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El ‘covid largo’ de la sociedad


A más de dos años y medio de haberse registrado el primer caso de covid-19, pareciera que el mundo ha hecho la declaración extraoficial de que la pandemia ha terminado. Y no es así; todavía. Empezamos a retomar el hilo de nuestras vidas gracias a las vacunas, los medicamentos antivirales y los avances de la medicina moderna. Sin embargo, los impactos sociales del covid persistirán mucho después de que obtengamos el último resultado positivo de un análisis PCR o de una prueba rápida.

En su reciente libro, Plagues and Their Atermath: How Societies Recover from Pandemics [Las plagas y sus secuelas: cómo se recuperan las sociedades después de las pandemias; Melville House], Brian Michael Jenkins, experto en terrorismo y asesor sénior del presidente de RAND Corporation, da un vistazo a las epidemias del pasado en un intento de esclarecer el futuro. En este fragmento, adaptado de su libro, Jenkins señala que la vida posterior a la pandemia estará marcada por mucho más que los problemas de salud persistentes.

NUNCA VOLVEREMOS A LA NORMALIDAD

Aún no sabemos cómo ni cuándo la pandemia actual terminará por disiparse. Eso sí, nunca volveremos a la normalidad que conocíamos. No sabemos cuál será el aspecto que el mundo tendrá entonces. Lo único que podemos afirmar al respecto es que la característica principal será la incertidumbre. Por consiguiente, es importante que reflexionemos en las convulsiones y los posibles cambios que sufrirán nuestras estructuras económicas, el paisaje político y hasta la psicología colectiva.

Los médicos hablan del “covid de larga duración” o “largo”, término que se refiere a la gama de padecimientos nuevos o recurrentes que pueden empezar a manifestarse mucho tiempo después de la infección inicial. Sin embargo, este concepto también podríamos aplicarlo a los efectos sociales en su conjunto. Ahora bien, mientras tratamos de procesar lo que esto significa, la historia emerge como una herramienta muy útil para vislumbrar lo que nos depara el futuro.

RESPUESTAS AGRESIVAS

Ya en la Edad Media sabíamos que los grandes brotes de enfermedad son peligrosos y exigen respuestas agresivas, las cuales —muchas veces— arrastran a los gobiernos hacia áreas de la actividad civil que, tradicionalmente, suelen ser ajenas a la autoridad política. Desde siempre, la estrategia más importante ha sido la separación física, cuya finalidad es mantener a raya la enfermedad. Y, así, en consecuencia, los viajes y el comercio se ven restringidos, y los individuos expuestos deben someterse a cuarentenas que los apartan del resto de la población hasta que dejan de representar un peligro.

Como sucediera en las epidemias del pasado, hoy cunde la sospecha de que el gobierno aprovechó el covid-19 para expandir su autoridad. De hecho, un comentarista llegó al extremo de advertir que los cierres urbanos, “al amparo de una pandemia médica real”, estaban transformando Estados Unidos en “un estado totalitario”. Por supuesto, los movimientos de resistencia no se hicieron esperar.

DESCONFIANZA EN EL GOBIERNO

En 1793, una epidemia de fiebre amarilla asoló Filadelfia e intensificó la política partidista de la naciente república estadounidense. Temerosos de una sublevación social que siguiera el ejemplo de la Revolución Francesa, los federalistas atribuyeron la epidemia a los refugiados franceses e impusieron una prohibición contra los inmigrantes de aquel país, a lo que se opusieron los comerciantes demócrata y republicanos, quienes simpatizaban con dicha revolución y se beneficiaban del comercio con Francia.

Esas diferencias políticas se extendieron incluso a la promoción de remedios dudosos, como sucedió cuando Alexander Hamilton aseguró que se había curado de la enfermedad con quinina y vino. Algo muy parecido ocurrió durante la pandemia de covid-19, con la propuesta de una variedad extraordinaria de preventivos y tratamientos dudosos o desacreditados para combatir el virus, incluidos los medicamentos antiparasitarios y las “cuentas bomba”; el uso de cloroquina e hidroxicloroquina; las botellas de agua hechas de cobre; parches y nanopartículas para bloqueo electromagnético; sesiones de energía de sanación; bronceado en interiores; aplicación de ozono; ingestión de complementos dietéticos que contenían plata; y hasta beber orina de vaca o del propio individuo.

