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La reputación se topa con la realidad en la Liga de Campeones

Todos los involucrados se llevaron cosas positivas. En Dortmund, Graham Potter del Chelsea hablaba de un “paso adelante” en su labor para resolver el rompecabezas dorado de mil piezas que le han entregado los nuevos dueños de su club. En Milán, Antonio Conte del Tottenham estaba contento de que una joven pareja de centrocampistas de emergencia le hubiera recompensado la “confianza” que les tuvo.

Los dos hacían todo lo posible por proyectar un aire de seguridad serena. Conte, un hombre al que nunca se le podría acusar de reprimir sus emociones, incluso utilizó la palabra “relajado” para describir su estado de ánimo. El Chelsea y el Tottenham habían perdido los partidos de ida en los octavos de final de la Liga de Campeones, pero no había de qué preocuparse. Dentro de unas semanas jugarán de locales. Entonces las cosas saldrán mejor. Los errores se corregirán. Todo va viento en popa.

La pose de ninguno de los dos entrenadores era particularmente ridícula. Ninguno de los dos equipos había jugado particularmente mal. Los dos equipos tal vez se sintieron un poco desafortunados por haber perdido. El Chelsea, que todavía está en camino de asentar su identidad tras los excesos invernales, creó un montón de oportunidades contra el Borussia Dortmund. Los Spurs, con una escuadra limitada a causa de las lesiones y las suspensiones, habían amenazado al AC Milán. Los dos perdieron por la mínima diferencia. Los dos se mantienen firmes en la disputa por llegar a los cuartos de final.

Sin embargo, a pesar de toda la legitimidad de esas circunstancias atenuantes, a pesar de todos los finos márgenes que separan una victoria de una derrota y una interpretación de la historia de otra, es difícil no sentir como si este tipo de cosas ya no debieran ocurrirle a la élite adinerada de la Liga Premier inglesa.

El Chelsea, por si se te había olvidado, gastó más en jugadores en enero que todos los clubes de Francia, España, Italia y Alemania juntos. El AC Milán fue incapaz de competir en salarios con el Bournemouth, un equipo que tiene un estadio con una capacidad de 11.379 personas. El modelo de negocio del Dortmund involucra la venta anual de sus mejores jugadores a Inglaterra.

No obstante, ahí estaban, no solo oponiendo resistencia en contra de dos de los mejores equipos de la Liga Premier, sino ganándoles. Tal vez fue la ventaja de la localía, con el apoyo de unos 80.000 aficionados belicosos, y tal vez tan solo fue por un pelo de rana. Y tal vez, a final de cuentas, no signifique gran cosa, si el Chelsea y los Spurs imponen su autoridad en los partidos de vuelta.

Y, a pesar de todo, les ganaron, la realidad del poderío financiero de Inglaterra no estuvo tan a la altura de la teoría.

Por supuesto que dos juegos es una muestra demasiado pequeña para sacar conclusiones firmes, pero esas derrotas son parte de un patrón más amplio y establecido.

Durante años, conforme crecía la riqueza de la Liga Premier —sus ingresos por derechos de televisión superan por más del doble los de su competidor más cercano, sus clubes son los más ricos del planeta—, la suposición entre sus clubes y el temor entre sus competidores era que en algún momento iba a ser capaz de domar la Liga de Campeones a su voluntad. Sus equipos, repletos de los frutos más selectos del mercado, iban a dejar atrás al resto de Europa.

Sin embargo, la realidad no ha sido así, sin duda no de la manera tan definitiva que se podía haber esperado.

En los últimos cinco años, a todas luces, la Liga de Campeones ha tomado una inflexión inglesa. Dos de las finales en ese periodo han sido eventos exclusivos de la Liga Premier y, desde 2018, ha habido al menos un equipo inglés (la mayoría de las veces el Liverpool) en todas las finales menos en una. Y, a pesar de todo, la tan esperada absorción general del torneo no se ha materializado.

Quizá no sea más que un accidente del destino que ningún equipo inglés haya ganado una final de la Liga de Campeones contra un oponente extranjero desde la victoria del Chelsea contra el Bayern de Múnich en 2012. No obstante, parece significativo que solo una vez —en 2019— la cohorte completa de cuatro equipos de la Liga Premier haya llegado sana y salva a cuartos de final.

