El caso Fernando Alonso debería marcar una línea entre la seguridad y el espectáculo
Fernando Alonso acabó séptimo el Gran Premio de Estados Unidos después de una auténtica lección de pilotaje con un coche que, literalmente, se caía a trozos. No solo consiguió remontar casi diez posiciones después de la necesaria parada en boxes sino que se quedó a pocas vueltas de culminar la hazaña y adelantar al McLaren de Lando Norris y apretar así la clasificación del mundial por escuderías. Tras cruzar la línea de meta, más allá del lógico susto tras el espectacular choque con Stroll, el asturiano no podía ocultar su satisfacción: no tanto por el séptimo puesto en sí, sino por la nueva demostración de pilotaje.
Sin embargo, todo pareció quedar en nada cuando la FIA decidió aceptar una reclamación de Haas. Al parecer, el coche de Alonso no era seguro para competir en pista. Deberían haber hecho una parada más para corregir algunos ajustes, incluido sobre todo el desprendimiento del espejo retrovisor lateral derecho. Como esa parada ya no era posible a posteriori, la dirección de carrera le metió al español treinta segundos, aun reconociendo que buena parte de la culpa había sido suya por no sacar en el momento la bandera negra y naranja que indica al corredor y a su escudería que ese coche no puede seguir dando vueltas en ese estado.
En definitiva, que la FIA puso en riesgo a Alonso, puso en riesgo a los demás pilotos y al final despojaba del premio del esfuerzo al asturiano. Se había jugado la vida, literalmente, para nada. Alpine se indignó y protestó: si la FIA había considerado seguro el coche en carrera, ¿a qué venía que ahora cambiara de opinión porque Haas se lo decía? Casi una semana más tarde, el organismo internacional ha decidido dar marcha atrás y devolverle la séptima plaza a Alonso. ¿El motivo? La queja de Haas se produjo, formalmente, más de media hora después
Alonso and Stroll come together 💥😮#USGP #F1 pic.twitter.com/H8Wbs0GaXL
— Formula 1 (@F1) October 23, 2022
Obviamente, todos estamos contentos por Fernando y por el premio al esfuerzo. Es más, como aficionados, nos gusta la épica y nadie duda que hay algo épico en ver un coche tan dañado ir adelantando a otros coches en perfecto estado y remontar una posición tras otra. Parte de la esencia de la Fórmula Uno es esa: la superación del hombre por encima de su máquina y las de los demás. Ahora bien, el caso Alonso se ha solucionado mal y tarde, eso es un hecho. Y, alegrías aparte, un hecho preocupante.
A diferencia del aficionado, la FIA no atiende a la épica. Hasta cierto punto, su trabajo es evitarla. Impedir que haya sorpresas desagradables y cuidar por la seguridad de los pilotos y los aficionados durante el largo fin de semana de cada gran premio. En Estados Unidos, no lo hizo. No lo hizo, como hemos dicho, en carrera y no parece haberlo hecho fuera de ella. La resolución absolutoria no entra en ningún momento a debatir si el coche de Alonso era seguro o no. Simplemente, constata, burocráticamente, que la reclamación entró demasiado tarde.
Lo siento, pero es una broma. Si un coche no es seguro, no puede participar en carrera. El riesgo es enorme para todos. Podemos discutir si Alonso y Alpine tienen que pagar por la desidia de dirección de carrera. Yo tiendo a pensar que no, que una vez se hizo mal lo que tenía que haberse hecho de otra manera, es absurdo culpar a los que más en riesgo se pusieron a sí mismos. Dicho esto, la seguridad no puede depender de la burocracia. El ejemplo es peligroso: invita a las escuderías a poner en pista coches que no están en condiciones en la esperanza de que nadie se fije o se fije tarde.
Lo que hay que determinar es si el coche de Alonso era seguro. Eso es lo único importante. Más que el espectáculo, más que la épica y desde luego más que los papeleos. Si no lo era, alguien tiene que pagar por ello y el "mea culpa" de la FIA tiene que ser ostentoso, dejando claro que no va a permitir que se repita algo parecido. Si lo era, bueno, pues no pasa nada, adelante. Alonso, séptimo, pero por méritos propios, no por reclamaciones tardías.
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