto, luego recoge a la más pequeña de la escuela, le da de comer y después lleva a su hijo de 13 años a la secundaria. Ahora Kaori se queda en las inmediaciones del paradero haciendo su tarea y dándole prioridad a sus estudios. Cuando acaba el día, la familia regresa a su casa que está ubicada cerca del Reclusorio Norte.

Beatriz vio a las educadoras en las actividades que organizan con la niñez trabajadora del paradero por las tardes, y quiso que su hija fuera parte de ellas. Beatriz recuerda que ella creció de una manera diferente, trabajando siempre; es el “proceso” natural para muchas familias de comerciantes. 

La madre de Kaori lleva 15 años con su puesto de Indios Verdes, pero empezó a trabajar desde muy niña en Puebla. Su mamá se dedicaba a la alfarería y por ende le enseño para que después ella fuese a venderlo a otras partes. 

Ahora, los hijos de Beatriz solo le ayudan a poner el puesto y de vez en cuando a dar información cuando les preguntan por algún producto, pero la prioridad es que sigan estudiando.

Las intervenciones de Ednica han ayudado a sus hijos a reforzar los aprendizajes que adquieren en la escuela, pero también a prevenir sobre valores, emociones, uso de drogas y de tecnología, sobre todo cuando esta puede ser el gancho de cuentas falsas para hacerles daño. También han aprendido sobre la colectividad. Beatriz espera que sus condiciones de vida sean diferentes, no porque el comercio sea malo, sino porque desea un lugar mejor para su familia. Kaori ya tiene la visión de estudiar una carrera para volverse educadora.

Un largo camino para salir del trabajo en calle

Jessica también viene de una familia de comerciantes donde la regla era trabajar desde niña. Ahora lleva 30 años en el paradero de Indios Verdes. Sabe que sus hijos no necesariamente tienen que seguir el mismo camino. Incluso, tiene una mejor orientación para observarlos y darse cuenta de qué les está sucediendo o si pueden estar acercándose a las adicciones u otras conductas nocivas. Sobre todo con sus hijas, que están muy cerca de la adolescencia. 

Lucero tiene 10 años y Estrella 9. Las dos estudian el cuarto y quinto de primaria.

“A ellas no las dejo a cargo del puesto; hacen la tarea, tienen tiempo de jugar, de ver la televisión, no les inculco que sean comerciantes”, dice tras relatar que, en su caso, desde que iba al kinder su mamá la llevaba al corredor de comercio, aprendió el movimiento y se fue acoplando. 

Jessica pudo estudiar hasta la preparatoria y desde que tiene uso de razón ha estado en el puesto, pero ahora quiere algo diferente para sus hijas. Además, la intervención de Ednica también le ha ayudado a que ellas tengan más claro el manejo de temas como la menstruación y el abuso sexual.

Lucero, desde la carpa de actividades con las educadoras, cuenta que una vez las vio y le preguntó a su mamá si se podía acercar; desde entonces participa. 

“Vemos los derechos de las niñas y los niños, las adicciones, aprendemos matemáticas, lo que tenemos que hacer los niños para ya no trabajar… Bueno, yo no he trabajado, pero le he ayudado a mi mamá en su puesto de aquí; ahora hago mi tarea y solo cuando está revisando la de mi hermana, yo le ayudo”, dice Lucero.

“Un niño o una niña tiene que trabajar en calle por condiciones de exclusión, de marginación y de pobreza, que justamente si observamos quiénes son las niñas y los niños trabajadores, no solamente en la Ciudad de México, sino en todo en todo el país, no está solo, porque siempre se cree que están trabajando solos y que hay detrás una red de trata, de explotación o que la familia está explotando al niño o la niña y está sacando provecho de ese recurso; más bien tiene que ver con una profunda exclusión, una profunda pobreza, con grupos que históricamente han sido marginados”, sostiene Secunza.

Las expertas señalan que hay una estrecha relación entre la feminización de la pobreza y cuidados y el trabajo infantil, pues muchas veces son las mamás quienes trabajan en el espacio público y al mismo tiempo, no hay una red de cuidados que garantice que las infancias permanezcan seguras.

La única alternativa es que las mamás lleven a sus hijos a trabajar a la calle en distintos espacios como el mercado, el puesto o la esquina porque no hay condiciones para que el niño o la niña estén cuidados. 