La probabilidad de que este año se rompa esa tendencia es mínima. El Chelsea y los Spurs tal vez tienen solo una pequeña desventaja —y la ausencia de la regla de los goles de visitante juega a su favor a partir de ahora—, pero, aunque ambos se recuperaran para pasar, las posibilidades de que el Liverpool supere al Real Madrid siguen siendo escasas.

Hay un montón de explicaciones posibles. La más obvia es que el dinero no es necesariamente una medida de la virtud: solo porque los equipos ingleses tienen dinero para gastar no significa que siempre lo gasten bien, como lo está demostrando a la perfección el Chelsea.

Lo más atractivo, sin duda en Inglaterra, es que la competitividad misma de la Liga Premier es en sí misma una desventaja; los equipos están tan agotados a causa de los combates domésticos que son propensos a la fatiga cuando enfrentan a Europa.

La explicación más plausible —y la más sencilla— es que la falta de voluntad para sucumbir ante la lógica económica está codificada en el algoritmo de una competencia eliminatoria. Es probable que el poder financiero sea decisivo a lo largo de una temporada de liga. Pero si la competencia se convierte en un combate arbitrario, durante un periodo de 90 o 180 minutos, lo que puede parecer un abismo en términos de ingresos de repente se manifiesta como nada más que la diferencia en la capacidad técnica y psicológica de dos grupos de jugadores.

Y, la mayoría de las veces, eso no es más que una pequeña fisura. Tal vez todos los años el Dortmund, el Milán y el resto de los clubes reciban la llamada de los clubes ingleses, pues buscan extraer otra estrella de sus filas a cambio de una fortuna, pero también saben que pronto habrá otro jugador, que podrán remplazar y reponer. Después de todo, siempre hay más jugadores.

Hay algo que celebrar y apreciar en ello, un alivio y un placer en el hecho de que la riqueza no vuelve invulnerable a un equipo —o a un conjunto de equipos— frente a la desgracia o inmune frente a las vicisitudes del destino, que el fútbol europeo ha demostrado ser un poco más resiliente frente a la supremacía de la Liga Premier de lo que incluso sus propios clubes preveían, que, incluso ahora, el dinero no es la garantía de la felicidad.

Una vieja verdad, revisitada

Si las desventuras de la élite adinerada de la Liga Premier en la Liga de Campeones durante esta semana sirvieron como recordatorio de uno de los lemas de esta columna —que siempre hay más jugadores, no importa cuántos de ellos compres—, los equipos titulares en el Parque de los Príncipes trajeron otro a la memoria.

Por un lado, claro está, se encontraba el PSG, un equipo que se está convirtiendo rápidamente en una definición de locura intrínseca. Ahora ha quedado en perfecta evidencia que construir un equipo en torno a Lionel Messi, Neymar y Kylian Mbappé no funciona, no al nivel de la élite, no cuando los tres en esencia se niegan a realizar cualquier esfuerzo defensivo. Tal vez el PSG se recupere del déficit de la ida ante el Bayern Múnich, pero este equipo no puede ganar la Liga de Campeones.

Por el otro estaba el equipo del Bayern, con la línea de ataque que lidera Eric Maxim Choupo-Moting. El delantero camerunés sufre, como muchos, la larga sombra de la Liga Premier.

Ha sido profesional la mayor parte de una década y media. Ha construido una carrera constante y respetable, una que fue coronada inusualmente tarde durante etapas cargadas de trofeos en el PSG y el Bayern. Sin embargo, para muchos aficionados, siempre será una curiosidad: Oye, mira eso, es ese tipo que jugaba en el Stoke City, solo que ahora está en la Liga de Campeones.

Es una lástima, porque la historia de Choupo-Moting es reveladora en varios sentidos. Como él mismo lo comentó con The New York Times, demuestra el valor de la paciencia. El momento de su ascenso sugiere un cambio en lo que los clubes de élite quieren de los delanteros y, como corolario, quizá enfatice una deficiencia en el sistema de las canteras. Después de todo, este tiende a producir lo que los equipos quieren ahora, en lugar de lo que podrían necesitar en el futuro.

No obstante, más que nada, ilustra que Choupo-Moting no dejó de brillar en el Stoke por falta de talento. La habilidad no suele ser lo que determine si un fichaje tiene éxito o no. Lo más importante es que el equipo, el estilo y el entorno sean los adecuados para que un jugador prospere. Choupo-Moting es una prueba de la vieja verdad de que no existe un mal jugador, sino un contexto equivocado.

c.2023 The New York Times Company