De Siria a Alemania en busca de una vida para Malak

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Esta imagen tiene poco más de un año. Algo más de 365 días en los que la vida de Mohanad y sus seres queridos ha cambiado radicalmente. Igual que la de los más de 4 millones de sirios que se han visto obligados a huir de su país por una guerra sin cuartel que ya supera los cinco años de duración.

Exhausto tras una peligrosa travesía por el Mediterráneo en la que cientos han perdido la vida, este joven estudiante de Veterinaria de Idlib, uno de los lugares que más han sufrido el conflicto, besaba a su hija Malak, de poco más de un mes. Había viajado en sus brazos todo el trayecto entre Bodrum (Turquía) y la isla de Kos (Grecia). El fotógrafo de Reuters fue capaz de capturar su alivio al llegar a puerto de forma segura y la instantánea se hizo viral en agosto de 2015 cuando por primera vez los medios europeos prestaron atención a una crisis humanitaria que ya llevaba años produciéndose.

“Tenía 40 días y si le pasaba algo no me lo perdonaría en la vida. Nos habíamos levantado a las 2 de la mañana y cogimos un bote en el que íbamos 60 personas. Teníamos mucho miedo de que se hundiese y le pasara algo a mi hija. Por suerte llegamos al primer intento a la isla de Kos”, relata.

Pero la historia de Mohanad empieza, como la de todos los sirios, varios años atrás: en 2011, cuando sus esperanzas por una Siria más libre y unos sirios con más derechos fueron sepultadas por la implacable represión del Gobierno de Al Asad ante las manifestaciones, en principio pacíficas, que pedían una apertura democrática.

Turquía ya no es país para sirios

Él estaba estudiando en la Universidad de Hama -ciudad a 200 km al norte de Damasco y tristemente conocida por la masacre de 1982 perpetrada por Hafez Al Asad-, mientras que la mayor parte de su familia permanecía en la capital. Sin embargo, los intensos bombardeos sobre sus suburbios, controlados por los rebeldes, provocaron que todos se volvieran a reunir en Idlib.

“Estuvimos 6 meses hasta que comenzaron los enfrentamientos y el Gobierno lanzó bombas de racimo contra el pueblo. Es algo que no voy a olvidar jamás. Allí estuve trabajando en una farmacia, pero el Ejército amenazaba con enrolarme en sus filas, así que decidimos huir a Turquía”, cuenta.

Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos hay más de 7 millones de desplazados internos que han tenido que abandonar sus casas y desplazarse a otros lugares del país para huir del conflicto, mientras que los que se han marchado de Siria buscando unas mejores condiciones de vida son más de 4 millones. Mohanad ha vivido las dos situaciones, pero la experiencia en Turquía no fue nada sencilla.

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Refugiados sirios cruzan la frontera entre su país y Turquía en Akcakale (REUTERS).

“Nos asentamos en un campo de refugiados, me casé y nació mi niña. Pero las cosas eran muy complicadas. Hacía mucho calor, los precios estaban muy hinchados, no había ningún tipo de higiene y si te quejabas te amenazaban con expulsarte. También había mucho racismo y segregación”.

Por eso, pese a lo pequeña que era Malak, Mohanad y su mujer Kozr decidieron intentar llegar a Europa por el mar. Ninguno de los dos quería que la niña creciera en ese campamento de refugiados turco en el que había nacido, pero que ofrecía unas condiciones indignas para un bebé.

Sus primeros días de vida transcurrieron muy lejos del lugar al que pertenecía y al que tiene muy difícil volver. Su sangre es siria y su familia también. Pero Malak ya es prácticamente ciudadana del mundo tras atravesar varios países junto a sus padres en unos meses en los que su futuro estuvo en juego.

Ni volver a Siria ni quedarse en Turquía eran una opción, por lo que los brazos de Mohanad fueron su refugio en la travesía hasta Kos. Donde miles han muerto en los últimos meses, ellos consiguieron sobrevivir. Los tres acababan de llegar a Europa y pensaban que las cosas solo podían ir a mejor.

¿El paraíso de las oportunidades?

Pero Grecia no fue lo que esperaban. En Kos estuvieron una semana, en la que se sorprendieron negativamente sobre las condiciones que había en el continente, ¿de verdad era este el hogar soñado? Era agosto de 2015 y miles de refugiados llegaban a las costas griegas buscando una puerta abierta que les permitiera avanzar por Europa.

“No había baños, ni retretes, solo había un grifo con agua potable para todos… Nos fuimos en barco a Atenas y después en autobús a Macedonia. Había muchos sirios y la policía era muy dura. Empezaron a pegar a un chico, se lo llevaron a una habitación y siguieron golpeándole. Oíamos los gritos desde fuera, aunque nunca supimos lo que pasó”, rememora Mohanad.

