Amigos en la infancia, hermanos en la guerra
LEÓPOLIS, Ucrania — En una gasolinera al oeste de Ucrania, tres hombres de veintitantos años, amigos desde la infancia, se dejaron caer en sillas de plástico. Agotados y ansiosos, empezaron a cantar.
Fue en marzo de 2022, tres semanas después de la invasión de las fuerzas rusas, y los hombres estaban de camino a la guerra. “Que haga frío y viento” era una vieja canción tradicional acerca de sobreponerse a la adversidad que habían cantado cuando eran niños y miembros de un grupo ucraniano de niños exploradores. De alguna manera, animaba el ambiente.
“En la pena y en la angustia y en el mar de las tinieblas”, cantaban, “te protegeré de la desgracia con un manto”.
Se llamaban Artem, Dmytro y Roman. Se conocieron siendo niños en el grupo de exploradores llamado Plast, en la ciudad occidental de Leópolis, y forjaron lazos durante excursiones por la montaña, en los que se quemaron por el sol, se rasparon las rodillas y fueron picados por insectos.
Más tarde, los juegos de la infancia dieron paso a la universidad, las novias y las noches de juerga en Leópolis.
Artem Dymyd era un viajero. Adicto a la aventura, nunca dejaba su paracaídas, pues le gustaba saltar desde donde se pudiera, ya fuera de un avión o desde un punto fijo (lo que se conoce como salto BASE) por todo el mundo. Los amigos lo llamaban ‘Kurka’, que en ucraniano significa pollo, por el mechón de pelo rizado que se dejó crecer en su juventud. El apodo se le quedó.
Dmytro Paschuk dejó la universidad para unirse a la Legión Francesa, en busca de aventuras y un ingreso fijo, luego regresó a la ciudad para abrir un bar de vinos. Era un emprendedor lleno de grandes ideas. Pero también le interesaba mucho ver prosperar su pequeño pueblo natal, cerca de la ciudad, y esperaba abrir allí una pequeña granja.
Roman Lozynskyi estudió ciencias políticas en Leópolis y se dedicó a la política local antes de hacer prácticas en el Parlamento canadiense. Fue elegido diputado al Parlamento ucraniano en 2019 y empezó a repartir su tiempo entre Kiev, la capital, y Leópolis.
Ninguno de ellos recordaba con certeza en qué momento se conocieron. En cierto sentido, se sentía como si siempre hubieran estado juntos.
Si antes eran amigos, dijo Dmytro más tarde, la guerra pronto los convertiría en hermanos.
En febrero de 2022, cuando Rusia inició su invasión a gran escala de Ucrania, Artem estaba viajando por Brasil, paracaídas en mano, buscando lugares para hacer salto BASE. Tomó un vuelo de regreso a casa cuando se enteró de la noticia. Se había alistado como voluntario en el Ejército en 2014 y había luchado en el este contra los separatistas apoyados por Rusia, así que se reincorporó de inmediato.
Roman estaba en Kiev. Se había presentado como reservista voluntario semanas antes, cuando la posibilidad de una guerra se volvió más real. Hizo planes para dirigirse a una base de entrenamiento militar en el centro de Ucrania y llamó a Dmytro, que estaba en Leópolis.
Dmytro también había decidido presentarse como voluntario y ya se dirigía a la misma base militar.
En cuestión de días, los tres hombres se encontraron en una base en el centro de Ucrania para firmar contratos y comenzar el entrenamiento. Y tres vidas que se habían separado desde sus días en los niños exploradores se volvieron a unir.
Pronto, se dirigieron al este como parte de una unidad de operaciones especializadas.
Estuvieron muy cerca de morir, incluida una ocasión en la que su campamento fue alcanzado por un bombardeo en las primeras semanas de la guerra.
“Hablamos mucho sobre la muerte”, comentó Roman. “Y luego, ocurrió”.
