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Covid persistente: “Esto te secuestra la vida”

A sick man resting at home
Algunas personas pueden sufrir síntomas de Covid-19 semanas y hasta meses después del contagio. La severidad de los síntomas del Covid persistente no están vinculados con el estado de gravedad durante la etapa inicial de la enfermedad. (Getty Images)

El Covid secuestró la vida de David desde su diagnóstico el 31 de agosto de 2020.

En ese momento era un hombre saludable de 43 años. Ahora sus síntomas son tan severos que su existencia se limita a padecer las incomprensibles secuelas de un misterioso virus encerrado en su piso de 40 m² de Getafe, una localidad del sur de Madrid.

De su contagio no recuerda nada extraordinario. No participó en grandes fiestas, ni compartió tragos en botellones. Ese día sólo acompañó a su novia a casa de sus padres durante un par de horas y luego volvió a casa.

La mañana siguiente amaneció con malestar, pero de todas formas decidió ir a trabajar. Pero el virus lo atacó con saña porque al poco tiempo de llegar a su puesto de recepcionista en un edificio de Madrid ya se sentía fatal. Los fuertes dolores musculares, la fiebre, los escalofríos y la dificultad para respirar fueron señales inequívocas de que era necesario buscar ayuda.

Su médica de familia le realizó una prueba diagnóstica y confirmó que David se había contagiado de COVID-19. Como su estado no era crítico le recomendó que se fuera a casa y una enfermera de su centro de salud lo llamaba a diario para preguntar por su estado.

Los primeros 20 días la fiebre persistió, su cuerpo se brotó de diminutas ampollas que se abrían y dejaban expuesta la piel, sentía que le faltaba el aire, tenía punzantes dolores de cabeza y una diarrea constante. Y como todos los que atraviesan una infección viral, David aguantó el suplicio reposando y siguiendo las indicaciones médicas.

Pero David sospechó que algo andaba mal cuando al mes del diagnóstico su mejoría no era completa. Las altas temperaturas habían mermado, pero los dolores, los eczemas y la “niebla mental” que se apoderó de su cerebro y le arrebata la concentración y la memoria continuaban como el primer día.

“En noviembre yo seguía dando positivo, aunque la carga viral era demasiado baja como para contagiar”, recuerda David. “El virus se había quedado en mi cuerpo”.

David cuenta que antes del Covid disfrutaba leyendo, paseando con su novia o saliendo con sus amigos. Su vitalidad le permitía trabajar a tiempo completo y estudiar en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Ahora no puede hacer absolutamente nada. “Antes leía mucho y ahora no puedo recordar ni la página anterior. Tampoco puedo seguir un capítulo de una serie. Paso horas frente a la tele y lo peor es que ni me entero de nada. No sé cuánto tiempo he pasado allí, me quedo con la mente en blanco”.

Dolores, alergias y malestar estomacal

Uno de los síntomas más incapacitantes de David son los insoportables dolores en la pierna derecha. No puede compararlo con nada que haya experimentado antes de padecer el coronavirus y lo describe como una especie de calambre extremo sumado a la sensación de que lo estuvieran pinchando con una aguja.

Luego la pierna se le duerme por completo y no la puede mover. Ese es uno de los motivos por los que a veces no puede ni levantarse de la cama. Tampoco puede andar cojeando, porque tiene la fuerza suficiente en la otra pierna para sostener todo su peso.

Otro dolor agobiante es el de la cabeza. David reconoce que sufría migrañas clásicas en el pasado y que en esos días el dolor estaba localizado en el lado derecho o izquierdo de su cabeza, con presión en el globo ocular. Le lloraban los ojos y durante el episodio tenía sensibilidad a la luz. Ahora el dolor es más agudo e intenso que una migraña. Lo describe como si una lanza le atravesara el cráneo justo por el medio de la frente, causando un sufrimiento agónico.

“Esto lo llevo muy mal. Hay días en que pienso que no puedo con esto”.

Las afecciones dermatológicas van y vienen a su antojo, sin que David haya identificado ningún detonante. “Me salen pequeñas llagas por todo el cuerpo. Aunque más en los brazos que en las piernas”.

Dice que fue uno de los primeros síntomas en aparecer. Los médicos no han encontrado el detonante, pero especulan que es la respuesta de su organismo ante un colapso alérgico.

Los medicamentos que ha tomado desde hace un año para calmar los dolores, las fiebres, las alergias y la ansiedad han hecho mella en su sistema digestivo. Tiene dolor de estómago y todavía tiene evacuaciones demasiado frecuentes.

David dice que siempre ha sido un hombre delgado y que antes de su situación actual pesaba unos 58 kilos. En los momentos más críticos rebajó mucho y llegó a pesar cuarenta y pocos, aunque con los meses ha recuperado lentamente parte de la masa muscular perdida.

Él admite no sentir apetito. Come porque sabe que es necesario para recuperar su salud y no porque disfrute los alimentos. También teme que cualquier comida le cause malestar estomacal.

Lo que dicen los médicos

A David no le ha faltado atención médica. Desde el principio, él ha contado con médicos generales y especialistas que han intentado resolver sus problemas de salud.

El problema es que el Covid persistente es una afección tan nueva para la comunidad científica que no saben qué hacer.

“Lo más frustrante es que no tienen una solución. Si me dijeran que esto pasará en seis meses o un año, yo aguantaría calmado pero los médicos no saben qué decirte. Es muy duro sentirse incomprendido”.

El servicio de Medicina Interna del Hospital Universitario de Getafe ya le dio el alta porque después de varias revisiones no pueden hacer más nada por él.