IMPACTO AMPLIO Y PERDURABLE

Investigaciones recientes demuestran que la influenza de 1918 tuvo un impacto muy amplio y perdurable. La disrupción social que ocasionó aquella pandemia erosionó la confianza del público. Y más aún: según un hallazgo realmente fascinante, dicha desconfianza fue heredada a los descendientes, y persistió décadas después de concluida la plaga.

Con base en estudios a largo plazo sobre la actitud de la población, algunos investigadores han determinado que los hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos procedentes de países con altas tasas de mortalidad durante la pandemia de 1918, manifiestan una desconfianza gubernamental significativamente mayor que las personas cuyos antepasados procedían de países menos afectados.

pandemia
Aislamiento. Almacenes como este sirvieron de instalaciones de cuarentena durante la epidemia de influenza de 1918, la cual infectó a cerca de la tercera parte de la población mundial. (Foto: Universal History Archive / Universal Images Group / Getty)

DESHILADO DE LA TRAMA SOCIAL

A decir de los psicólogos, el incremento de la conducta antisocial observada durante la pandemia es consecuencia del aislamiento prolongado, el cual agudiza la ansiedad, aumenta la irritabilidad, propicia la agresión y reduce el control de impulsos. En otras palabras, perdemos los estribos fácilmente. Y este efecto es difícil de revertir.

Al parecer, los incidentes de violencia aleatoria son una reacción espontánea que responde a las circunstancias inmediatas, aunque también es un reflejo de la ira subyacente. El estrés crónico provoca algo llamado “agresión desplazada”: la ira que descargamos contra alguien que nada tiene que ver con la causa inicial del arrebato.

Por otra parte, las epidemias también suelen acompañarse de conductas imprudentes y nihilistas que, a su vez, erosionan la ética y fomentan que perdamos el respeto por la ley. Esta actitud deriva de la idea de que las acciones anárquicas o destructivas no tienen repercusiones.

Las consecuencias de la pandemia, la guerra en Ucrania y el cambio climático han atizado nuestra incertidumbre frente al futuro: sobre si siquiera hay un futuro para la humanidad. Esto resulta en una ansiedad que podría modificar la manera como pensamos y actuamos en un mundo que se nos muestra cada vez más hostil e imprevisible, llevándonos a cuestionar la legitimidad de la autoridad gubernamental y el valor que damos a la vida misma.

VIOLENCIA EN AUMENTO

Las tasas de homicidios y tiroteos masivos han aumentado de manera drástica. Y lo mismo ha ocurrido con los actos aleatorios de violencia que no tienen relación con la delincuencia común ni con las ideologías políticas. Tras una estabilidad de más de dos décadas, la tasa estadounidense de homicidios saltó de 16,669 en 2019 a un total de 21,570 en 2020, lo que corresponde a incremento de 30 por ciento. Sin embargo, para 2021, dicha estadística se elevó otro 6 por ciento: un incremento combinado de casi 38 por ciento, el mayor jamás registrado en más de 50 años.

Con base en la definición de “tiroteo masivo” que utiliza el FBI (un acto de violencia armada que deja cuatro o más víctimas mortales), el promedio anual de estos incidentes casi se ha duplicado desde 2002.

CUANTO MÁS TIENES… MÁS TIENES

La pandemia de covid-19 ha revelado y exacerbado las desigualdades existentes. Las personas superricas escaparon a sus ranchos en Montana o corrieron a refugios seguros en Nueva Zelanda. Los que tenían capital para invertir en el mercado de valores salieron muy bien librados (al menos, hasta hace poco), mientras que los profesionales tuvieron la oportunidad de trabajar desde sus casas o de donde quisieran. En cambio, los pobres —como los que hacían entregas a domicilio— cayeron como moscas y, muchas veces, las minorías fueron las comunidades más afectadas. A todas luces, la pandemia dejará a su paso una enorme huella de resentimiento e indignación.

Como sucediera en las pandemias precedentes, la que hoy nos afecta ha sido testigo de desafíos a las medidas implementadas para contener la diseminación y proteger a la población. Entre otras cosas, las acciones adoptadas durante la pandemia instigaron la desobediencia civil y proporcionaron modelos para la resistencia. Por ello difícilmente alcanzaremos un consenso nacional y esto, a su vez, dificultará la gobernanza.

