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Creerse con el derecho innato de decidir cómo viven -o matas- a los que no son como tú.

Un homófobo no tiene miedo a los gays. No corre y se sube a un árbol en cuanto percibe a alguno cerca, como haría alguien con fobia a, por ejemplo, las ratas. Se llama musofobia, por cierto, y provoca un estado de ansiedad y terror incontrolables en la persona que lo sufre. Seguro que podéis imaginaros perfectamente la escena.

Un homófobo no sufre un ataque de pánico cuando un homosexual agita las caderas por la calle, en la acera de enfrente. No huye a resguardarse en un portal como haría, por ejemplo, una persona con fobia a los espacios exteriores. Se llama agorafobia, por cierto.

Las fobias son desórdenes de ansiedad que derivan en ataques de pánico. Las personas que sufren estas patologías evitan el objeto de su miedo. Volar -aviatofobia-, alturas -acrofobia-, arañas -aracnofobia-, truenos -brontofobia-, agujas -belonefobia-, agua -acuafobia-, suciedad -misofobia-... y así, hasta casi el infinito.

Pero un homófobo es todo lo contrario. No siente miedo, ni pánico, ni terror ante una persona gay. Se siente superior. Está convencido -no cabe otra opción para él- de que el único estilo de vida válido es el suyo, y que las personas que se desvían de su camino son seres inferiores a los que en algunos casos hay que eliminar. ¿Os suena de algo? ¿Alemania 1933?

 (Photo by Alvaro Laguna/NurPhoto via Getty Images)
(Photo by Alvaro Laguna/NurPhoto via Getty Images)

Un homófobo se considera con el derecho innato -se lo da su superioridad moral- de limitar cómo viven y hasta dónde pueden llegar las personas que no son como él. Si pueden casarse o no. Si pueden tener hijos. Si pueden mostrar libremente cómo son por la calle.

El homófobo no huye del gay. Lo ataca. Hasta donde puede o hasta donde le dejan. Se siente legitimado para hacerlo. Y ese es precisamente el problema, que cada vez los homófobos encuentran mayor respaldo y espacio en el que crecer y atacar. No sólo está pasando en España, sino en un primer mundo en el que las ultraderechas se ven respaldadas en las urnas y jaleadas en las redes sociales.