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La crisis del Covid-19 está poniendo a cada líder mundial en el lugar que merece

El presidente de España, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta, Carmen Calvo. REUTERS
El presidente de España, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta, Carmen Calvo. REUTERS

En Bielorrusia, el presidente, Amexander Lukashenko, ha anunciado a sus ciudadanos que la mejor manera de combatir el Covid-19 es a base de hockey, vodka y ‘banya’, que es una especie de sauna tradicional. En la República de Tayikistán, su líder, Emomali Rahmon, se ha negado a cancelar su proyecto de embellecimiento a nivel nacional denominado Concurso de Flores de la República. Además, hace pocos días, congregó a miles de personas para celebrar el Año Nuevo Persa. En Turkmenistán, su máximo mandatario, Gurbanguly Berdymukhamedov, ha promovido comunicados de obligada lectura a los funcionarios públicos del país en los que no hace mención alguna al Covid-19, pero sí incluye un extenso discurso sobre los beneficios de quemar alharma (Peganum harmala), una planta que sirve como remedio popular para prevenir enfermedades infecciosas.

La crisis sanitaria y económica en la que se encuentra sumido el mundo por culpa el coronavirus está retratando la capacidad de liderazgo de las personas que ocupan los puestos de mayor responsabilidad. Tomar decisiones como presidente, como primer ministro o como dictador significa amoldarse con rapidez o lentitud a la coyuntura, acertar o no en las prioridades, comunicar el mensaje de manera efectiva al pueblo, navegar en el mercado de material sanitario con una demanda similar a la de piratas dispuestos a estafar a los Estados, en definitiva, en manos de nuestros jefes de Gobierno está el arriesgar o salvar vidas. Esta pandemia, tan inesperada como anunciada durante décadas, está poniendo a prueba a todos y cada uno de los líderes, quienes, sometidos a un escrutinio sin precedentes, son presas de su incompetencia o de su eficiencia.

Pedro Sánchez, el hombre de los estigmas

En España no hubo concurso de flores ni la celebración del Año Nuevo de la República de Tayikistán, pero como si lo hubiera habido. Son varios los estigmas que perseguirán a Pedro Sánchez para siempre: desde la no prohibición de eventos públicos como la manifestación del Día de la Mujer el 8 de marzo, cuando Italia ya contaba con cerca de un 5 por ciento de tasa de mortalidad y España superaba el 2 por ciento; o la cancelación de diversos mítines y eventos deportivos cuando los casos subían como la espuma. Al Gobierno de Sánchez se le achaca falta de previsión ante lo que estaba sucediendo en Italia, lentitud en la reacción, incapacidad para hacerse con material sanitario en el mercado internacional (véase la adquisición de cientos de miles de tests defectuosos), confusión en el mensaje a sus ciudadanos, medidas al rebufo de manera continua en lugar de adelantándose a los acontecimientos, incapacidad para mantener unida a la coalición que forma junto a Unidas Podemos, improvisación en unos decretos que no contentan a determinados grupos sociales y que se publicaron tarde… La imagen del presidente español está muy deteriorada debido a su manejo de la crisis y sus opositores no le perdonarán lo que ellos consideran como “negligencias” por las que, tal y como anunció Santiago Abascal, líder de Vox, le denunciará por lo penal.

Narco-visita presidencial en medio del confinamiento

Lo de predicar con el ejemplo no es una de las lecciones de liderazgo que Andrés Manuel López Obrador aprendió en el primer curso de ser presidente de un país. El máximo mandatario de México visitó recientemente a la madre del Chapo Guzmán, narcotraficante que cumple cadena perpetua en Estados Unidos, y se saltó así la orden de confinamiento promulgada por el responsable de sanidad de su Gobierno. Su postura inicial ante el coronavirus fue la de alentar a 130 millones de mexicanos a que siguieran saliendo a cenar junto a sus familias para continuar potenciando la economía del país. Aquellas palabras llegaron poco después de que su vecino en discordia, Donald Trump reconociera, tras un mes de ‘negacionismo pandémico’, que la cosa se ponía seria. El discurso del mandatario mexicano ya no es tan relajado como el de hace una semana; su actitud sí lo es.