En el servicio de Neurología han intentado determinar de qué manera el coronavirus ha afectado los mecanismos del sistema nervioso que regulan las funciones de los músculos y los nervios de David. Y la respuesta es la misma: no saben por qué ni de qué manera el Covid estropeó su sistema inmune de tal manera para dejarlo con una fatiga crónica y unos dolores musculares tan debilitantes.

Le queda por realizar una Tomografía Axial Computarizada (TAC) para explorar más a fondo si David tiene lesiones visibles en su cerebro que puedan ser tratadas para mejorar sus síntomas.

En septiembre tendrá una nueva revisión con el servicio Digestivo para hacer analíticas y nuevas evaluaciones para intentar dilucidar el motivo de las diarreas.

El frente de la salud mental

Su mayor apoyo en estos duros doce meses ha sido el Centro Covid que funciona en un centro de salud de su comunidad. Allí un equipo de psiquiatras lo acompañan una vez al mes, le ofrecen herramientas para recuperar las capacidades cognitivas perdidas y lo medican para sobrellevar mejor el insomnio, los pensamientos negativos y los ataques de ansiedad.

David intenta seguir las rutinas recomendadas por los psiquiatras y que están dirigidas a rehabilitar las funciones cerebrales dañadas por el virus. Resuelve sopas de letras y juega videojuegos de estrategias con mucha dificultad. Y es que a David el Covid no solo le robó la memoria y la agilidad mental, sino también las ganas. La apatía no le da tregua.

Los psiquiatras parten de la hipótesis de que la COVID-19 ha afectado el funcionamiento cerebral de David. No se trata de una enfermedad psiquiátrica ni de una somatización. Se trata de un desorden extremadamente complejo, con síntomas dispersos y difíciles de relacionar, amalgamado con una fatiga extrema que empeora con cualquier actividad física o mental y que no mejora con el descanso.

David comprende y comparte la hipótesis de trabajo de su Centro Covid, pero lamenta que allí no exista un equipo multidisciplinario que estudie y aborde al unísono todos sus síntomas.

Los psiquiatras lo contienen y mantienen el precario equilibrio de su salud mental pero no tienen los conocimientos especializados de un neurólogo o un fisiatra.

Otro lamento es el cambio repentino de su médica de cabecera. Ya no cuenta con la atención cercana y empática de su antigua doctora y debe conformarse con una llamada rápida y esporádica de alguien que no lo conoce ni se muestra demasiado interesada en hacerlo.

David se siente solo, excluido y hasta estigmatizado.

Incluso algunos familiares cercanos lo miran con escepticismo. “Piensan que como no me veo decrépito debería sentirme bien”. Y esa incredulidad le duele.

También echa mucho de menos la vida que desapareció con el Covid. “Siento que he envejecido 50 años. Cuando tengo cita, me obligo a ir andando al hospital que queda a sólo 10 minutos. Y al regresar tengo que pasar tres días en cama para recuperarme”.

Otro temor es qué sucederá el próximo mes cuando expire su última baja médica. Tendrá que elevar su caso a un tribunal médico que decidirá si le prorroga la baja otros seis meses o si debe incorporarse a trabajar.

“Si no puedo salir a ninguna parte porque me falta el aire, mucho menos puedo ir a trabajar. No sé qué haré si tengo que reincorporarme”.

Su novia Alejandra lo ha apoyado. Ella teletrabaja desde su casa dos semanas al mes para hacerle compañía y ayudarlo con las labores domésticas que él no puede hacer.

Y mientras espera que la ciencia descubra como tratar el Covid persistente, le dice a todos los que no saben lo que es el Covid y a los que se resisten a la vacuna: “Espero que no sepan lo que es esto. Porque la parte más chunga del Covid no sólo es estar entubado en un hospital. Vivir así también lo es. Nadie te entiende y nadie sabe lo que es… Esto te jode la vida. Te tienes que olvidar de lo que eras porque ya no eres la misma persona. Te quedas atrapado. El Covid te secuestra la vida”.

Lo que todos deben saber

Covid persistente: es un síndrome que se caracteriza por la persistencia de síntomas de COVID-19 semanas o meses después de la infección inicial, o por la aparición de los síntomas tras un tiempo sin ellos. Su aparición no está relacionada con la gravedad de la infección inicial, por lo que puede afectar tanto a pacientes leves como a graves hospitalizados.

¿A quiénes afecta? Afecta a personas de cualquier edad, aunque parece más frecuente en edad media (43 años) y en mujeres. Produce un elevado impacto en la calidad de vida y en el ámbito laboral y social.

Frecuencia: Aproximadamente 1 de cada 10 personas tiene algún síntoma tras 12 semanas de la infección.

Síntomas: se han descrito hasta 201 síntomas.

Los más frecuentes son:

Generales: cansancio, malestar general, dolor muscular y articular, mareos, fiebre, trastornos del sueño.

Neurológicos: dolor de cabeza, “niebla mental”, dificultad para concentrarse, pérdida de gusto y olfato, parestesias y alteraciones del estado de ánimo.

Oídos, ojos, garganta: dificultad para tragar, pitidos en los oídos, ojos secos o conjuntivitis.

Cardiovasculares: palpitaciones, cambios de la tensión arterial.

Respiratorios: tos, sensación de falta de aire.

Digestivos: diarrea, pérdida de apetito, dolor de estómago.

Dermatológicos: erupciones, caída del pelo, debilidad en las uñas.

Fuente: Ministerio de Sanidad. Gobierno de España.

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