Por otro lado, los grupos con distinto origen étnico, añade, son donde se registran más altos niveles de pobreza y el único recurso que tienen es migrar a la ciudad a zonas con un alto índice de marginación, donde las niñas y los niños también están trabajando. 

A partir de ello, precisa Secunza, hay una fuerte discriminación y estigma hacia las familias, y se les juzga, particularmente a las mujeres, sin ver que es una problemática estructural en donde las familias tampoco tienen sus derechos garantizados.

¿Cómo funciona el modelo?

Romper esos ciclos generacionales de trabajo infantil, desde una visión que no estigmatice a las familias, requiere una intervención que puede prolongarse por años. 

En el caso del programa que impulsa Ednica, se trata de un mínimo de ocho. El trabajo de las educadoras cada lunes y miércoles es apenas el comienzo de un ciclo que atraviesa varias etapas pero inicia en puntos fijos.

Lo primero que se hace es detectar los lugares donde se concentra la niñez trabajadora en calle: avenidas y cruceros muy transitados con importante presencia de vehículos, centros de abasto, mercados, corredores con alta actividad comercial o terminales del transporte público.

“Ahí vamos a encontrar niños y niñas que están trabajando en la venta de golosinas, o están con sus mamás en puestos semifijos; algunas veces puede ser que no se tenga el puesto, pero la mamá ya tiene un lugar dentro de la calle o está deambulando en una cuadra. Tenemos a los niños y niñas que ya tienen directamente su mercancía, que tienen una movilidad por la ciudad impresionante, y quienes están acompañando primordialmente a sus madres”, describe Secunza.

Otros niños y niñas apoyan en ciertas tareas a sus madres y padres, o solamente están acompañándolos porque son muy pequeños y no hay nadie que se haga cargo. En esas ocasiones, Ednica los considera como niños en riesgo de trabajar. 

Una vez que se identifican estas zonas, la organización verifica que se puedan establecer puntos de encuentro permanentes con un número importante de infancias. Cuando se trabaja en cruceros o en compañía de limpiaparabrisas existe una movilidad muy fuerte, por lo que es difícil garantizar el proceso educativo.  

“Ni las familias, ni los niños ni las niñas se conciben como trabajadores. Las familias con quienes trabajamos también fueron trabajadores en su niñez, y en ese sentido hay una normalización respecto del trabajo infantil. Uno de los elementos más importantes de nuestro programa es que las familias,  niños y niñas, se asuman como trabajadores del espacio público, porque la mayoría de las veces van a decir ‘yo no trabajo, yo le ayudo a mi mamá’, pero no existe esta concepción”, afirma Secunza.

A partir de ahí se inicia el trabajo de la ludoteca móvil, como la del paradero de Indios Verdes. 

Bertha Bocanegra detalla que el modelo contempla cuatro fases: la primera es el vínculo y confianza, la segunda es desarrollo de habilidades, la tercera preparación para la vida independiente, y la última, el seguimiento. Después de esto se da el egreso.

“Este modelo de interacción es muy ambicioso, pero también implica que se va a desarrollar en un periodo largo. Nuestras experiencias nos han permitido constatar que esta etapa de estas cuatro fases se desarrolla en un tiempo mínimo de 8 años, pero hay casos más prolongados, hasta 15 años, dependiendo también de la edad en la que se establece el primer contacto”, asegura Bocanegra. 

 

Xóchitl también trabaja en el paradero de Indios Verdes ella tiene un bebé de nueve meses en brazos y para ella su vida siempre ha sido el comercio. Su hijo Iker estudia el segundo grado de primaria y las intervenciones le han servido para complementar sus conocimientos. Su tercera hija, Magali, tiene 11 años.

Xóchitl empezó a trabajar a los 8 años de edad, es hija de una mamá soltera, tenía tres hermanos y vivían en la calle. 

“La necesidad y el hambre eran más fuertes”, pero ahora está convencida de que sus hijos tienen otras posibilidades. 

“Hemos aprendido que él (Iker) no debe hacer trabajo infantil. Antes sí me ayudaba, pero ahora ya con todo esto, nos han enseñado que no; él agarraba sus cajas de chicles y se iba a vender, pero después ya empiezas a ver que son otros sus derechos”, concluye.

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