El derecho a morir dignamente| Opinión

Poco antes de cumplir los 79 años, el escritor y periodista Carlos Alberto Montaner, aquejado de una rara forma del mal de Parkinson, le pidió a su hija Gina que lo ayudara a morir. No era poca cosa.

El intelectual cubano había decidido acogerse a la ley de eutanasia aprobada en 2021 en España, a donde Montaner, su esposa e hija regresaban tras una década en Miami.

Más de un año después, sentados ambos en un banco de Madrid, el padre le sugirió a Gina que escribiera sobre la experiencia que habían vivido juntos. La hija lo medita.

Por el camino ha acumulado documentos en una carpeta amarilla y una amalgama de profundos sentimientos encontrados. Los vuelca en las 200 apretadas páginas de Deséenme un buen viaje: Memorias de una despedida, recién publicado por la Editorial Planeta.

La demanda paterna en una anodina cafetería de Miami y la carpeta amarilla se convierten en motivos recurrentes de la narración, símbolos del peso emocional que le significa a la hija la tarea asignada y del engranaje burocrático

que el enfermo y su lazarillo se ven obligados a transitar, más difícil y complejo de lo previsto, pese a la función clave de la Asociación Derecho a Morir Dignamente(DMD).

La autora con frecuencia se desvía del hilo central de esta crónica de una muerte anunciada. El lector necesita un respiro; además, no sería posible aquilatar el sacrificio de la hija, ni la decisión irrevocable de Montaner de buscar una muerte asistida, sin entender a sus padres. Retrata a Carlos y a Linda como pareja de cine y literatura, fundidos en un amor que resistió todos los obstáculos y mantuvo viva hasta el final la llama del deseo mutuo; padres y abuelos de una familia dispersa pero unida.

A grandes pero acertados trazos, nos revela sus personalidades. Ella, la mayor de once hermanos, hospitalaria y práctica; leal, generosa, resuelve problemas, protege a la camada.

Él, conversador ameno, intelectual lúcido, periodista ágil, hombre de humor agudo y sonrisa melancólica, pertinaz opositor del régimen castrocomunista, defensor acérrimo de la libertad individual. En estas memorias su hija nos lo devuelve con vida.

La autora describe la dinámica familiar, la resistencia de su madre ante la determinación del marido de rechazar su oferta de cuidarlo hasta el final y escoger, en su lugar, morir sin perder la dignidad. Nos cuenta sobre los paseos

con su padre en las doradas tardes de otoño, la rutina cotidiana, las visitas a hospitales y consultas médicas. La acompañamos en sus escapadas a caminar sin rumbo y con lágrimas silenciosas por las calles de Madrid, el único lugar que le ha proporcionado un sentido de pertenencia pese al desarraigo de una familia exiliada. Nos descubre los desahogos con amigos íntimos y un viejo amor que se renueva.

Afloran los dulces recuerdos de infancia cuando el padre le inculcó el amor al cine en tandas de domingo, y cuando, muy jóvenes, Carlos y Linda hacían camping por España con sus hijos y un frugal presupuesto.

Gina relata los meses finales de Montaner en Madrid. Visitas al Thyssen y a la casa museo de Joaquín Sorolla, la celebración de su último cumpleaños, una excursión a Segovia y otra a Salamanca. Las películas en los cines de Renoir Retiro o en la intimidad de la casa que les permiten huir hacia otra realidad desde sus butacas.

El deseo manifiesto de que nuevas generaciones logren forjar la Cuba mejor por la que tanto había batallado. También, los ejercicios en el gimnasio, un nuevo diagnóstico de parálisis supranuclear progresiva (PNP), aún más terrible que el anterior, el deterioro físico creciente.

Aumento de la rigidez, las caídas, las dificultades para terminar sus columnas periodísticas, la angustia del escritor porque se le morían las palabras, los sueños con la madre que se le aparece en el hogar de La Habana Vieja donde vivió su infancia.

Finalmente, la aprobación de la eutanasia, los últimos días en familia, la aceptación de Linda de la decisión del esposo amante, los regalos materiales y espirituales a hijos, nietas. Las despedidas a sus más íntimos.

La última noche de Cine Paradiso y pizza. Deséenme buen viaje, palabras finales del hombre que escogió la libertad de morir en sus términos. El adiós definitivo. Alivio y duelo.

Antes de fallecer, Montaner agradece a su hija una ayuda sin la que no hubiera podido lograr su propósito. y la exhorta a que cuando no esté ocupe su buró, en el que ha producido gran parte de su obra. Padres de la talla de Carlos Alberto Montaner son un privilegio, pero la sombra que proyectan puede ser paralizadora.

Con estas memorias, de prosa de perfección geométrica, y una dosis, a partes desiguales, de muerte y de vida, Gina Montaner ha hecho mucho más que lo encomendado por su padre. No se ha limitado a una crónica sobre el proceso de eutanasia. Nos ha dado, desde el ojo del ciclón, la visión de una familia que sobrevive una espantosa tormenta. Carlos Alberto estaría de plácemes.

Uva de Aragón, escritora y periodista cubana, es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE)

Uva de Aragón Cortesía/Wenceslao Cruz
Uva de Aragón Cortesía/Wenceslao Cruz