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La carta de Cristina Kirchner que dinamita al Frente de Todos

Cristina Kirchner
FABIAN MARELLI

Aturdida por el voto popular que desnudó los límites de su poder, Cristina Kirchner cometió un acto de autodestrucción política bajo el imperio de una emoción violenta. La idea de plantearle el miércoles un ultimátum público y desproporcionado a Alberto Fernández para que se sometiera a su voluntad fue dinamita pura en los cimientos del Frente de Todos. La carta que publicó esta noche en medio de la crisis parece la carga definitiva sobre la coalición peronista que los argentinos votaron para gobernar hasta 2023.

Dejó todo a la luz. “No podíamos ganar”, confiesa. Lo atribuye a una “política de ajuste fiscal equivocada” que ella, en sus palabras, se cansó de advertir ante un Presidente que se negaba a verlo. La fuerza de la palabra escrita agiganta el impacto de su acusación de que el entorno de Fernández hace operaciones mediáticas en su contra, la revelación de los nombres que pidió para cambiar ministros y el desdén con el que alude, sin nombrarlo, al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, cuando pone: “Al día siguiente de semejante catástrofe política, uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones”.

El durísimo audio de Fernanda Vallejos sobre Alberto Fernández: le dijo “enfermo”, “mequetrefe” y “atrincherado”

La reacción de la vicepresidenta sucede a unas declaraciones previas de Fernández en Página 12, en la que alude a un supuesto acuerdo por la reforma del Gabinete que ella habría incumplido con las renuncias en masa que inició el miércoles Wado de Pedro. “Con presiones no me van a obligar”, fue la frase desafiante que le dedicó su criatura presidencial.

Los intentos de alcanzar un acuerdo que desescale la crisis en marcha parecen un mal chiste cuando cae la noche en Buenos Aires. Sin mesura a la vista, la guerra está desatada. Cristina acelera hacia lo desconocido, sin reparar en lo inverosímil que resulta ahora un repunte electoral en noviembre y en las condiciones en que deja al Gobierno. Ya es personal.

En las trincheras del albertismo retumba desde ayer la palabra “traición”. Wado de Pedro desató una cascada de renuncias que llegaron a los medios de comunicación antes que al despacho presidencial. En el manual del kirchnerismo eso constituye una declaración de guerra: así se lo habían hecho saber a Martín Guzmán en mayo, cuando quiso echar a través del periodismo al subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo. Así lo admite Cristina en su carta fulminante. El estupor es indisimulable en la Casa Rosada y en la quinta de Olivos en estas horas de indefinición y versiones cruzadas. Sus habitantes le gritaban “destituyente” a Mauricio Macri porque dijo sin mucho cuidado aquello de “o cambian o se van a tener que ir”. Los hechos propios ridiculizan las palabras ajenas.

Cristina habló con Fernández el martes, en una reunión hermética en Olivos, sobre una reformulación urgente del gabinete y de la política de Guzmán. Fernández retrata ese episodio sin testigos como un encuentro fructífero. Cristina transmite algo distinto. “Habían transcurrido 48hs sin que se comunicara conmigo y me pareció prudente llamarlo y decirle que tenía que hablar con él. Deje pasar 48hs deliberadamente, para ver si llamaba”, relata, en una frase que expone cómo concibe su relación con el Presidente. Algo parecido a la sumisión. Blanquea ahí que pidió al gobernador de Tucumán, Juan Manzur, alguien que no cuenta con su cariño, en lugar de Cafiero. No lo dice, pero Fernández se resistía a sacar a su funcionario de mayor confianza.

Ese desencuentro a puertas cerradas derivó en un escandaloso espectáculo público. El Gobierno se desayunó el miércoles con las renuncias en bloque del gabinete de Santa Cruz y de Buenos Aires, los dos territorios donde Cristina ejerce sin limitaciones su voluntad (en la Provincia finalmente Axel Kicillof no le aceptó a nadie la dimisión). Al mediodía, Fernández reivindicó a Guzmán en un acto en la Casa Rosada y le cedió la palabra para que diera un discurso amablemente desafiante, en el que dijo que todas las medidas que tomó contaban con el respaldo de Cristina, Kicillof, Máximo y Sergio Massa. El dedo en la llaga. Por eso la vicepresidenta se encargó en la carta de recordar que ella viene marcando desde hace meses su desacuerdo con el rumbo económico.

