Matías Lucuix, el talentoso del futsal que se retiró por una terrible lesión y ahora es el gran DT de la selección finalista

Matías Lucuix en una charla con Javier Saviola, un ídolo de su juventud; el joven entrenador de la selección argentina de futsal finalista en el Mundial de Uzbekistán es fanático de River.
Matías Lucuix en una charla con Javier Saviola, un ídolo de su juventud; el joven entrenador de la selección argentina de futsal finalista en el Mundial de Uzbekistán es fanático de River.

Faltaba un puñado de minutos, que en el futsal representaban una vida. La Argentina ganaba por 3-2 sobre Francia, pero por una suma de factores no lograba definir; a veces, con el arco ajeno vencido y vacío. No había mañana: en Uzbekistán se definía una semifinal de la Copa del Mundo de esta variante del fútbol, mezcla de arte y destrezas. El entrenador Matías Lucuix movía las manos, gesticulaba, caminaba de acá para allá. Nadie podía pararlo.

Por su fisonomía y su juventud (38 años), parecía un jugador más. Estaba vestido de uniforme deportivo. Pelo corto, cada vez que pisaba la pelota se notaba su elegancia, y siempre con la credencial colgada sobre el pecho, con la cinta cruzada, una mezcla de cábala y necesidad organizativa. Los protocolos de los torneos internacionales suelen ser muy estrictos.

Se acabó el partido y Lucuix explotó de felicidad. Era uno más. Se abrazó con sus colaboradores, con sus dirigidos. Con todos. Estaba entre los más entusiasmados en la rueda mágica del final, entre saltos, casi sin parar. “En la vorágine del partido uno ve qué puntos pueden hacernos más fuertes. Lo ganamos a lo Argentina, defendiendo hasta el final con mucha garra y corazón”, graficó al equipo y, de algún modo, a su propia personalidad. Más allá de que sobre el campo supo ser uno de los brillantes exponentes de un deporte que acapara cada día más la atención de los argentinos.

Serio, Lucuix suele vivir los partidos con muchísima intensidad; después, si terminan en victoria, los festeja como un jugador más.
Serio, Lucuix suele vivir los partidos con muchísima intensidad; después, si terminan en victoria, los festeja como un jugador más.

En un encuentro electrizante, la Argentina volvió a sacar chapa de candidato en un Mundial de futsal. La selección dirigida consiguió el pase a la final tras ese emotivo 3 a 2 a Francia. El domingo, desde las 12, el seleccionado se medirá con Brasil, que en la otra semifinal superó a Ucrania por el mismo resultado. Será la tercera vez consecutiva de la Argentina en el partido decisivo de una Copa del Mundo.

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Kevin Arrieta abrió la cuenta para el equipo celeste y blanco mediante un penal y luego del empate transitorio de Nicolas Menendes, Ángel Claudino consiguió el 2 a 1; así acabó la primera parte. Los europeos igualaron por medio de Mamadou Touré. El encuentro se hizo muy físico y luchado, con infracciones al límite. Luego de una falta francesa, a 6 minutos del final, otra vez Arrieta acertó a la red, luego de un tiro libre sin más oposición que la del arquero.

“El mundo del futsal merecía esta victoria. Mucha gente hincha por nosotros y sentimos esa energía”, contó el DT, algo así como el Lionel Scaloni del conjunto nacional del fútbol practicado bajo techo y con otras reglas. Un mundo que el protagonista de esta historia conoce desde pequeño. Hasta que todo cambió en noviembre de 2012.

Se rompió algo más que una pierna. La Argentina nunca había pasado de un cuarto puesto en los mundiales de futsal, pero existían muchas expectativas para el certamen que se desarrolló en Tailandia. El conjunto, conducido por Fernando Larrañaga (murió en julio pasado, a los 80 años), tenía varios talentosos, pero ninguno como Matías Lucuix. Que ya mostraba sus condiciones en la liga española, en la que jugaba por Segovia. Luego de cuatro temporadas, pasó al Inter. Tenía clase, y era un jugador de toda la cancha.

El Mundial de Tailandia empezó con un andar irregular de la selección, que aplastó a México en el debut por 5-1, pero luego cayó frente a los italianos (3-2). El tercer partido fue el final. Australia no se asomaba como un rival de riesgo, y de hecho no lo fue: el equipo nacional lo aplastó por 7-1. Pero pocos se acuerdan de ese resultado. Sí de la impactante lesión sufrida por Matías, sobre uno de los laterales y al disputar una pelota rechazada por un australiano.

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Lucuix supo que el tema era serio, pero nunca imaginó que tanto. Lo sacaron en camilla, fue atendido preliminarmente, y una vez con diagnosticado, fue operado. La Argentina fue eliminada en los cuartos de final por Brasil (el rival de este domingo, el de toda la vida), que luego fue el campeón mundial.

Lucuix nunca volvió a jugar. La fractura de tibia y peroné fue triple. El médico que lo operó en España, Pedro Guillén, habló de una “lesión poco frecuente”. Le estimó un plazo de recuperación de unos 10 meses. Cuando parecía que Matías estaba en la recta final de la rehabilitación, sufrió dos recaídas. Debió ser intervenido quirúrgicamente otra vez.

Los 10 meses se transformaron de pronto en dos años. Después, en tres. Aquellos 26 años de edad con un futuro de estrella mutaron en 29. “Es difícil imaginar un regreso a la elite del futsal”, admitía en las entrevistas. “A tres años de mi lesión, comparto con ustedes mi decisión de dejar de jugar profesionalmente y dedicarme a nuevos proyectos deportivos”, anunció en 2015. Ya había realizado el curso de director técnico. Y decidió volver a su país.

Lucuix es el preparador de un exitoso seleccionado argentino, finalista de la Copa del Mundo de futsal por tercera vez consecutiva.
Lucuix es el preparador de un exitoso seleccionado argentino, finalista de la Copa del Mundo de futsal por tercera vez consecutiva.

“¿Querés trabajar conmigo en la selección?”, le preguntó un día Diego Giustozzi, fanático de River como él. Matías aceptó con gusto y comenzó su segunda etapa en el futsal. Lo que sigue es historia viva: Lucuix es tal vez el mejor DT de la historia de este deporte. “Fue el partido que imaginábamos. Sabíamos que íbamos a ganarlo de esta manera. Es un sueño hecho realidad”, comentó ahora, en Uzbekistán, con las pulsaciones a mil.

Un sueño hecho realidad, largos años después de tanta angustia.