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La defensa de Abdeslam juzga "desproporcionada" la cadena perpetua

París, 24 jun (EFE).- La defensa de Salah Abdeslam, el único superviviente de los comandos yihadistas que provocaron 130 muertos en París y Saint Denis el 13 de noviembre de 2015 consideró este viernes "desproporcionada" la condena de cadena perpetua sin posibilidad de liberación solicitada contra él por la Fiscalía.

En su alegato final a pocos días de que, nueve meses después de su inicio, el juicio quede visto para sentencia, los abogados de Abdeslam criticaron que su cliente es víctima "de un proceso político".

Además, destacaron que durante todo este tiempo no se ha podido acreditar ningún delito que justifique la pena máxima recogida en el ordenamiento jurídico francés.

Olivia Ronen, la principal abogada del acusado, reconoció que esperan que su cliente sea condenado a "una pena dura" porque "ha reconocido que ayudó al Estado Islámico (EI)" y que "formó parte de los comandos".

"Pero la cadena perpetua, sin posibilidades de volver a vivir en libertad, me parece que es perder el sentido de la mesura", señaló la letrada ante su cliente, vestido de blanco, con el rostro cubierto por una mascarilla.

Abdeslam todavía tendrá el próximo lunes una última posibilidad de dirigirse al tribunal antes de retirarse a deliberar.

La letrada señaló que la cadena perpetua solo se ha aplicado en Francia contra asesinos en serie, a quienes se les niega la posibilidad de reinsertarse en la sociedad.

La amenaza de esa misma condena pesa también sobre Mohammed Abrini, que al igual que Abdeslam colaboró en la preparación de los atentados, aunque la Fiscalía fue más indulgente con él, puesto que en su requisitoria pidió que pueda solicitar la libertad condicional tras al menos 22 años de cárcel.

PAGAR POR SU SILENCIO

Ronen recordó que durante el juicio Abdeslam ha admitido delitos y que, entre lágrimas, pidió perdón a los familiares de las víctimas.

Lo presentó como un miembro "diferente" de los comandos: el único que no había viajado a Siria y el único que, "por humanidad", no detonó su cinturón de explosivos. Además, hizo notar que no hay pruebas de su radicalización temprana, ni de adhesión al EI ni de que dejara un testamento.

Sus abogados le describieron como un joven "normal" que fue manipulado por el EI, enrolado "en el último momento" en los comandos y ajeno a todos los preparativos.

"No es un sociópata, ni un iluminado. Al contrario. Era un joven de su tiempo, que se indignaba, como todos los jóvenes de su edad (por los bombardeos en Siria), una generación sensible a la injusticia que el EI supo canalizar bien. Algo que funcionó bien en Europa, en particular en Molembeek", aseguró Martin Vettes, el otro letrado del principal acusado.

INCOHERENCIAS

Este letrado puso sobre la mesa "incoherencias" de la acusación, obstinada a su juicio en presentar a Abdeslam como una de las piezas maestras de los atentados cuando, en realidad, fue instrumentalizado por su hermano Brahim y por su amigo de infancia Abdelhamid Abaaoud, el cerebro de la masacre.

Vettes afirmó que a lo largo de 145 días de proceso oral y del millón de folios del sumario "ha quedado de manifiesto que las cosas son más complejas" de lo que la acusación ha pretendido al pedir la pena máxima.

La Fiscalía, sin embargo, no tomó por sinceras sus disculpas y estimó que, hasta el final, Abdeslam fue "fiel a su ideología". Según su análisis, está probado que su cinturón de explosivos falló en el último momento, y que fue eso y no una falta de voluntad lo que le impidió llevar a cabo su proyecto sangriento.

Durante los interrogatorios, el acusado aseguró que, horrorizado por las imágenes que vio de los bombardeos de la coalición en Siria, quiso ayudar a sus hermanos musulmanes. Reconoció haber trasladado a personas a Bélgica, sin saber que eran futuros kamikazes.

En todo momento negó estar al corriente de que se estaba preparando una masacre. Según su versión, fue solo la víspera del 13 de noviembre, tras la renuncia de Abrini a llevar uno de los cinturones de explosivos, cuando fue incluido en los comandos.

Tras llevar en coche a otros dos kamikazes al Estadio de Francia, donde se hicieron volar por los aíres, acudió a un café del distrito 18 de París, que era donde tenía que detonar el suyo mientras otro comando ametrallaba en varias terrazas de París y un tercero provocaba 90 muertes en la sala Bataclan de la capital.

Pero, siempre según su testimonio, se arrepintió en el último momento y huyó al sur de París, donde abandonó ese cinturón de explosivos. Horas después acudieron a buscarle dos amigos belgas que le llevaron a su Molenbeek natal, el barrio de Bruselas donde fue apresado cuatro meses más tarde.

(c) Agencia EFE