En el cuarto mes de la guerra, los tres amigos estaban desplegados cerca de la pequeña ciudad de Bila Krinitsia en el sur de Ucrania. El combate había sido feroz a lo largo de la orilla del río Inhuléts, que servía como frente de batalla entre las fuerzas rusas y ucranianas.
La noche del 18 de junio, Dmytro y Artem estaban durmiendo en su campamento —Roman se encontraba en una misión en otra ciudad— cuando un proyectil ruso se precipitó sobre ellos. La explosión despertó a Dmytro. Oyó gritos y, por instinto, buscó a su amigo.
“No pude encontrar a Kurka”, narró.
Artem estaba herido de gravedad. Otro amigo de los exploradores, Vitya Kolya, médico de la misma unidad, trató de curar a Artem mientras lo subían a la parte trasera de una camioneta. Dmytro iba al volante y se dirigieron a un hospital de campaña. Artem logró pronunciar unas últimas palabras: “Estoy vivo”.
“Durante un minuto, me quedé paralizado, como si hubiera olvidado quién era o dónde estaba”, recordó Dmytro.
Artem murió al cabo de una hora. Tenía 27 años.
“Kurka era un tipo que no le temía a la muerte”, relató Dmytro más tarde. “Y no era habladuría; así vivía”.
Tres días después, Roman y Dmytro viajaron a Leópolis para despedirse de su amigo.
A los pocos días, Dmytro y Roman volvieron a la guerra.
Roman y Dmytro sobrevivieron el verano, desarrollaron operaciones en el sureste de Ucrania. Se tenían el uno al otro, y a sus camaradas, y la misión todavía era clara, mientras luchaban para recuperar un área cercana a Jersón tomada por las fuerzas rusas.
La muerte de Artem los hizo concentrarse aún más en su futuro. Las decisiones de vida que planeaban posponer hasta después de la guerra se volvieron más urgentes.
Tanto Roman como Dmytro habían planeado pedirle matrimonio a sus respectivas novias de toda la vida, y quién lo haría primero se había convertido en una broma recurrente.
Roman no quería poner su vida en pausa. Así que pidió la mano de su novia, Svitlana, en septiembre. Un mes después, Dmytro hizo lo mismo con su novia, Ganusya.
“Estábamos celebrándolo en la guerra juntos”, contó Roman.
El otoño dio paso al invierno, el primero, en la guerra. En diciembre y enero, Roman y Dmytro publicaron videos en los que cantaban villancicos navideños y de la Navidad ortodoxa desde el frente. Con ello se cumplía un año de la invasión rusa.
A principios de marzo, pudieron darse un respiro. Tras unos días fuera, Dmytro regresó al campamento en la región de Jersón y Roman planeaba alcanzarlo varios días después. Roman seguía en Kiev el 12 de marzo cuando otro soldado llamó desde el sur.
Los rusos habían descubierto su posición y lanzaron un ataque kamikaze con drones. Dmytro murió en el acto. Al igual que Artem, tenía 27 años.
La muerte de otro amigo cercano atormentaba a Roman. “De verdad no podemos saber por qué estas cosas suceden cómo suceden ni por qué les pasaron a Kurka o a Dmytro”, dijo.
Los tres estuvieron juntos todo el tiempo en la guerra, recordó Roman, pero él no estuvo presente en el momento en que murieron sus dos amigos.
“¿Por qué no estuve con ellos?”, preguntó Roman. “Uno piensa que de haber estado ahí, hubiera podido hacer algo, salvarlos o algo así”.
Una vez más, viajó al oeste para despedirse de un amigo.
Tras cientos de días en el frente, Roman regresó este verano a su trabajo en el Parlamento, aunque sigue formando parte del Ejército. Está decidido a celebrar la vida de sus amigos.
“Te sientes impotente, ¿por qué les pasó a ellos?”, preguntó Roman. “Y esa es una pregunta para la que nunca conseguirás respuesta”.
c.2023 The New York Times Company