De estrella de la NBA a recibir palizas en la calle: así han destruido las enfermedades mentales a Delonte West

El exjugador de la NBA Delonte West. Foto: Twitter @damani_givens
El exjugador de la NBA Delonte West. Foto: Twitter @damani_givens

Hubo un tiempo en que hablar de Delonte West significaba referirse al baloncesto de alto nivel. No en vano este base y escolta nacido en Washington en 1983 fue elegido en la primera ronda del draft de 2004 y permaneció varias temporadas en la NBA en las filas de equipos como los Boston Celtics o los Cleveland Cavaliers (en los que fue compañero de LeBron y llegó a ser finalista y semifinalista de la Conferencia Este), entre otros. No era una superestrella, pero sí un complemento muy bueno en equipos con aspiraciones; un suplente de lujo que no tenía problemas en asumir responsabilidades cuando le tocaba.

Hoy, sin embargo, su vida discurre muy lejos de las canchas, de las que se retiró por una lesión de muñeca en 2015, cuando militaba en los Texas Legends, un equipo de la D-League (hoy G-League) afiliado a los Mavericks. Lo último que hemos sabido de él es tan triste como que alguien le ha dado una brutal paliza en plena calle. Antes de que veas las imágenes, te avisamos de que son muy duras y desagradables.

Se desconoce cuál fue la causa de tan lamentable incidente ni la identidad del agresor. Sí está circulando otro vídeo, en el que se ve al propio Delonte esposado y con las manos a la espalda, en el que le piden explicaciones sobre lo ocurrido. Lo único que acierta a decir es que alguien se le acercó con una pistola, y luego, con lenguaje más malsonante, que “no le importa” y otras frases difíciles de entender.

Sí que se sabe con certeza que West no pasa por su mejor momento, y eso es mucho decir en alguien con su historial. Hablamos de un jugador que ha protagonizado varios escándalos, algunos reales (le llegaron a detener por una infracción de tráfico y en el registro le descubrieron transportando varias armas de gran calibre), otros exagerados o directamente inventados (medios sensacionalistas le atribuyeron un romance con la madre de LeBron durante sus años de Cleveland). Hablamos de un jugador que en la cancha era capaz de alternar jugadas espectaculares con comportamientos muy antideportivos, como cuando, en su época en Dallas, le metió el dedo en la oreja a un rival.

Pero, sobre todo, hablamos de una persona que sufre un grave problema, algo en realidad relativamente común pero aún con un gran estigma social: enfermedades mentales. Delonte tiene diagnosticado un trastorno bipolar, aunque él en su momento lo intentó negar, achacando su inestabilidad a depresiones temporales sumadas al estrés de la vida de baloncestista profesional. Sí ha reconocido que tiene tendencias autodestructivas y que en muchas ocasiones ha pensado en el suicidio, e incluso lo ha llegado a intentar infligiéndose cortes y “tomando pastillas de nombres que no sabía pronunciar”, según confesó en un reportaje en el Washington Post. Su vida responde perfectamente al cliché de la montaña rusa con altibajos a toda velocidad, solo que al final no hay risas y hace tiempo que no pasa por un tramo ascendente.

Actualmente la salud mental del deportista sí que es un tema del que, más o menos, se habla abiertamente. Sobre todo a raíz de casos sonados, como el de Kevin Love, o la depresión que sufrió Ricky Rubio tras la muerte de su madre. Pero en aquellos tiempos era difícil que asuntos como este salieran a la luz. La mentalidad dominante, la misma que todavía conserva buena parte del público, es que los atletas de élite llevan una vida de lujo con ingresos estratosféricos y no tienen motivos para sentirse mal. Quizás con más apoyo Delonte habría podido salir adelante y no verse en una situación tan lamentable.

En honor a la verdad, más allá de la propensión genética que pueda tener para este tipo de desórdenes, hay que reconocer que la vida que le ha tocado vivir seguramente haya influido. Sobre todo en su infancia: por las venas de West corre sangre afroamericana (por parte de madre), europea y nativa, lo que le da un aspecto físico un tanto peculiar: rasgos negros pero con piel pálida, y además pelirrojo. Es sencillo imaginar que la crueldad de los niños en las escuelas de los suburbios capitalinos se cebaban especialmente con alguien tan diferente como él. “Cogí todo eso y lo llevé al baloncesto. No te puedes reír de mí en la cancha”, contaba para explicar su válvula de escape.

La situación económica de su familia, no demasiado holgada, le hizo cambiar de domicilio a menudo y le impidió echar raíces en algún lugar al que llamar “hogar”. Una de tantas mudanzas le llevó a una zona rural en el estado de Virginia, lo que, tal como relató, fue el origen de su “espiral hacia el abismo”. Sus lesiones autoinfligidas le llevaron a pasar varias veces por el hospital infantil. “Básicamente estaba desesperado pidiendo atención”, cuenta. Pero también explica que en una de esas noches ingresado tuvo una especie de revelación religiosa que le llevó a asentar su mente (al menos de manera temporal), a matricularse en un instituto y a convertirse en uno de los mejores jugadores juveniles del país.

Pasó por la universidad, le ficharon los Celtics, pasó brevemente por los Seattle Supersonics, luego fue a Cleveland. Cobraba sueldos bastante elevados (se estima que llegó a ganar 16 millones durante su carrera) parecía que por fin todo iba bien en su vida. Pero en 2008, a los 25 años, sus fantasmas volvieron. Se vino abajo antes de un partido de pretemporada, le diagnosticaron el trastorno bipolar y le empezaron a dar medicación.

El mundo del baloncesto le apoyó y le mostró su simpatía, esa que nunca se sabe si es sincera o si se trata en realidad de fachada para quedar bien ante la opinión púbica mientras, en realidad, para sí están pensando que “este tipo está loco”. En cualquier caso, la temporada 2008/09 fue bien. Se consolidó como titular, logró una media bastante decente de casi 12 puntos por partido y fue un elemento importante para que los Cavs se quedaran a punto de entrar en la gran final de la liga. Pero entonces surgió el rumor maledicente de la madre de LeBron y le detuvieron con armas en su moto, y todo se hundió de nuevo.

Sus problemas se multiplicaron. Derrochó su dinero, hasta el punto de que durante el lockout de 2011 (el cierre patronal que tuvo la NBA en 2011 debido a discrepancias en el convenio laboral con los jugadores, y que mantuvo la competición parada durante medio año), al dejar de cobrar su sueldo, se vio en la ruina y tuvo que buscar trabajo como mozo de almacén en una cadena de tiendas de muebles. Regresó a la NBA, a Boston y a Dallas, pero nada volvió a ser lo mismo: un par de indisciplinas le apartaron del equipo, probó suerte en China, incluso intentó recuperar su mejor nivel en categorías inferiores... no hubo manera de regresar.

Y hasta ahí. Desde que definitivamente dejó el baloncesto se ha sabido poco más de él. De vez en cuando salía algún rumor en las redes sociales: que si incidentes menores en los que se seguían poniendo de manifiesto sus problemas de cabeza, que si pequeños altercados, que si vivía como un vagabundo... Poco a poco fue cayendo en el olvido, desapareciendo de las preocupaciones del público que tenía nuevos héroes que admirar. Ahora, de repente, nos hemos encontrado con la cruda realidad de un hombre que lo tuvo todo pero que hoy está destruido y no es capaz de salir de la miseria sin ayuda. ¿Encontrará una mano amiga que le ayude a levantarse, o la indiferencia continuará cebándose con él?

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