“América primero”, el invariable mensaje de Trump

Hubo un tiempo en que Estados Unidos fue el líder del orden mundial. Su gestión después de las dos guerras mundiales que asolaron Europa y su internacionalismo - interventor, solidario o los dos a la vez - le colocaron como una potencia a la que mirar. En la actualidad, la mirada hacia EEUU por parte del resto del mundo es distinta. No es de admiración, ni siquiera recelosa, es condescendiente ante un liderazgo que ha demostrado unos niveles de narcisismo muy elevados. La cronología de la gestión de Trump durante esta crisis no es diferente a la de otros mandatarios, aunque su discurso ha sido uno de los más irresponsables, quizás similar al de Boris Johnson en Reino Unido. Primero, el estadounidense le restó importancia al Covid-19 con arrogancia, luego comenzó a cargar contra China al insistir en catalogar a la enfermedad como ‘virus chino’, una actitud que puso en riesgo a la comunidad asiática estadounidense. Luego cargó contra la Unión Europea e incluso atacó al Partido Demócrata. Todos esto sin ser capaz de dar explicaciones profundas o análisis inteligentes sobre esta crisis sanitaria cuando aparecía - y aparece - en público. La economía estadounidense es su mayor preocupación y en el aspecto sanitario, Estados como Nueva York, se vieron obligados a tomar medidas que el presidente no estaba llevando a cabo. La gestión de Trump ha llegado a ser catalogada de “infantil”, “incompetente” y digna de un líder “nocivo” para los suyos. Y todo esto en año electoral.

Boris Johnson o el paradigma de la insensatez

Hay anécdotas y episodios que persiguen a los máximos mandatarios de los países por siempre y se extienden más allá de su carrera política e incluso trascienden a su propia vida. El día en que Boris Johnson afirmó en rueda de prensa que se dedicó a darle la mano a enfermos por el coronavirus en un hospital pasará a la historia como uno de los hitos más ridículos de la política global.

“Estoy dando apretones de manos continuamente. Estuve en un hospital la otra noche y creo que había varios pacientes de coronavirus. Le di la mano a todos”, titubeó el primer ministro británico frente a una nación que en aquellos primeros compases de marzo no era consciente de lo que estaba por venir. “Cada persona debe hacer lo que crea oportuno pero creo que la evidencia científica es que… le doy la palabra a los expertos…”, agregó antes de que uno de esos expertos insistiera atónito: “Lávense las manos”. Johnson rectificó y señaló que lavarse las manos es crucial.

Aquellos 35 segundos sintetizaron su gestión ante la crisis de manera brillante. Con Trump comparte su incapacidad para dominar los detalles y entresijos de la crisis sanitaria que lidera. Improvisaciones vacías, apariciones públicas que no se limitaron a los hechos, sino a intentos insulsos de hacer bromas fáciles e ignorancia ante una situación de emergencia. Si Winston Churchill levantara la cabeza vería a un líder tan poco capacitado que, para colmo, desafortunadamente ha acabado contagiado por el coronavirus. Su teoría de inmunización colectiva -que la ciudadanía lidie con el virus como pueda a pesar de las muertes que ellos supondría- fue una directriz inicial que pronto se esfumó para seguir con la tendencia mundial del confinamiento.

La izquierda brasileña se levanta contra Bolsonaro

La manera en la que Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, está lidiando con la crisis del coronavirus está siendo catalogada de cínica y criminalmente irresponsable. Su estrategia ha sido la de quitarle importancia a la pandemia con altas dosis de arrogancia y superioridad. Como otros mandatarios, el brasileño desoyó las recomendaciones de los responsables sanitarios de su país y prefirió no llevar a cabo el distanciamiento social sugerido. Lo hizo además mientras era grabado y con una frase que también pasará a la historia como uno de los mayores errores en la gestión de una situación de este calibre, donde millones de vidas están en peligro en el mundo: “Todos moriremos algún día”, afirmó. Bolsonaro no se quedó ahí y llegó a decir que mataría al virus como “jodidos” hombres, no como críos, en una clara referencia a su prioridad por la economía en lugar de por tomarse en serio las vidas que están en peligro. Un grupo de personalidades de izquierdas han pedido su dimisión por su “irresponsabilidad” y han catalogado al político como “el mayor obstáculo” para que se tomen decisiones urgentes con el fin de reducir la propagación de la infección. “Bolsonaro no está en posición de seguir gobernando Brasil... Comete crímenes... miente y fomenta el caos, aprovechándose de la desesperación de nuestros ciudadanos más vulnerables”, aseveraron en el comunicado.