CHIVOS EXPIATORIOS

A lo largo de la historia, las pandemias han ahondado los prejuicios existentes y conducido a la designación de chivos expiatorios: minorías étnicas, grupos religiosos e inmigrantes en general. Y casi siempre con la aquiescencia de las autoridades gubernamentales. La pandemia de influenza de 1918 coincidió con una importante oleada inmigratoria en Estados Unidos. A diferencia de otros años, buena parte de aquellos recién llegados no procedía de Gran Bretaña y el norte de Europa, sino del sur y oriente del viejo continente, y muchos de ellos eran judíos.

Algo similar ocurrió en el siglo XIX, cuando los inmigrantes irlandeses fueron acusados de importar cólera, mientras que los italianos, rusos y emigrados del Imperio Austrohúngaro fueron señalados como portadores de muchas otras enfermedades, incluidas tifoidea, peste, parálisis infantil y tuberculosis.

Y así, llegada la década de 1920, esa tierra arada con repulsa étnica y fertilizada con xenofobia contribuyó al crecimiento y la impresionante expansión del Ku Klux Klan.

Como es de esperar, la pandemia de covid-19 también tiene sus chivos expiatorios. Grupos extremistas han explotado la crisis para reclutar seguidores y fomentar fantasías genocidas, mientras que la mal llamada “gripe china” ha precipitado un incremento drástico de abusos contra las personas de origen asiático. Y no solo en redes sociales: también han sufrido ataques físicos en las calles.

EFECTOS PERDURABLES DEL COVID

Aún no sabemos cuáles serán las secuelas físicas y mentales a largo plazo. Los supervivientes de covid-19 sufren de una gran variedad de problemas persistentes, desde fatiga crónica, malestar general, ansiedad, depresión e insomnio hasta confusión mental y otros trastornos cognitivos. De hecho, en estos momentos, investigadores médicos están explorando la relación entre el delirio que presentan muchos individuos hospitalizados y la aparición de demencia, una complicación médica muy grave.

Por otro lado, el aislamiento y el distanciamiento social contribuyeron a la radicalización y al extremismo de buena parte de los adultos, y no será fácil revertir ese efecto. Tras reanudar las clases presenciales, muchos jóvenes han informado de un incremento importante en los incidentes violentos, desde trifulcas y otros disturbios hasta ataques contra el profesorado y el personal escolar. Lo mismo ha sucedido con los tiroteos en las escuelas. Y, por si fuera poco, tenemos entre manos una generación de niños pequeños que permanecieron encerrados sus dos primeros años de vida, privados de las interacciones sociales normales.

UNA NUEVA SOCIEDAD

La sociedad que emerja de la pandemia será nueva, ciertamente. Pero también más peligrosa, porque estamos estresados y recelamos de los demás; porque vivimos tensos y nos hemos vuelto más violentos. El covid-19 agudizó la desconfianza en las instituciones y, ahora, muchas de ellas nos parecen disfuncionales, ineficaces, corruptas y hasta tiránicas. La pandemia reveló que nuestra capacidad para trabajar como una sociedad unida es cada vez más escasa; profundizó nuestras divisiones políticas; e hizo aflorar nuestra profunda desconfianza en la ciencia y hasta en las verdades más básicas.

No sabemos cuándo terminará la pandemia, y tampoco sabemos cuánto tiempo persistirán sus consecuencias. Es más, al cabo de casi 700 años, los historiadores siguen debatiendo sobre los efectos de la peste negra. De modo que no habrá proclamaciones anunciando el fin de la pandemia, ni habrá desfiles para celebrar nuestra victoria y lanzar vítores de alivio.

No podemos matar una pandemia como si de un dragón se tratara. La enfermedad solo retrocede, a veces durante un tiempo, dejando atrás un sendero de muerte y destrucción, así como una población angustiada que no sabe si alguna variante ocasionará otra oleada o si surgirá una nueva enfermedad que engulla el planeta.

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Adaptado del libro Las plagas y sus secuelas, de Brian Michael Jenkins; una publicación de Melville House. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with NewsweekN

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