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Tengo que creer que un libro curó mi dolor

Un médico iconoclasta decía hace 30 años que el dolor crónico era sobre todo mental. Una reportera de ciencia indaga esas afirmaciones. (Justin J Wee para The New York Times. Estilismo de utilería: Caroline Dorn.)
Un médico iconoclasta decía hace 30 años que el dolor crónico era sobre todo mental. Una reportera de ciencia indaga esas afirmaciones. (Justin J Wee para The New York Times. Estilismo de utilería: Caroline Dorn.)

Tengo que creer que un libro curó mi dolor

Cada vez que alguien me dice que su espalda le da problemas, bajo la voz antes de lanzar mi discurso: “Te juro que no me patina el coco, pero…”.

Permíteme rebobinar un poco. Durante más de una década, he tenido una punzada casi constante en el piriforme izquierdo, un pequeño músculo situado en lo más profundo del trasero. Intenté tratarlo con fisioterapia, ultrasonidos e inyecciones de bótox. En un momento dado, incluso consideré la posibilidad de operar para cortar el músculo por la mitad con el fin de descomprimir el nervio ciático que pasa por debajo.

Entonces, en 2011, tomé de la biblioteca un ejemplar de Libérese del dolor de espalda, un éxito de ventas de 1991. En él se afirmaba que, para distraer a quien lo sufre de la ansiedad reprimida, la ira o los sentimientos de inferioridad, el cerebro crea dolor en el cuello, los hombros, la espalda y el trasero al disminuir el flujo sanguíneo a los músculos y los nervios.

El autor del libro, John Sarno, era médico de rehabilitación de la Universidad de Nueva York y una especie de evangelista, que pregonaba una metodología reforzada por anécdotas de su consulta y testimonios apasionados de pacientes como Howard Stern o Larry David, quien describió su recuperación del dolor de espalda como “lo más parecido a una experiencia religiosa que he tenido en mi vida”.

Según Sarno, casi todos los dolores crónicos están causados por emociones reprimidas. Al someterse a psicoterapia o escribir un diario sobre ellas, dijo, se pueden sacar del inconsciente y curarse sin medicamentos, cirugía o ejercicios especiales. Opté por llevar un diario y empecé a escribir listas de páginas de todo lo que me enfadaba, me hacía sentir insegura o me preocupaba.

Aprecié la lógica metódica de la teoría de Sarno: el dolor emocional causa dolor físico. Y me gustaba la seguridad que me daba el hecho de que, aunque mi dolor no se originara a un modo de caminar peculiar o a mi posición al dormir, era real. No me gustaba que nadie en la comunidad médica pareciera estar de acuerdo con Sarno, ni que careciera de estudios que respaldasen su programa.

Pero no podía negar que me funcionaba. Después de exorcizar un diario de sentimientos negativos durante cuatro meses, estaba —a pesar de mi incredulidad— curada.

Después de eso no pensé mucho en Sarno, hasta mayo de este año. Entonces me encontré de nuevo en terapia física por un dolor en la parte interna del muslo. Mi fisioterapeuta me asignó un puñado de ejercicios y los hice todos los días. Todo el tiempo me preocupaba: si la fisioterapia volvía a fallar, ¿tendría que volver a catalogar exhaustivamente mis males? ¿Se sostienen las afirmaciones de Sarno?

El dolor suele empezar en el cerebro

“La idea de que se puede ayudar a una proporción sustancial de personas replanteando las causas de su dolor es ahora preponderante”, dijo Tor Wager, profesor de neurociencia del Dartmouth College y director de su Laboratorio de Neurociencia Cognitiva y Afectiva. “Pero eso es diferente a la idea de que tu relación no resuelta con tu madre se manifiesta como dolor”.

Wager dijo que la mayoría de los científicos creen ahora que el dolor no siempre es algo que comienza en el cuerpo y es percibido por el cerebro; puede ser una enfermedad en sí misma.

Aproximadamente el 85 por ciento de los dolores de espalda y el 78 por ciento de los dolores de cabeza no tienen un desencadenante identificable, aunque pocos científicos dirían que todo el dolor crónico, o incluso la mayoría, es puramente psicológico. “También hay razones sociales y biológicas para el dolor. En la mayoría de las personas, se trata de una confluencia de las tres”, dijo Daniel Clauw, profesor de anestesiología, medicina y psiquiatría de la Universidad de Michigan y director de su Centro de Investigación del Dolor y la Fatiga Crónicos. “Lo siento, hay un montón de gente para la que el método de Sarno no va a funcionar”.

En la actualidad, un enfoque similar al método de Sarno es la teoría de la conciencia y la expresión emocional, en la que los pacientes identifican y expresan las emociones que han estado evitando. No solo se ha demostrado que reduce significativamente el dolor en personas con fibromialgia y dolor musculoesquelético crónico, sino que también el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos la considera como una de las mejores prácticas para tratar el dolor crónico (junto con el masaje y la terapia cognitiva conductual).