Martín Guzmán y el presidente Alberto Fernández: el acto que antecedió a la tormenta
Ignacio Sánchez


Martín Guzmán y el presidente Alberto Fernández: el acto que antecedió a la tormenta (Ignacio Sánchez/)

De Pedro disparó la primera renuncia apenas después por orden de ella. El sacudón puso a Fernández ante una encrucijada apremiante. Se rinde y entrega los últimos jirones de su autoridad presidencial o se sumerge a la dimensión desconocida de gobernar sin el kirchnerismo, en un estado de minoría angustiante. Decidió parar el reloj. En parte es su costumbre patear los conflictos para adelante. Pero en este caso -casualidad o estrategia- el tiempo podía jugarle un poco a su favor: el Frente de Todos es una familia mal ensamblada en la que la amenaza de ruptura toca los intereses de muchos actores relevantes. Más que nunca cuando hay elecciones legislativas en el horizonte cercano. Con el correr de las horas empezaron a llegar apoyos de gobernadores, diputados, intendentes y sindicalistas. La sangría de renuncias se detuvo, en un impasse dramático. ¿Cuánto más podría demorar una definición?

En vivo: las últimas novedades sobre la crisis política

Cristina Kirchner nunca imaginó que justo ahora su criatura presidencial fuera a empacarse. En su entorno, consideran que Fernández debe “allanarse”. Lo culpan de llenar el gabinete de amigos sin capacidad de conducción política (apuntan sobre todo pero no únicamente a Santiago Cafiero) y de validar el ajuste del gasto que promovió Guzmán en su camino por pactar con el FMI. El impactante audio de la diputada Fernanda Vallejos, en el que trata al Presidente de “enfermo”, “mequetrefe” y “okupa”, retrata la virulencia que condimenta el desacuerdo. La pluma de Cristina ratifica que no se trató de un exabrupto aislado.

La presión kirchnerista para hacer cambios urgentes respondía al miedo a que en noviembre fuera demasiado tarde para torcer el rumbo. Vislumbraban dos caminos contradictorios, igual de preocupantes:

  • Que sin una reacción clara el resultado de las legislativas fuera otra paliza que dejara al Gobierno en minoría en las dos cámaras, maniatado y con el “boleto picado” de cara a 2023.

  • Que con algunos ajustes en la campaña, ciertas medidas de estímulo y un mayor compromiso militante de la dirigencia peronista el Frente de Todos pudiera mejorar algo sus números y que eso pudiera ser interpretado por Fernández como una validación de su equipo y sus políticas. Es decir, que todo siguiera más o menos igual, en vuelo crucero hacia un fracaso dentro de dos años.

La lógica de Cristina el martes fue atacar en caliente para forzar los cambios ahora. ¿Midió las consecuencias de arrojar semejante misil? El silencio presidencial, las reacciones peronistas y la perplejidad de la opinión pública descolocaron a los promotores de la ofensiva. La vicepresidenta intuyó que el Gobierno le estaba tirando la opinión pública en contra. Lo acusa sin eufemismos al vocero presidencial, Juan Pablo Biondi. Ya el miércoles había sido llamativo el interés de la propia vicepresidenta por difundir a través de su vocero que había llamado a Guzmán para decirle que no pedía su cabeza. Temía que la señalaran de un eventual temblor financiero. Lo ratificó en su texto, cuando señala que confía “sinceramente” que Fernández y Guzmán se van a sentar a revisar los números del presupuesto para moderar el ajuste. Y se encargó de aclarar que no reclama una política alocada, como sugieren sus rivales internos: “No estoy proponiendo nada alocado ni radicalizado”.

Los caminos posibles

Emisarios de distintos sectores intentaron una mediación entre Alberto y Cristina, de momento trabada por el orgullo. “La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”, tuiteó al mediodía el Presidente. Como quien dice “mando yo”. Edulcoró el mensaje al enfatizar su vocación de mantener unida la coalición.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el escenario de la derrota electoral
Franco Fafasuli / POOL Argra


Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el escenario de la derrota electoral (Franco Fafasuli / POOL Argra/)

La opción de que todo vuelva a fojas cero con un acuerdo en el que todo el gabinete siga en sus cargos sonaba ya por la tarde a cuento fantástico. “Está todo roto”, admite un funcionario leal al Presidente. ¿Podía De Pedro mantenerse en el Gobierno después de encabezar el virtual motín contra el Presidente? A estas alturas parece imposible. También que Cristina, después de semejante asedio, acepte dejar a su gente en la administración si Fernández no entrega a Cafiero, Guzmán o alguna cabeza de alto valor. Un canje costosísimo para ella, pero cualquier otra cosa implicaría asumir una derrota adicional a la que le propinaron las urnas. Tienen que sentarse a negociar, claman desde despachos relevantes del Congreso, desde las gobernaciones oficialistas y la CGT.