Francia, el liderazgo de la consciencia social

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha irradiado seguridad y tranquilidad durante el manejo de esta crisis. En sus dos primeros discursos dirigidos al país, promulgó valores como la autoridad y la solemnidad ante un pueblo que acogió sus palabras con disciplina generalizada. No fue para menos, ya que los gendarmes y la policía fueron los primeros en asegurar que el confinamiento de las ciudadanía se llevara a cabo de manera efectiva bajo amenaza de enormes multas a aquellos que no tuvieran una buena excusa para salir de casa. El confinamiento comenzó el 17 de marzo, cuando la tasa de mortalidad era del 2 por ciento, una cifra inferior a cuando otros países decidieron tomar este tipo de medidas. En cuanto a las medidas económicas que anunció Macron, destaca el compromiso del Estado para financiar a las empresas y a los ciudadanos “cueste lo que cueste”. Su papel de mediador entre Europa del norte y del sur, y su espíritu europeísta y de solidaridad le han colocado como uno de los líderes que mejor están reaccionando ante la crisis, a pesar de que Francia está siendo uno de los países más golpeados del Viejo Continente por el coronavirus.

Merkel, pragmatismo y sensibilidad ante el virus

Angela Merkel es la antítesis de líderes viscerales como los de Brasil, Reino Unido o EEUU. Su rol de figura matriarcal se vio perfectamente reflejada en la despedida de uno de sus discursos: “Cuídense y cuiden a sus seres queridos”. Nada de proclamas nacionalistas, sino un mensaje humano raramente visto en la esfera política. Sus decisiones poco impulsivas, basadas en los hechos expuestos por los sanitarios y siguiendo a rajatabla las recomendaciones de confinamiento tras haber tenido contacto con un médico infectado, han hecho que su popularidad crezca después de dos años en los que parecía que su liderazgo se desvanecía tras 14 años en el poder. Un buen ejemplo de su manera de liderar con el Covid-19 se percibió en su primer discurso a la nación, la canciller alemana apeló con calma a la razón y la disciplina de los ciudadanos para frenar la propagación del virus. Recordó que ella fue una mujer que creció en la Alemania oriental comunista y reconoció lo difícil que es renunciar a las libertades. Habló desde el corazón, pero también desde la razón como científica cualificada que es, e hizo hincapié en que los hechos no mienten. En su afán de predicar con el ejemplo, tras dirigirse a su país, se marchó a un supermercado local cercano a su casa, y compró comida, vino y papel higiénico. Las instantáneas de aquella compra dieron la vuelta al mundo y fueron el símbolo de una persona de a pié que irradió tranquilidad en medio de una crisis mundial. Si en Alemania, la canciller se ha vuelto a ganar el corazón de sus ciudadanos, a nivel europeo, Merkel se mantiene sólida desde el bloque contrario a tender la mano a los países del sur más afectados por el virus.

Angela Merkel hizo la compra antes de su confinamiento.
Angela Merkel hizo la compra antes de su confinamiento.

Nueva Zelanda, ejemplaridad y cercanía

Jacinda Ardern es, sin duda, una de las personalidades que más humanidad irradian en su manera de liderar. Lo demostró cuando hace justo un año se produjo un terrible atentado extremista en Nueva Zelanda contra la comunidad musulmana - al día siguiente apareció con un velo para dar confort - y lo ha vuelto a demostrar durante su gestión durante la crisis del coronavirus. La compasión y la cercanía son dos de sus grandes virtudes, algo que deja claro durante sus vídeos en redes sociales, donde, hace unos días apareció con ropa de estar por casa en su cuenta de Facebook para contestar a las preguntas de los ciudadanos kiwis.

Reconoció que acababa de acostar a su hija y que ya estaba lista para resolver las dudas de su gente. También realizó un vídeo explicativo de cómo se contagia el virus que fue dirigido a los más pequeños para crear más conciencia social. Rápida en sus medidas de confinamiento, más que su vecina Australia, otro de los puntos más singulares de su manera de gestionar la crisis es la inclusión. A diferencia de la gran mayoría de los Gobiernos, Ardern ha incluido en el comité de emergencia a miembros de la oposición para que también den su punto de vista sobre el manejo de la situación. En el caso de esta lideresa atípica y ejemplar, el diálogo y el bien común se imponen a la división política que prima en otras naciones.

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