Lia Thomas arremolina todo el debate sobre los atletas transgénero, inclusión y juego limpio

Lia Thomas, estudiante y atleta transgénero de la Universidad de Pensilvania, descansa tras haber ganado los 100 metros libres en una competencia entre su universidad y la Universidad de Harvard en Boston, el 22 de enero de 2022. (M. Scott Brauer/The New York Times)
Lia Thomas, estudiante y atleta transgénero de la Universidad de Pensilvania, descansa tras haber ganado los 100 metros libres en una competencia entre su universidad y la Universidad de Harvard en Boston, el 22 de enero de 2022. (M. Scott Brauer/The New York Times)

Mientras Samantha Shelton, una talentosa nadadora de la Universidad de Harvard, atravesaba el agua en la competencia femenina de las 100 metros libres del sábado por la tarde, Lia Thomas, de la Universidad de Pensilvania, parecía estar satisfecha con permanecer a la altura de la cadera de su rival en el carril adyacente.

Shelton salió disparada desde el principio. Se abrió camino por el agua y tomó la delantera. Mientras tanto, Thomas no dejó de pasearse a su lado. Lucía relajada, como si estuviera en una sesión de entrenamiento de nado. Los hombros anchos y los brazos largos de Thomas, características distintivas de una nadadora de élite, parecían molinos de vientos por la facilidad con la que la arrastraban.

Luego vino la vuelta final.

Si bien Shelton inició el tramo final con la actitud firme de seguir batallando, rumbo a marcar su mejor tiempo de la temporada, Thomas, con su brazada larga, rítmica y poderosa, devoró la distancia que las separaba y terminó ganando casi por un cuerpo. Acto seguido, las nadadoras se quitaron las gafas y se saludaron. Thomas se inclinó sobre la cuerda para ofrecerle un saludo de puño a una sonriente Shelton.

El gesto quizás no fue más que una simple muestra de aprecio entre dos competidoras.

O quizás fue algo más simbólico: una señal de aceptación.

Muchas cosas están abiertas a la interpretación cada vez que Thomas salta a la piscina. Es una mujer transgénero y ha tenido una temporada sobresaliente con su equipo femenino. Posee las mejores marcas del país entre las nadadoras universitarias en los 200 y 500 metros libres, pero, para algunos, su éxito también ha puesto en conflicto dos pilares del espíritu deportivo: la inclusión y el juego limpio.

Lia Thomas, en el centro y a la izquierda, estudiante y atleta transgénero, compite en los 200 metros libres femeninos en Harvard, categoría en la que ganó con un tiempo de 1:47:08, en Boston, el 22 de enero de 2022. (M. Scott Brauer/The New York Times).
Lia Thomas, en el centro y a la izquierda, estudiante y atleta transgénero, compite en los 200 metros libres femeninos en Harvard, categoría en la que ganó con un tiempo de 1:47:08, en Boston, el 22 de enero de 2022. (M. Scott Brauer/The New York Times).

Thomas se ha convertido en un tema polémico para los medios de comunicación de derecha, un asunto polarizante para los defensores de la comunidad LGBTQ y un tópico espinoso para los competidores, así como para la Asociación Nacional Deportiva Universitaria (NCAA, por su sigla en inglés) y otros órganos rectores deportivos, que están tratando de trazar un camino para los atletas que no encajan perfectamente en las clasificaciones de sexo utilizadas en la mayoría de los deportes.

La NCAA modificó la semana pasada una normativa sobre atletas transgénero que tenía una década de antigüedad. Las mujeres transgénero —a las cuales se les exige tomar medicamentos supresores de testosterona 12 meses antes de poder calificar para competir en las divisiones femeninas— ahora deben cumplir con límites de testosterona impuestos por el órgano rector nacional del deporte que practiquen. Los nuevos límites podrían entrar en vigor incluso el próximo mes con miras a los campeonatos de invierno de la NCAA, que se realiza a mediados de marzo para la natación femenina (un hombre transgénero no puede competir en un equipo femenino una vez que haya comenzado a tomar testosterona).