El vértigo no ayuda a calmar ansiedades. Desde la Casa Rosada, a De Pedro lo dieron por caído y lo levantaron en cuestión de minutos. Sergio Uñac apareció como un potencial reemplazo, pero se volvió a gobernar su provincia, San Juan, después de reunirse a solas con el Presidente. Fernández habló con Manzur antes de que Cristina lo expusiera como su preferido para este momento. Todo incertidumbre. “Cabeza fría y no apurarse”, es el mantra albertista en pleno terremoto.

A Fernández un grupo de sus fieles le recomendaba desde temprano ir por otro camino: aceptar todas las renuncias presentadas por los kirchneristas, formar un nuevo gobierno de tinte peronista clásico y tratar de recomponer su autoridad desde allí, con soporte institucional de gobernadores, intendentes y gremios. Acaso con un acuerdo (improbable con ojos de hoy) con la oposición. El viejo sueño trunco del albertismo. Es un sendero riesgoso que en la práctica implicaría convertir en ficción definitiva el Frente de Todos. ¿Qué haría Cristina en ese caso? ¿Se acomodaría en la hipocresía o avanzaría hacia la ruptura, con una separación de bloques legislativos y una política de resistencia para proteger su tan preciado “capital simbólico”?

Ministros y funcionarios llega a Casa Rosada
Silvana Colombo


Santiago Cafiero, al entrar en la Casa Rosada (Silvana Colombo/)

Una batalla en la cima abre el riesgo de explosión en las capas inferiores. La unidad está atada con hilo de coser en muchos distritos, donde reina la desconfianza entre peronistas tradicionales con los dirigentes de La Cámpora, el massismo y los representantes de movimientos sociales. La inminencia de unas elecciones en las que se juegan bancas de verdad agrega dramatismo e incertidumbre.

Opinión. Presidente, queda poco tiempo

La carta de Cristina hace volar todo por los aires. En Olivos se enteraron por las alertas en los medios de comunicación. “Mientras escribo estas líneas tengo el televisor encendido pero muteado y leo un graph: ‘Alberto jaqueado por Cristina’. No… no soy yo. Por más que intenten ocultarlo, es el resultado de la elección y la realidad”, aguijoneó en otro tramo de su filípica.

Hay demasiada gente en el Frente de Todos en shock, perdida entre los escombros del peronismo unido. Solo explican la reacción de Cristina en el desconcierto que le pudo causar el resultado. Toda la campaña se pensó como una contienda para disimular la debilidad del Gobierno. La llave maestra era ganar aunque fuera por un voto la provincia de Buenos Aires, con el sobreentendido de que Juntos por el Cambio ganaría el país. Eso le hubiera permitido salvar la ropa, culpar a la pandemia y dejar prendida la llama de una recuperación política de cara al 2023. El kirchnerismo ya volvió de otras caídas en las elecciones de medio término. Pero el escrutinio no dejó a nadie a salvo. Perdió el país por 9 puntos, la provincia por 4,4, cayó en Santa Cruz y en bastiones de La Cámpora, como Quilmes. El mapa pintado de amarillo fue una humillación lacerante, amplificada por la sorpresa. El comando de campaña oficialista había confiado en la encuesta a boca de urna del CEOP que le daba 8 puntos de ventaja sobre el bloque opositor.

Y sin embargo existían hasta el miércoles a la mañana muchas razones para pensar que en noviembre el Gobierno podía mejorar. Acaso no para ganar, pero sí al menos para acercarse a Juntos por el Cambio y retener la mayoría absoluta en el Senado. La propia oposición lo admitía.

Esas condiciones quedaron sujetas a revisión cuando Cristina decidió incendiar Roma. La guerra a cara descubierta entre la vicepresidenta y el Presidente empina el camino hacia noviembre del Frente de Todos, que coquetea con la posibilidad de una catástrofe electoral. No hay campaña posible con un gobierno entre paréntesis.

Ella sugiere que no va a renunciar. ¿Qué espera a estas alturas del Presidente?