Daniel Aceves y una medalla en Olímpicos que significó la primera televisión a color de su familia

Daniel Aceves es medallista de plata en los Juegos de Los Ángeles 1984. / Foto: Instagram: danielacevesvillagran
Daniel Aceves es medallista de plata en los Juegos de Los Ángeles 1984. / Foto: Instagram: danielacevesvillagran

Daniel Aceves creció en medio de máscaras, cabelleras, llaves exóticas y un mundo de fantasía ligado a los encordados.

De niño era ‘gordito’, pero esto no le impidió convertirse en el primer hispanohablante que llegó al podio olímpico en la lucha grecorromana, una gesta que hoy permanece inalcanzable en el escenario mexicano y que para él, y para su familia, significó un cambio sin retorno en la vida.

Ir por el honor de competir

“En ese entonces recibí 500 dólares de premio, eso era lo que había porque se consideraba a la lucha un deporte amateur”, recuerda Aceves, medallista de plata en los Juegos de Los Ángeles 1984, la última edición de los Juegos Olímpicos en que se competía por el honor de la victoria, el profesionalismo era una palabra ajena y figuras, como Michael Jordan, acudían solo porque eran deportistas universitarios.

“Con ese dinero, junto con mi hermano, compramos una televisión a color. Nosotros nunca habíamos tenido una televisión a color, compartirla con la familia fue un primer y significativo cambio”, detalló en entrevista con el Comité Olímpico Mexicano, recordando que en aquella edición de 1984 su hermano mayor, Roberto, compitió en -62kg y fue eliminado en la primera ronda.

Aceves, el segundo de una familia de cuatro hijos, creció en la colonia Guerrero, una zona popular en el centro de la Ciudad de México y donde se forjó una identidad y arraigo que le ocasionaron, al regresar de Los Ángeles como medallista, una recepción multitudinaria para ‘uno de los suyos’.

Esa iracunda ciudad capital más tarde también le generó una desesperación relatada en el libro ‘Medallistas olímpicos mexicanos’ cuando le robaron su auto y adentro iba la medalla olímpica que había ganado en 1984. Semanas después un proyectil rompió la venta de su casa, era la medalla olímpica envuelta en periódicos.

El origen entre la ilusión y el deseo

Daniel es hijo de Roberto “Bobby” Bonales, un ícono de la época de oro de la lucha libre en México, contemporáneo del El Santo y Blue Demon, y parte de la cartelera inaugural de la Arena México en 1956. Daniel, aficionado desde pequeño al mundo de los combates, forjó su ruta olímpica en el sistema público, en el Deportivo Guelatao, ubicado a pocas cuadras de su casa.

“Pude practicar actividad física en un deportivo que está ubicado en el centro histórico de la Ciudad de México, porque si hubiera sido por los recursos que tenía, no lo hubiera podido hacer”, reconoce Aceves. “Como niño tuve acceso a la práctica de una disciplina deportiva a pesar de que cuando inicié era un niño con obesidad y ciertos problemas de salud, por eso ahora asumo con gratitud este tipo de experiencias”, agrega.

Aceves se forjó, en el peso gallo, como uno de los mejores luchadores juveniles del mundo hasta que se levantó con el cetro mundial de la categoría en el Mundial Juvenil de 1980 celebrado en Colorado Springs. Convertido ya en una promesa del deporte mundial, dentro de una disciplina que fue olímpica desde la primera edición de 1894, Daniel se enfiló a cumplir el ciclo olímpico.

Así fue subcampeón en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1982 en Kingston, Jamaica, bronce en los Panamericanos de 1983 en Caracas, Venezuela, y promesa olímpica para Los Ángeles 1984. Para llegar a tope, Aceves se concentró 60 días antes de los Juegos Olímpicos en Colorado Springs, y ahí forjó el carácter necesario para llegar al podio.

Olímpico para siempre

“Ser olímpico te da un estatus social irreversible”, advierte Aceves, medallista de plata en una polémica pelea final celebrada en los Juegos de Los Ángeles 1984. “En el mundo solo hay 110 mil olímpicos, también hay una población de 7 mil 800 millones de habitantes, así que es una élite muy restringida los que tienen el privilegio de representar a su país en unos Juegos Olímpicos”, enfatiza.

En la competencia olímpica celebrada en Anaheim, Aceves tuvo una sorpresiva derrota frente al turco Erol Kemah, un acicate que lo hizo reaccionar para derrotar al ecuatoriano Iván Garcés, al chino Richa Hu y al finlandés Taisto Halonen. En la final el rival era Atsuji Miyahara, de Japón, y monarca mundial un año antes, con el que perdió.

La comunicación de aquellos días era austera. Apenas aseguró su pase a la final, Daniel buscó el teléfono para avisar a su familia. Contestó su padre, en portentoso luchador ahora convertido en porrista a través del televisor. “Bobby” Bonales le dijo a su hijo que ya había visto el combate en su pantalla blanco y negro, le deseó suerte y terminó la llamada sin saber que esa pelea le permitiría ver los próximos eventos a todo color.

El resultado ante Miyahara fue polémico porque lo jueces no vieron un toque de espaldas del nipón que hubiera significado su derrota y la medalla de oro para México. La pelea terminó 9-4 a favor del asiático, Daniel se sintió decepcionado por algún momento pero luego entendió el valor histórico de ese resultado obtenido a las orillas de Los Ángeles, en unos juegos en los que México llevó 99 deportistas también llegó al podio con los marchistas Raúl González, Ernesto Canto, el ciclista Manuel Youshimatz y el boxeador Héctor López.

A su regreso a México tuvo una multitudinaria recepción en casa, la colonia en la que él había crecido ahora festejaba a uno de sus hijos. “(Una medalla olímpica) sí te hace distinto ante los ojos de una sociedad que reclama tener iconos, modelos”, reconoce.

La medalla es una nueva vida

Aceves Villagrán no pudo volver al escenario olímpico, una circunstancia que le pasa al 80% de los medallistas olímpicos mexicanos en los Juegos siguientes a cuando alcanzaron el podio; su problema fue físico.

“Tiene que ver también el cuidado que tenemos como deportistas, en mi caso tuve unas cirugías en las rodillas, un descuido médico importante, una falta de cultura en los procesos de entrenamiento, temas que hoy se han ido solventando con la incorporación de los equipos multidisciplinarios”, reconoce.

Pero el golpe ya estaba dado y ese resultado le permitió cambiar la vida más allá de un televisor. En el México de la década de los dos 80 los escasos medallistas olímpicos abrían con sus resultados oportunidades de estudio y laborales que de otra manera hubiera sido difícil conseguir.

Aceves, licenciado en Derecho en la universidad pública de la UNAM, tiene la filosofía de que un medallista olímpico debe tener “más proyectos que recuerdos” y él ha emprendido una batalla por lograr becas vitalicias para deportistas olímpicos y paralímpicos que lleguen al podio durante los Juegos.

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