Se cumplen 30 años de la misteriosa muerte de Christina Onassis, la mujer más rica del mundo

El viernes 18 de noviembre de 1988, solo veinticuatro horas antes de su muerte, Christina Onassis se comprometió en secreto con el empresario textil argentino Jorge Tchomlekdjoglou ante el Obispo de la Iglesia Ortodoxa Griega de Buenos Aires. La hija del magnate Aristóteles Onassis viajó expresamente a la ciudad sudamericana para sellar su amor con Tchomlekdjoglou, que era hermano de su mejor amiga y de origen griego como ella.

 

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A la mañana siguiente, Christina estaba radiante. Se levantó más temprano que de costumbre, habló por teléfono con su hija Athina, que entonces se encontraba en Suiza con su padre, y se reunió con su amiga y futura cuñada, Marina Dodero, para hacerse las uñas y peinarse con Andrea, el peluquero de la beautiful people porteña durante los años 80. Luego se dirigió caminando a la casa de su prometido, recorriendo las calles del elegante barrio de Recoleta donde setenta años antes su padre había comenzado a levantar su imperio naviero.

Aquella noche, Christina y Jorge Tchomlekdjoglou cenaron en la casa de campo de Dodero en el country club Tortugas, una exclusiva urbanización a las afueras de la capital argentina fundada por el aristócrata español Antonio Maura y Gamazo. Hacía mucho calor, pero la heredera griega sentía frío. A pesar de estar en pleno verano, llevaba puesto un abrigado jersey. Habló durante toda la cena sobre su padre y su hermano Alexander, que se había matado en un terrible accidente aéreo cuando solo tenía 25 años. Ya de madrugada, se despidió de todos y se fue a dormir. Nunca más despertó.

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A las 10 de la mañana del domingo 20 de noviembre, su amiga la encontró en el suelo del cuarto de baño, con los ojos abiertos y mirando al infinito. Al principio, Dodero pensó que Christina se había quedado dormida junto a la bañera. Solía ocurrirle porque tomaba somníferos para conciliar el sueño. Fue una empleada quien dio el parte: “È morta! È morta!”. A las pocas horas, el mundo entero ya sabía que la mujer más rica del mundo había muerto. Y que lo había hecho como vivió: rápido y en soledad. Tenía 37 años.

Pobre niña rica

Christina Onassis nació en una cuna de oro, literalmente. El 11 de diciembre de 1950, su madre, Athina Livanos, dio a luz a una niña en la exclusiva clínica LeRoy de Nueva York. Su padre, Aristóteles Onassis, ya era uno de los hombres más ricos del mundo. El magnate comenzó a amasar su fortuna en Argentina en los años 20 y 30 del siglo XX importando tabaco y a los pocos años ya controlaba gran parte del comercio naviero del planeta.

La niña y su hermano mayor, Alexander, recibieron una educación exquisita entre Francia, Grecia e Inglaterra. Pero Christina siempre sintió que le faltaba amor. Cuando solo tenía diez años, sus padres se divorciaron. Entonces, Aristóteles Onassis hizo pública su relación con la soprano María Callas, y Athina Livanos se casó con el aristócrata británico John Spencer-Churchill. Ese fue el comienzo de la particular tragedia griega de Christina.

Con 20 años, se casó en secreto con Joseph Bolker, un hombre divorciado y casi tres décadas mayor que ella. Se conocieron en Montecarlo en 1971 y al poco tiempo se fugaron a Las Vegas para darse el “sí, quiero”. Ari Onassis la obligó a divorciarse a los siete meses. En compensación, le regaló setenta y cinco millones de dólares por su 21 cumpleaños.

 

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El dinero fue su maldición. Creía que los hombres solo la querían por su fortuna y se sentía sola. Y no tardaría en estarlo aún más. En menos de tres años perdió a toda su familia. Su hermano Alexander murió en un accidente de avión en Atenas, en 1973. Su madre, Athina, falleció en 1974, dejando a su hija más dinero: otros setenta y siete millones de dólares. Su padre murió poco después, legándole su inmensa fortuna.

A sus 25 años, Christina lo tenía todo, menos amor. Se enamoró en un sinfín de ocasiones. En una época llegó a obsesionarse con Carlos Falcó, marqués de Griñón, al que perseguía por los Montes de Toledo. “Es el único al que no le importa mi dinero”, reconocería la heredera. Esa relación no pudo ser, pero el aristócrata español siempre fue un buen amigo para ella. Al final, Christina se casó otras tres veces, la última con el empresario francés Thierry Roussel, con quien tuvo a su única hija en 1985. La llamó Athina, en honor a su madre. Poco después de dar a luz, descubriría que su marido tenía una relación y un hijo con la modelo sueca Marianne "Gaby" Landhage. El hallazgo la destrozó.

Un viejo amigo

En noviembre de 1988, durante una visita a su amiga Marina Dodero en Buenos Aires, Christina se reencontró con Jorge Tchomlekdjoglou y se enamoró de él. Jorge era hermano de Marina e hijo de un poderoso empresario textil argentino de origen griego. Ella estaba más feliz que nunca. Pero también tenía miedo. Presentía su final.

“Los médicos le encontraron algo. Jamás me contó con precisión de qué se trataba, pero la vi algo consternada”, reveló Dodero en el libro Mi vida con Christina Onassis. La verdadera historia jamás contada”, que escribió en 2014 con el periodista Rodolfo Vera Calderón, colaborador habitual de ¡HOLA!. “Después de su muerte entendí la razón por la que antes de venir a Buenos Aires todas las noches me llamaba llorando para pedirme que si algo llegaba a pasarle, le jurara que me ocuparía de su hija Athina”. La autopsia arrojó que la causa de su muerte fue un ataque al corazón, causado por un edema agudo de pulmón.

En su testamento, Christina estipuló que el padre de su hija, Thierry Roussel, recibiera una anualidad vitalicia millonaria. Todo lo demás se lo dejó a la pequeña Athina: el dinero, las acciones de las empresas, los barcos, las joyas, las propiedades alrededor del mundo, la legendaria Skorpios… Un patrimonio estimado en más de 2.500 millones de dólares. Cuando Athina cumplió la mayoría de edad, vendió las alhajas, los inmuebles y la isla, quizá intentando huir de la “maldición” de los Onassis.

Christina Onassis era la mujer más rica del mundo, pero murió sola y rodeada de misterio. En su funeral, Marina Dodero se quedó impresionada con el aspecto tétrico de su amiga, un personaje que había cautivado al planeta con su vida, sus amores, sus dramas y sus excentricidades. “Tú, que lo tenías todo, no te puedes ir así”, dijo Dodero. Antes de despedirse, se sacó el collar de perlas que tenía puesto y lo metió en el ataúd.  “Quería que tuviera algo bello y terrenal”.