¿Está la pandemia disparando el número de suicidios?

Suicidio, una solución definitiva para un problema temporal. (Imagen Creative Commons vista en Wikipedia).
Suicidio, una solución definitiva para un problema temporal. (Imagen Creative Commons vista en Wikipedia).

El presidente Trump nos tiene acostumbrado a hacer declaraciones “a vuelapluma” sobre cualquier cosa, que en ocasiones parece no haber meditado demasiado. Los ejemplos relacionados con el COVID-19 están ahí, y no merece la pena repasarlos. Esta vez voy a centrarme en unas declaraciones realizadas el pasado 12 de mayo en las que dijo, literalmente, que el confinamiento “estaba provocando muertes”. Como ejemplo de esto último añadió: “mirad lo que está pasando con los adictos a las drogas, mirad lo que está pasando con los suicidios”.

¿Pero está el rubicundo inquilino de la Casa Blanca en lo cierto al respecto de esto último? ¿De verdad está aumentando el número de suicidios como resultado de la pandemia? En el New York Times, Benedict Carey ha escrito una interesante columna sobre este asunto hace unos días, y las conclusiones son llamativas. ¿Os lo resumo? Las evidencias parecen quitarle la razón a Trump, una vez más.

Y es que al contrario que la anterior crisis de 2008, donde los desahucios, los cierres de empresa y los despidos masivos, provocaron en efecto un alza en el número de suicidios, la actual crisis sanitaria tiene su propia personalidad, y no se parece a nada a lo que nos hayamos enfrentado antes.

El hecho es que en esta ocasión nos enfrentemos a un enemigo orgánico, físico, invisible y democrático, que nos enfrenta a la posibilidad de la muerte a todos por igual, independientemente de nuestra situación socioeconómica. Esto ha forzado a toda la población a sentir la amenaza de estar “en primera línea de batalla”, lo que explica la aceptación masiva de medidas como el auto confinamiento, que hace no demasiado nos habrían parecido impensables.

Y sí, es innegable que el aislamiento social, y su prima hermana la soledad, han traído un aumento en los niveles de estrés, ansiedad e incluso depresión. Sabemos además que todas estas características, son muy comunes en personas con problemas mentales, que coquetean con pensamientos suicidas. ¿Pero está realmente el COVID-19 incitándolas a pasar de los pensamientos a los hechos?

Bien, en realidad el enorme experimento mundial que supone la nueva normalidad de convivir con un virus mortal sigue produciéndose en este momento. Asistimos a una prueba que mide en tiempo real las costuras de nuestra sociedad. Pero por el momento los médicos, al menos los estadounidenses, no parecen saber si el índice de suicidios se ha disparado, tal y como sugerían las palabras del presidente Trump. Si lo pensáis es normal, ni siquiera nos ponemos de acuerdo en cómo clasificar y contar los decesos supuestamente relacionadas con el COVID.

Lo normal es que las primeras señales que indiquen si la pandemia está provocando un aumento en los suicidios, vengan de quienes tengan un historial en la gestión de crisis persistentes de angustia autodestructiva. Hablamos de esas personas que se pasan el día buscando de forma compulsiva las crueldades casuales del mundo que les rodea, y que aparecen a veces en forma de mirada sospechosa, o de comentario grosero. Hablamos en fin, de esas personas que ya eran propensas al aislamiento antes de la pandemia, aunque lo hicieran para “contemplar” un plan de salida definitivo.

En el artículo de Benedict Carey en el New York Times hablan con una persona que da este perfil, a quien llama simplemente Josh (se omite su apellido por confidencialidad). Este hombre de 35 años, natural de Carolina del Norte, reconoce que en el pasado se ha visto consumido por pensamientos suicidas. En sus propias palabras: “Así es como soy, siempre veo todo lo malo, el sufrimiento, y tengo tendencia en meterme en un agujero. Y ahora con la amenaza del COVID, nos piden que nos aislemos y permanezcamos lejos los unos de los otros. Y para mí es como si el mundo se hubiera vuelto loco y ahora me diese la razón”. Pero añade: “no he retrocedido, no me he movido” (en el sentido de que no ha empeorado) “aunque a largo plazo no se qué pasará”.

Lo cierto es que la escasa literatura psicológica al respecto de cataclismos y su incidencia en el aumento de suicidios, arroja conclusiones poco claras. Unos trabajos perciben incrementos y otros decrementos, dependiendo del grupo y del desastre que se haya estudiado. Un estudio muy citado de 1999, publicado en The New England Journal of Medicine reveló que “no se aprecia un aumento significativo en los porcentajes de suicidios tras desastres naturales”.

En cambio, como os adelantaba antes, si la crisis tiene un origen económico, como la de 2008, las evidencias del alza en los suicidios resultan muy claras. Aquel fatídico año, el aumento sobre la media estadounidense fue del 35% en casi todos los grupos de edad.

Pero como digo, la crisis del COVID es otra cosa, razón por la que algunos psiquiatras, como la doctora Marianne Goodman (que trabaja con veteranos de guerra en el Bronx neoyorquino) cree que “durante la crisis sanitaria actual los suicidios descenderán, y una vez que comencemos a sentir los efectos económicos a largo plazo sospecho que volverán a subir”.

Algunos testimonios parecen sustentar esta opinión. En el artículo se menciona a una profesora de Nueva York de 37 años llamada Michelle, que cuenta con un historial de tendencias suicidas crónicas, que incluyen dos intentos. Su opinión resulta clarividente: “cuando todo esto comenzó yo me encontraba en una posición relativamente buena. Creo que esa es una de las razones por las que no he empeorado es porque después de haber tenido toda esa experiencia con la depresión y la ansiedad, aprendí muchas habilidades que luego puede aplicar durante esta pandemia”.

De hecho, Michelle parece incluso sentirse mejor con toda esta crisis, ya que le ha permitido mantener conversaciones con mucha gente que también se sentía ansiosa. Algo que no le había pasado desde la escuela posgrado, donde todos los estudiantes se sometían a la misma presión por los exámenes. Y eso, sentir que vuelve a tener un lugar en las conversaciones “normales”, le hace sentirse extrañamente bien.

El artículo relata también otras experiencias similares de personas con antecedentes depresivos, que ahora llegan incluso a ofrecer su experiencia para ayudar a otros pacientes. Algunos de ellos simplemente creen que ha llegado el momento de querer estar sanos y combatir la pandemia, por el bien de todos.

Pero esto no quiere decir que las tendencias auto destructivas se estén desvaneciendo, sino que ahora, de alguna manera, tienen que competir con adaptaciones a una amenaza externa más amplia. De hecho, los terapeutas están observando un incremento en los pensamientos suicidas entre los adultos, aunque por alguna razón esto no parece afectar a los adolescentes. ¿Puede ser que mantenerles lejos del bullyng escolar esté mejorando su situación psicológica?

Me temo que para encontrar respuestas definitivas, tendremos que esperar a que este experimento sociológico llamado COVID-19 finalice. Presiento que cuando haya vacuna, se alcance la inmunidad de rebaño, o simplemente el virus mute haciéndose tan peligroso como el del resfriado (o incluso desaparezca) veremos a aparecer a un batallón de científicos tratando de diseccionar todo cuanto aconteció durante la crisis que encerró al planeta en sus hogares. El aluvión de publicaciones será total, y solo entonces – evidencias en mano – podremos dejar de especular (como hizo Trump imprudentemente) sobre un asunto tan sensible.

Me enteré leyendo el New York Times.

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