'Tal vez no debí haber venido': los cambios relacionados con las visas de Estados Unidos dejan a los estudiantes en la incertidumbre

Harvard Yard, en el campus de la universidad, en Cambridge, Massachusetts, el 28 de mayo de 2020. (Cassandra Klos/The New York Times)
Harvard Yard, en el campus de la universidad, en Cambridge, Massachusetts, el 28 de mayo de 2020. (Cassandra Klos/The New York Times)
Loay Alem, estudiante de ingeniería de Arabia Saudita que asiste a la Universidad de California, campus Los Ángeles, en Los Ángeles, el 7 de julio de 2020. (Kendrick Brinson/The New York Times)
Loay Alem, estudiante de ingeniería de Arabia Saudita que asiste a la Universidad de California, campus Los Ángeles, en Los Ángeles, el 7 de julio de 2020. (Kendrick Brinson/The New York Times)

LONDRES — Oliver Philcox estaba por terminar el primer año de sus estudios de posgrado en Astrofísica en la Universidad de Princeton cuando comenzó el brote de coronavirus. Las clases se suspendieron en marzo y luego se impartieron en internet. Para mayo, Philcox había decidido regresar al Reino Unido, su país de origen.

“A la larga, fue una pésima idea, comentó Philcox, de 24 años. “Pero yo pensaba que podría regresar en septiembre”.

Tanto Philcox como muchos otros estudiantes extranjeros corren el riesgo de no poder continuar sus estudios en instituciones estadounidenses, debido a una reciente decisión del gobierno de Donald Trump que establece que los alumnos cuyas clases comenzaron a impartirse completamente en línea serán despojados de sus visas y obligados a abandonar Estados Unidos en el otoño.

Muchas universidades consideran que es una medida política. Creen que es un intento para presionarlas con el fin de que vuelvan a abrir sus instalaciones en vez de impartir clases por internet durante la pandemia. Para algunos estudiantes internacionales, esta disposición plantea frustrantes dificultades de logística e incertidumbre. Para otros, sobre todo los alumnos cuyos países están envueltos en algún conflicto o cuyas tecnologías de comunicación no tienen el nivel necesario para el aprendizaje en línea, esta decisión seguramente trastornará sus vidas y cambiará su futuro de manera radical.

Según los datos del Informe sobre Intercambio Educativo de Open Doors de 2019, el plan del gobierno de Trump que exige que las clases sean presenciales para los estudiantes internacionales afectaría aproximadamente a un millón de alumnos. China envía el mayor número de estudiantes —con cerca de 370.000 inscritos en las universidades estadounidenses en el periodo de 2018-19— seguida por India, con poco más de 200.000 estudiantes inscritos ese año.

A medida que esta realidad se ha hecho evidente, ha aumentado la indignación de los estudiantes de todo el mundo que ahora se ven ante la posibilidad de no poder regresar a Estados Unidos ni de permanecer ahí para seguir estudiando. Muchos de ellos están dudando si valió la pena la decisión de inscribirse en una institución estadounidense, a pesar de su experiencia y su prestigio.

Macarena Ramos Gonzalez, originaria de España y quien está a punto de terminar su programa de doctorado en Fisiología Aplicada en la Universidad de Delaware, fue tajante: “Si en verdad no me quieren aquí —y el gobierno lo ha dejado muy claro de muchas maneras—, tal vez no debí haber venido”.

Esta decisión pone de manifiesto una gran disociación entre la lucha de la mayoría de las universidades por la diversidad entre los estudiantes y los miembros del personal y un gobierno que rechaza esos principios, comentó.

Cientos de miles de estudiantes, y quienes los apoyan, han firmado peticiones que exigen al gobierno que reconsidere esta decisión y exhortan a las universidades para que defiendan a los estudiantes extranjeros. Algunas instituciones están replanteando sus políticas de reapertura para el otoño con el fin de permitir que haya algunas clases presenciales.

La Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts han demandado al gobierno de Trump en los tribunales federales para detener esa disposición con el argumento de que se trata de una medida política que dará un giro a la educación superior en Estados Unidos, y otras universidades han intentado atenuar los temores de los estudiantes. Pero muchos siguen preocupados.

La disposición también generó confusión porque ni siquiera se sabe si algunas universidades ofrecerán clases presenciales o si las restricciones se aplican a las investigaciones de posgrado.

Para algunos estudiantes internacionales, Estados Unidos ha sido un refugio que les ofrece protección de los conflictos de sus países de origen y una forma de paliar las deficiencias de una infraestructura que no es suficiente para acceder a un aprendizaje remoto. Pero ahora esa sensación de seguridad ha dado un vuelco.

En el pueblo de Ifat Gazia en Cachemira, el gobierno de India cortó el acceso a internet en agosto como parte de algunas medidas para fortalecer su control en el territorio en disputa. Pese a que el servicio fue restaurado en enero, solo está disponible la tecnología 2G, lo que hace que sea casi imposible hacer llamadas por Skype, no digamos tener acceso al video que sería necesario si ella quisiera asistir a las clases por Zoom.

Gazia llegó a Estados Unidos en agosto, justo cuando India estaba reprimiendo severamente su región. No pudo llamar a sus padres para avisarles que había llegado bien ya que el gobierno indio había cortado la telefonía fija y el servicio de telefonía móvil en Cachemira.

“Me consideré afortunada cuando aterricé”, comentó Gazia. “Pero cuando esta semana salió esta disposición, me sentí desolada”.

Señaló que la educación superior a menudo es una vía para que Estados Unidos atraiga trabajadores muy calificados.

“Es lo que constituye la grandeza de Estados Unidos”, señaló. “Pero muchos estadounidenses creen que solo estamos aquí para sacar provecho del país. No se dan cuenta de todo lo que aportamos”.

Para algunas personas, no vale la pena continuar debido al dinero y a la tensión. Andres Jaime, de 48 años, cuyo hijo de 19 años es estudiante en el Berklee College of Music en Boston, comentó que habían decidido que este pospondría sus estudios y regresaría a Colombia.

Jaime dijo que ya le habían pedido a la universidad que redujera sus cuotas para el próximo semestre “porque la experiencia en internet no es lo mismo”, pero la universidad se negó a hacerlo. La disposición acerca de las visas reafirmó aún más su resolución de que debería regresar a casa.

Otros estudiantes han comenzado a considerar otras opciones, como Andy Mao de Shanghái, estudiante de biología de 21 años de la Universidad de Nueva York., quien estaba preparándose para el Graduate Record Examination cuando escuchó la noticia.

Este era su último año en un programa de licenciatura y había planeado estudiar por años en Estados Unidos debido a su cargo como director de investigación. Pero mencionó que ahora añadiría a su lista algunas universidades de Canadá y Singapur.

“Me sigue gustando este país”, comentó. “Pero si reeligen a Trump, nos vamos a enfrentar a una gran incertidumbre”.

En muchos casos, los estudiantes de posgrado y doctorado tienen cónyuges e hijos viviendo con ellos en Estados Unidos, lo que significa que esta disposición también tendrá como consecuencia el desarraigo de familias enteras. En algunos casos, los niños serán desplazados del país en el que nacieron y el único que han conocido.

Entre esos estudiantes se encuentra Naette Lee, quien desea obtener un doctorado en comunicaciones en la Universidad de Maryland. Lee, de 38 años, procedente de Trinidad y Tobago, vive con su marido, de nacionalidad belga, y su pequeño hijo, quien nació en Estados Unidos y es ciudadano estadounidense. No podrían viajar a Europa juntos debido a una prohibición a los viajeros de Estados Unidos sin residencia.

Además, si Lee tiene que regresar a su país, será separada de su familia ya que Trinidad y Tobago ha prohibido que entren extranjeros al país durante la pandemia y esa restricción se aplicaría a su esposo y su hijo.

“Esto no solo se trata de la universidad”, afirmó. “Implica dejar atrás nuestra vida”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company