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Un cubrebocas incómodo podría ser la solución a las enfermedades transmitidas por el aire y al desperdicio de productos N95

Trabajadores de la salud usan respiradores elastoméricos mientras visitan a los pacientes en el Hospital Yale New Haven en New Haven, Connecticut, el 30 de abril de 2020. (Kirsten Luce/The New York Times)
Trabajadores de la salud usan respiradores elastoméricos mientras visitan a los pacientes en el Hospital Yale New Haven en New Haven, Connecticut, el 30 de abril de 2020. (Kirsten Luce/The New York Times)

A principios de la década de 1990, mucho antes de que los equipos de protección individual, las mascarillas N95 y la transmisión asintomática se convirtieran en términos habituales, las autoridades sanitarias federales publicaron directrices sobre cómo debían protegerse los trabajadores médicos de la tuberculosis durante un resurgimiento de esta enfermedad respiratoria altamente infecciosa.

Su recomendación, los respiradores de elastómero, un cubrebocas de grado industrial familiar para los pintores de autos y los trabajadores de la construcción, se convertiría en las décadas siguientes en el criterio de referencia para los especialistas en control de infecciones centrados en los peligros de los patógenos transmitidos por el aire.

Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) de Estados Unidos las promovieron durante el brote de síndrome respiratorio agudo grave de 2003 y la pandemia de gripe porcina de 2009. Desde entonces, algunos estudios han sugerido que los respiradores elastoméricos reutilizables deberían ser un equipo esencial para los trabajadores médicos de primera línea durante una pandemia respiratoria, un evento que, de acuerdo a la predicción de los expertos, agotaría rápidamente los suministros de N95, los cubrebocas de filtración desechables fabricados en su mayoría en China.

Pero cuando el coronavirus se extendió por todo el mundo y China suspendió las exportaciones de N95, los respiradores elastoméricos no se encontraban en la gran mayoría de los hospitales y clínicas de Estados Unidos. Aunque es imposible saberlo con certeza, algunos expertos creen que la grave escasez de cubrebocas en los primeros momentos contribuyó a la ola de infecciones que acabó con la vida de más de 3600 trabajadores sanitarios.

La pandemia ha generado una serie de dolorosas lecciones sobre la importancia de prepararse para las emergencias de salud pública. Desde la tibia respuesta inicial del gobierno de Trump hasta el chapucero despliegue de pruebas de coronavirus por parte de los CDC y sus mensajes contradictorios sobre el uso de cubrebocas, la cuarentena y la reapertura de las escuelas, el gobierno federal ha sido criticado enérgicamente por el mal manejo de una crisis sanitaria que ha dado como resultado un millón de estadounidenses muertos y ha hecho mella en la fe del público en una institución que antes era venerada.

Tres años después de la pandemia, los respiradores elastoméricos siguen siendo una rareza en los centros sanitarios estadounidenses. Los CDC han hecho poco para promoverlos y todas, excepto un puñado de la decena de empresas nacionales que se apresuraron a fabricarlos en los últimos dos años, han dejado de fabricarlos o han cerrado porque la demanda nunca prosperó.

La mayoría cuestan entre 15 y 40 dólares cada uno y los filtros, que deben sustituirse al menos una vez al año, cuestan casi 5 dólares cada uno. Los cubrebocas, hechos de silicona blanda, son cómodos, según las encuestas de los trabajadores sanitarios, y tienen una vida útil de una década o más.

Un trabajador de la salud usa un respirador elastomérico en el Hospital Yale New Haven en New Haven, Connecticut, 30 de abril de 2020. (Kirsten Luce/The New York Times)
Un trabajador de la salud usa un respirador elastomérico en el Hospital Yale New Haven en New Haven, Connecticut, 30 de abril de 2020. (Kirsten Luce/The New York Times)

“Es frustrante y aterrador, porque un cubrebocas como este puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte, pero nadie sabe de su existencia”, afirmó Claudio Dente, cuya empresa, Dentec Safety, dejó de fabricar hace poco respiradores elastoméricos que fueron rediseñados específicamente a petición de los reguladores federales para los trabajadores sanitarios.

La estrategia provisional del gobierno con respecto a los respiradores elastoméricos durante la pandemia ha escapado en gran medida al escrutinio público, incluso cuando los productores estadounidenses de cubrebocas, los expertos en política sanitaria y los sindicatos de enfermería han estado presionando a los funcionarios federales para que las promuevan de forma más agresiva. Señalan que los cubrebocas son una alternativa ambientalmente sustentable y rentable a los N95. Si se usan correctamente, ofrecen mejor protección que los N95, que, como su nombre indica, solo filtran el 95 por ciento de los patógenos. La mayoría de los respiradores elastoméricos superan el 99 por ciento.

Los cubrebocas tienen otro atributo notable: la mayoría se fabrican en Estados Unidos.

Ahora que los hospitales han vuelto a comprar mascarillas faciales baratas, fabricadas en China, y que la resurgente industria estadounidense de cubrebocas ha implosionado, los expertos advierten de los peligros de la continua dependencia del país de los equipos de protección fabricados en el extranjero. Muchas de las empresas estadounidenses que han abandonado el negocio son nuevas empresas cuyos fundadores se metieron en el negocio de los equipos de protección individual por un sentido del deber cívico.