Este requisito para las mujeres transgénero llega en un momento en el que los órganos rectores de muchos deportes están cuestionando los vínculos entre la testosterona, que ayuda a los hombres jóvenes a desarrollar masa muscular durante la pubertad, y el rendimiento deportivo.

USA Swimming informó el jueves que estaba revaluando sus normativas para atletas transgénero en nivel élite, lo que significa que los requisitos para los nadadores transgénero podrían cambiar en las próximas semanas.

Aunque ha habido un número cada vez mayor de atletas transgénero que han hecho la transición durante la universidad, las que generan más atención (y críticas) son las mujeres transgénero que compiten en eventos femeninos y ganan. Eso sucede rara vez: por ejemplo, está el caso de Juniper Eastwood, quien ganó carreras para la Universidad de Montana, y CeCe Telfer de la Universidad Franklin Pierce, quien ganó el campeonato nacional de la División II de 2019 en los 400 metros con vallas.

Y luego está Thomas, quien ha conseguido mejores tiempos esta temporada que varias nadadoras universitarias que compitieron en los Juegos Olímpicos del verano pasado.

Thomas, de 22 años, creció en Austin, Texas, y desde pequeña fue una nadadora talentosa. Empezó a nadar más o menos al mismo tiempo que ingresó al kínder. Pocos años después terminaría en el sexto lugar de los campeonatos estatales de escuelas secundarias y seguiría a su hermano mayor a la Universidad de Pensilvania, para seguir nadando. Thomas terminaría siendo con el tiempo una de las mejores nadadoras de la Ivy League. En 2019, siendo estudiante de segundo año, terminó en el segundo lugar en los campeonatos de la Ivy League en los 500, 1000 y 1650 metros estilo libre masculinos.

El mes pasado, Thomas confesó en un pódcast del sitio web de natación Swimswam que había hecho todo eso bajo altos niveles de angustia, pues se sentía atrapada en su propio cuerpo.

En el otoño de 2019, Thomas le anunció a su equipo su decisión de iniciar el proceso de transición de sexo y nadó de forma intermitente para el equipo masculino en su tercer año en la universidad mientras se sometía a la terapia hormonal. Luego llegó la pandemia del coronavirus, que clausuró todos los deportes de la Ivy League por un año. Thomas se retiró de la Universidad de Pensilvania el año pasado para poder preservar la última temporada en la que cumplía con las condiciones (en aquel momento, la Ivy League no permitía que los estudiantes de posgrado compitieran) y volvió a inscribirse en agosto.

Thomas afirmó en el pódcast que ha sido “interesante” y “raro” adaptarse a un nuevo estándar de tiempo durante los entrenamientos y las carreras, tras haber perdido mucha masa muscular y fuerza como resultado de la supresión de la testosterona.

Por ejemplo, su mejor marca nacional en los 500 metros femeninos, 4:34.06, es más de 15 segundos más lenta que su mejor marca personal antes de que comenzara la terapia de remplazo hormonal.

“Tuve muchas incertidumbres sobre mi futuro en la natación y sobre si podría seguir nadando”, dijo, sobre su transición. “Simplemente estoy feliz de poder nadar. Me encanta competir. Me encanta ver lo rápida que puedo ser. Es una evolución continua de lo que creo que puedo hacer en función de cómo progresa y evoluciona mi entrenamiento”.

Los campeonatos de la Ivy League se realizarán el próximo mes y luego vendrán los campeonatos de la NCAA, en marzo. Con casi plena certeza eso azuzará el debate, como ya sucedió cuando figuras icónicas como Michael Phelps, quien está teniendo una segunda carrera como defensor de la salud mental, y Martina Navratilova, defensora de los derechos de la comunidad LBGTQ, cuestionaron si Thomas debía competir en un equipo femenino.

Pero otros se preguntarán cuándo la discusión se centrará menos en el ganador y más en el ser humano.

Es por eso que si hubo algo memorable el sábado, no fueron las dos carreras que Thomas ganó con comodidad ni los dos relevos en los que batalló con resolución. Fue la manera en la que se desenvolvió en el agua: con la cabeza sumergida, con gracia y soltura.

© 2022 The New York Times Company

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