Sin embargo, visto con perspectiva no fue lo peor que les esperaba. Malak, con poco más de un mes de vida, pudo contemplar media Europa junto a sus padres. Ni llevaban cámara de fotos, ni disfrutaron de los tesoros culturales que ofrece el continente. Al contrario, tuvieron que sortear muchos obstáculos, como si de un videojuego se tratara, donde el más mínimo error suponía volver a empezar de nuevo. Es en lo que ha convertido la Unión Europea la mayor crisis de refugiados tras la II Guerra Mundial.

El primer gran desafío tras la llegada a Grecia fue una caminata durante horas por la vía del ferrocarril hasta la frontera con Serbia. Ya en el país balcánico empezaron a andar por el bosque para esquivar los controles policiales que les amenazaban con la detención. Eran un grupo muy grande, por lo que pudieron evitar a los vándalos y ladrones que durante meses se aprovecharon de los refugiados que viajaban solos y a los que las fuerzas ya les empezaban a fallar tras jornadas maratonianas.

Probablemente Malak nunca recordará estos momentos tan tensos que tuvo que vivir con sus padres. Era aún muy pequeña y puede crecer inconsciente del sufrimiento que han vivido millones de sirios en los últimos cinco años.

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Malak se esconde debajo de la cama (Foto de Mohanad).

Tampoco pensará en lo difícil que fue cruzar Hungría, un país que ha aplicado políticas anti refugiados muy duras, reforzando sus fronteras e impidiendo el paso. Aunque quizás a veces vuelva a su cabeza un recuerdo fugaz de ese campesino que les ofreció refugio, pero que a la vez estaba llamando a la policía para que les detuviera. O de cómo salieron corriendo para evitar ser atrapados. O de ese otro buen hombre que les pidió un taxi que les llevó a Budapest, dejando atrás el peligroso bosque en el que muchos antes fueron víctimas de la delincuencia o de la violencia policial. Y así, casi sin darse cuenta, la pequeña Malak ya estaba en Munich. En Alemania, el destino soñado, ese lugar en el que las esperanzas de un futuro mejor lejos de las bombas se podían cumplir.

“Nos entregamos nosotros mismos a la policía alemana y nos mandaron al campo de Friedland, donde tuvimos que dormir en un pasillo de oficinas por la falta de espacio. Pero como teníamos un bebé nos asignaron una habitación. Estuvimos dos meses y los servicios y la comida estaban bien”, cuenta Mohanad.

Miedo de nosotros

El pobre recibimiento a los refugiados en la mayoría de países de Europa no ha tenido su reflejo en Alemania, donde más de 1 millón de personas han sido acogidas, la familia de Mohanad incluida. Ahora tienen una casa amueblada al norte del país y reciben 300 euros mensuales por persona, más 200 adicionales por la niña, con la sanidad y las medicinas gratuitas.

Su situación es más cómoda que la de muchos otros refugiados y les permite empezar de nuevo, especialmente para la pequeña Malak, que con 1 año va a poder aprender alemán y gozar de un futuro que no está lastrado por una guerra eterna. Pero la adaptación no es sencilla, ya que el carácter alemán es mucho más frío que el sirio y Mohanad se queja de la dificultad de poder acercarse a los alemanes y hacer cosas juntos.

“Sentimos que tienen miedo de nosotros. No sé por qué”, explica.

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Mohanad sujeta a Malak en un parque alemán (Foto de Mohanad).

Ha hecho un curso de alemán y quiere matricularse en la universidad para completar los estudios de Veterinaria, pero para eso necesita la residencia, con la que pedir un crédito para el estudio. Claro que preferiría volver a Siria, pero es consciente de que no va a ser fácil a corto plazo. De hecho, gran parte de su familia está aún en Turquía, en campamentos de refugiados, y su idea es llevarles también a Alemania y que puedan estar cerca de él.

Mientras tanto, la pequeña Malak ya tiene 14 meses y crece feliz e inconsciente de lo que tuvo que pasar en su primer año de vida. Algún día Mohanad se sentará con ella y la hablará de Damasco y de Idlib, del olor a jazmín antes de que el azufre de los bombardeos impregnara el ambiente en el “país más bonito de todos”. También de sus gentes, de sus costumbres y tradiciones. Pero sobre todo le contará la historia de su vida; de cómo esa niña nació lejos de casa y cuando ni siquiera había dado sus primeros pasos se tuvo que recorrer media Europa para tener una oportunidad, mientras que la tierra prometida se seguía consumiendo en una guerra interminable en la que la supervivencia tenía más que ver con el azar que con otra cosa.

Javier Taeño @javiertaeno​)