Cuba está sumida en la más ardiente oscuridad | Opinión

Para lo único que ha valido el vetusto régimen castrista ha sido para sumir a Cuba en la miseria durante más de seis décadas. Una vez más, las catástrofes naturales se suman a la desastrosa gestión de la dictadura y contribuyen a que los cubanos sufran, si cabe, más penurias.

El paso del huracán Ian por la parte occidental de la isla ha empeorado unas ya de por sí deplorables condiciones de vida marcadas por la escasez de alimentos, viviendas derruidas e infraestructura que adolece de falta de mantenimiento.

La fuerza brutal del ciclón colapsó un sistema eléctrico anticuado y la mayor parte del país se vio inmerso en la oscuridad total. Durante días la población se ha encontrado sin electricidad por los cortes masivos, mientras muchos de ellos han tenido que paliar los destrozos causados por las inundaciones en hogares que nunca han podido ser modernizados.

Este apagón generalizado es una cruel metáfora de la situación en la que viven los cubanos. Los sistemas totalitarios imponen la penumbra colectiva y se normaliza subsistir entre tinieblas no sólo en el ámbito de las necesidades más básicas, sino también en lo que respecta a las libertades individuales. Se vive sin luz en las casas y esa oscuridad es a la vez el manto represor que silencia a quienes disienten en busca de la claridad en un túnel que parece no tener fin.

El ya desaparecido dramaturgo español Antonio Buero Vallejo estrenó en 1950 En la ardiente oscuridad, una obra que transcurre en una institución para ciegos donde irrumpe un personaje que pretende convencer a los invidentes de que pueden revertir su ceguera. En realidad, en aquel entonces Buero Vallejo burlaba la censura bajo la dictadura franquista empleando la alegoría de la ceguera como una cárcel de la que el hombre debe escapar para conquistar su libertad.

Los vientos huracanados agravaron la ardiente oscuridad en la que transcurre la existencia de los cubanos, atrapados en un país fallido por el fracaso de sus líderes políticos. Por un lado está la oscuridad física, producto de la pésima gestión gubernamental. Y por otro, la lobreguez de los individuos condenados a la represión sistemática.

Cuba entera es como ese centro en el que los personajes de Buero Vallejo son inducidos a pensar que la ceguera es un estado natural, hasta que un buen día alguien les dice que pueden abrir los ojos. Un acto de rebeldía que tanto en la obra teatral como en el mundo real puede acabar costando la vida.

Nuevamente los cubanos pasan por el tormento de sobrevivir porque el actual gobierno, con Miguel Díaz-Canel al frente y soportando en las calles el descontento generalizado, es incapaz de proveer la más mínima infraestructura para aliviar las perentorias necesidades de un pueblo que depende de la ayuda de sus familiares en el exterior.

Y quienes se atreven a denunciar la negligencia y los atropellos de la dictadura acaban en el destierro o presos, como los casos de Luis Manuel Otero Alcántara y Mikel Osorbo, impulsores, entre otros, de las históricas protestas del 11-J. Ellos y los jóvenes que secundan un cambio que genere la tan ansiada democracia son los que exigen la luminosidad de un mejor horizonte.

Hoy por hoy el único camino posible para los cubanos es el de marcharse como sea de la isla. Quedarse significa estancamiento y ver la vida pasar con la zozobra de que el tiempo perdido no puede recuperarse. El paso devastador del huracán Ian es otro infortunio que los hunde más en un mundo donde la luz ha sido vetada.

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