“Es triste ver cómo toda esta capacidad de fabricación se pone en marcha durante una crisis, para luego cerrarla porque los hospitales e incluso nuestro propio gobierno prefieren ahorrarse unos centavos comprando en China”, acusó Lloyd Armbrust, presidente de la Asociación de Fabricantes de Cubrebocas de Estados Unidos. Entre sus miembros solo hay 8 empresas que siguen produciendo cubrebocas, frente a las 51 de hace un año. Según Armbrust, 17 de las empresas cerraron.

Algunos expertos afirman que la estrategia laxa de los CDC respecto a los respiradores elastoméricos está fomentando involuntariamente el regreso de la dependencia nacional de los cubrebocas desechables fabricados en el extranjero. Eric Feigl-Ding, investigador de salud pública que dirige el grupo de trabajo de COVID-19 en la Red Mundial de Salud, criticó a los funcionarios federales por su inacción a pesar de las pruebas convincentes de que los elastómeros proporcionan el mayor nivel de protección contra los virus en aerosol. “Llegado un punto, hay que actuar sobre la base de la ciencia existente y no hacerlo es una negligencia del deber”, aseguró.

Para ser claros, los expertos federales en salud respaldan el uso de elastómeros, pero dicen que están esperando los resultados de estudios adicionales antes de ofrecer un apoyo total a su adopción generalizada por parte del personal médico. Emily Haas, científica del Instituto Nacional para la Seguridad y la Salud en el Trabajo (NIOSH) de los CDC, dijo que los investigadores aún estaban lidiando con la necesidad de desinfectarlos regularmente y con las quejas sobre los difícil que resulta comunicarse mientras se usan los respiradores, aunque algunos modelos más nuevos facilitan que los usuarios puedan ser escuchados.

Proporcionar un respirador elastomérico a cada uno de los dieciocho millones de trabajadores sanitarios del país costaría casi 275 millones de dólares, según Nicolas Smit, experto en elastómeros y director ejecutivo de la Asociación Estadounidense de Fabricantes de Mascarillas. En comparación, señaló que el gobierno federal gastó 413 millones de dólares en una campaña desastrosa para descontaminar las mascarillas N95 para que pudieran reutilizarse con seguridad.

James C. Chang, higienista industrial, ha sido durante mucho tiempo un partidario de los elastómeros. En 2018, ayudó a elaborar un informe sobre ellos para las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina y, tras la efímera pandemia de gripe porcina de 2009, convenció a su empleador, el Centro Médico de la Universidad de Maryland, para que comprara 1500 cubrebocas. La decisión se basó en parte en una investigación que predecía que una pandemia respiratoria que durara más de unas pocas semanas provocaría una escasez catastrófica en la cadena de suministro.

“Cuando se hicieron los cálculos, quedó bastante claro que se agotaría una reserva de seis o siete dígitos de material desechable con bastante rapidez”, señaló. “No es factible que ningún hospital almacene tantos cubrebocas”.

Uno de los únicos sistemas hospitalarios del país que adoptó los cubrebocas a gran escala fue Allegheny Health Network en Pensilvania occidental, que al principio de la pandemia distribuyó más de 8000 respiradores en sus catorce hospitales. La decisión de hacerlo se debió a una coincidencia geográfica: la sede de Allegheny en Pittsburgh no estaba lejos de la planta de fabricación de MSA Safety, una empresa centenaria que empezó a producir equipos de protección para los mineros del carbón con la ayuda de Thomas Edison.

A raíz de un llamado por parte de los administradores de los hospitales, MSA empezó a enviar los cubrebocas de calidad industrial, pero pronto se encontraron con un problema. Los filtros que sobresalían solo filtraban el aire inhalado, lo que significaba que el aire exhalado por un usuario infectado podía suponer un riesgo potencial para la salud de las personas cercanas, según Zane Frund, director ejecutivo de investigación de materiales y productos químicos de MSA Safety.

La solución no era exactamente ciencia espacial: los diseñadores de productos simplemente eliminaron la válvula de exhalación de los cubrebocas y el NIOSH aprobó los nuevos modelos a finales de 2020. Un ajuste posterior del diseño añadió un amplificador de voz mecánico para facilitar la comunicación.

Sricharan Chalikonda, jefe de operaciones médicas de Allegheny, se mostró sorprendido por la popularidad que alcanzaron entre los 2000 miembros del personal médico que se equiparon para usarlas, un proceso destinado a garantizar que el aire no eludiera el hermético sello facial del cubrebocas.

Según un artículo que se publicó en el Journal of the American College of Surgeons, ninguno de los empleados volvió a usar las N95. El costo-beneficio de confiar casi por completo en los elastómeros resultó irrefutable: equipar a los trabajadores era una décima parte de lo que costaba suministrarles N95 desechables. En otro estudio se comprobó que, al cabo de un año, los filtros seguían siendo eficaces en un 99 por ciento.

“Los elastómeros supusieron un cambio radical para nosotros”, afirmó Chalikonda. “Cuando pienso en todos los millones de dólares desperdiciados en N95 y luego en todo lo que se hizo para tratar de reutilizarlos, te das cuenta de hasta qué punto los elastómeros son una oportunidad desaprovechada”.

© 2022 The New York Times Company