El dolor puede cobrar vida propia

Pero, en primer lugar, ¿cómo provoca el cerebro el dolor crónico? La teoría de Sarno de que nuestro cerebro usa el dolor para distraernos de las emociones negativas cortando el flujo sanguíneo a los músculos no está respaldada por la ciencia, según Wager.

En lugar del flujo sanguíneo, los científicos se fijan ahora en el sistema nervioso para entender el dolor crónico que no está causado por daños en los nervios o en los tejidos. Básicamente, los circuitos cerebrales funcionan mal, prolongando, amplificando e incluso creando dolor.

Wager dijo que no entendemos del todo los mecanismos de esto, pero “sabemos que los factores de estrés pueden promover la inflamación en la médula espinal y el cerebro, lo que está relacionado con mayores sensaciones de dolor”. Las adversidades tempranas, como el maltrato infantil, las dificultades económicas, la violencia y el abandono, también se han relacionado con el dolor crónico.

Complicando aún más las cosas: el dolor puede engendrar más dolor. Por ejemplo, una lesión puede subir el volumen de tu respuesta al dolor ante futuras lesiones. El estrés puede hacer que el dolor persista mucho después de que la lesión se haya curado. Y si te duele la espalda y empiezas a imaginar todas las formas en que podría empeorar, ese miedo puede magnificar tu dolor, lo que puede llevarte a evitar la actividad física, lo que empeora aún más el dolor. Los expertos llaman a esto el ciclo del dolor.

En este caso, la idea de Sarno de que el cerebro desencadena el dolor era parcialmente correcta. Las investigaciones demuestran que la catastrofización puede convertir el dolor agudo en crónico y aumentar la actividad de las áreas cerebrales relacionadas con la anticipación y la atención al dolor. Esta es una de las razones por las que los médicos están empezando a tratar los trastornos del dolor de forma similar a, por ejemplo, los trastornos de ansiedad, animando a los pacientes a hacer ejercicio para que puedan superar su miedo al movimiento. Mientras que un paciente con ansiedad social puede dar pequeños pasos para hablar con extraños, por ejemplo, un paciente con dolor de espalda puede empezar a correr o a montar en bicicleta.

Puedes encontrar el interruptor de apagado

La conclusión, según Howard Schubiner, un aprendiz de Sarno, es que “todo el dolor es real, y todo el dolor lo genera el cerebro”. En la actualidad, Schubiner es director del Programa de Medicina Mente Cuerpo en Southfield, Michigan, y profesor clínico en la Facultad de Medicina Humana de la Universidad Estatal de Michigan.

“Tanto si el dolor se desencadena por el estrés como por una lesión física, el cerebro genera las sensaciones”, dijo. “Y —este es un concepto alucinante— no se limita a reflejar lo que siente, sino que decide si activa o desactiva el dolor”.

Así que, según este razonamiento, todo el dolor está en el cuerpo y en el cerebro. Por eso, cuando mi aductor dejó de dolerme en julio tras ocho semanas de fisioterapia, no gasté demasiada energía mental tratando de averiguar qué había funcionado: los ejercicios en sí mismos, mi fisioterapeuta dándome el visto bueno para seguir haciendo ejercicio, la oportunidad de hablar con ella una vez a la semana sobre mi reciente mudanza y los otros factores de estrés que podían contribuir a mi dolor o (muy probablemente) todo lo anterior.

Al final, Sarno tenía razón en cuanto a que el ejercicio ayuda a la recuperación, no la obstaculiza, y en cuanto a la relación entre el dolor emocional y el físico. Pero no todo el dolor crónico es psicológico. El tratamiento freudiano de Sarno está lejos de ser el único que funciona. Y pocos científicos dirían que nuestro cerebro utiliza el dolor para distraernos de las emociones negativas (y definitivamente no cortando el flujo sanguíneo a los músculos).

Sigo pensando en Sarno como un salvador, y sigo recomendando sus libros a amigos y familiares; algunos los han leído —y han tenido éxito—, mientras que otros se han negado amablemente. Sí, Sarno seguramente simplificó y enfatizó en exceso los orígenes psicológicos del dolor. Pero también me ayudó a ver que tanto la mente como el cuerpo son responsables de nuestro sufrimiento físico. Y que no somos impotentes para cambiarlo.

Las imágenes del fotógrafo Justin J Wee son representaciones visuales del dolor, el alivio, los obstáculos, la ciencia y los consejos presentados en este especial. Wee ha llevado a cabo varios proyectos sobre el dolor, en parte inspirado por sus propias batallas con el dolor crónico de espalda.

Juno DeMelo es periodista, ensayista y editora en Portland, Oregón.

Producido por Alice Fang, Tiffanie Graham, Farah Miller, Nancy Ramsey, Jaspal Riyait y Erik Vance.

© 2021 The New York Times Company