River lanza un mensaje al fútbol argentino: goleó a Atlético Tucumán y ya tiene huellas de Gallardo

La noche de la auténtica comunión de la gente con el equipo: River disfrutó
La noche de la auténtica comunión de la gente con el equipo: River disfrutó - Créditos: @LA NACION/Gonzalo M. Colini

Y al séptimo partido desde el regreso de la leyenda, nació otro River. Volvió el River de Gallardo. Algunas huellas, al menos. Algunas certezas. Un puñado de magia regada sobre el Monumental, que vivió una fiesta, en la antesala de los choques coperos con Colo Colo y el superclásico. Hay vida: el 4-1 sobre el rocoso Atlético Tucumán, uno de los animadores de la Liga Profesional, invita a creer. La gente volvió a creer.

La noche de los 27 remates, del 60 por ciento de posesión, de Bustos, un demonio por la derecha y de Acuña, un campeón del mundo por la izquierda. Goles de todos los colores. Algunos deslices defensivos, dudas en el mediocampo, un 4-3-3 inicial inesperado: todo eso también es parte del reestructurado River del Muñeco.

Colidio entró y selló la goleada
Colidio entró y selló la goleada - Créditos: @LA NACION/Gonzalo M. Colini

La noche tuvo un prólogo invernal para el equipo millonario: perdía a los 10 minutos. Franco Nicola, el 10 del Decano, definió con sutileza ante Armani, luego de una serie de desaciertos defensivos, desde la izquierda al centro de la defensa. Todos tuvieron responsabilidad y González Pírez quedó desparramado, a modo de símbolo. El primer tiro al arco.

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Toda una curiosidad: si algo había que rescatar del regreso de Gallardo al Monumental, era la solidez defensiva, aportada por dos nuevos en las bandas, Bustos y Acuña y la presencia de Pezzella. Con Paulo Díaz de descanso por la doble fecha de eliminatorias, González Pirez quedó demasiado expuesto. Pero no fue el único.

Salió del letargo River con avances desabridos, sin conexión. Una pirueta de Meza en el área, por arriba. Un disparo de Nacho Fernández, que tapó Durso. Ráfagas audaces sin un contexto claro, sin un plan. Arrestos de ganas, de voluntad. Gallardo, mientras tanto, se sostenía con las manos en los bolsillos y el rostro de preocupación. No era, a esa altura (y como en buena parte de los partidos desde su vuelta), un equipo de autor. De su rúbrica.

Un curioso festejo, en uno de los goles millonarios
Un curioso festejo, en uno de los goles millonarios - Créditos: @LA NACION/Gonzalo M. Colini

Una formación sin velocidad, previsible. Parecía que le faltaba dos, acaso tres marchas. La pretemporada, en el medio de la fecha FIFA, debió ser para eso: para ajustar las cuerdas. Presión alta, voracidad ofensiva, prepotencia en el círculo central, colmillo afilado en la zona propia. Poco, casi nada de su estirpe. Hasta que…

Hasta que una pelota parada lo cambió todo. Córner de Nacho Fernández (ganas de pibe, físico de veterano), arremetida de González Pirez, de pique al suelo. El 1-1 no transformó su fallida tarea defensiva (¿habrá sufrido ser segundo marcador central?), pero el grito le dio envión al Monumental. Se cantó por River, por el Muñeco, por la Libertadores.

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Y River recuperó una pequeña porción de la esencia histórica. El Diablito Echeverri se corrió al centro, como un (falso) 10, atornillado antes sin sentido en la posición de wing izquierdo, en un inesperado 4-3-3, con Meza en la otra frontera.

El gol de Borja, gritado dos minutos después, con suspenso
El gol de Borja, gritado dos minutos después, con suspenso - Créditos: @LA NACION/Gonzalo M. Colini

Hasta que el gol que fue gritado dos minutos después de concretarse espantó algunos fantasmas. River lo gritó con alma, vida y retraso. La acción había comenzado con un centro atrás de Bustos y Borja se llevó todo puesto. Cabezazo, palo, el arquero en el camino y un rebote de goleador. Siga, siga, fue la señal de Sebastián Zunino. Sin embargo, el VAR, tantas veces cuestionado con razón, esta vez tomó nota. La pelota había entrado claramente. El colombiano alcanzó los 50 goles en 95 partidos con la camiseta de la banda.

Una chilena del goleador, que el arquero lanzó al córner, fue el último aviso de la primera mitad, de que River estaba vivo. Casi sin darse cuenta, el equipo millonario perdía y pasó a ganar, en un abrir y cerrar de ojos, con la pesadilla de Tesuri en las espaldas de los volantes. El mediocampista de Atlético Tucumán cada día juega más suelto.

Gallardo, ahora sí, con una sonrisa
Gallardo, ahora sí, con una sonrisa - Créditos: @LA NACION/Gonzalo M. Colini

Aplausos del Muñeco, ahora sí. El tramo final debía ser la confirmación de algunas señales. Sin embargo, se salvó antes de los dos minutos, con un bombazo de 25 metros de Bajamich, que chocó con un palo, a años luz del vuelo de Armani. Tal vez, ese golpe de fortuna le dio más fuerza. Y entre todos, la mejor versión. Acuña lanzado: marca, proyección, personalidad. Algunos centros precisos, voluntad inquebrantable.

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Suelto el Diablito, más confiado Bustos, otro cabezazo de Pirez, que esta vez salvó Durso. El estadio se levantó con las huellas de la nostalgia y algunas razones presenciales.

Los ingresos de Lanzini y Colidio (el autor del último gol) le dieron otras herramientas a Gallardo, pero el impulso siempre estuvo por el sector izquierdo. De una maravillosa jugada de Acuña, al primer gol de Meza con festejo personal incluido. Ahora sí, River se soltó. Por las bandas, sobre todo. Los aplausos fueron en continuado, a esta altura. De arriba, hacia abajo. De la gente, que cantaba por Boca y la copa, hacia el conductor, con otro semblante, más primaveral, más juvenil. Hasta hubo ovación para Acuña, la figura, reemplazado en el cierre por un histórico, como Milton Casco. “El huevo, huevo”, marcó la agenda. Todo un mensaje.

Al Muñeco le volvió el alma al cuerpo. Se despertó el gigante. Y no es poca cosa.