La COVID-19 ocasiona más de un millón de muertos a nivel global

El registro de los fallecidos en una funeraria en Queens, Nueva York, en abril. (Stephen Speranza para The New York Times)
El registro de los fallecidos en una funeraria en Queens, Nueva York, en abril. (Stephen Speranza para The New York Times)
El funeral de un hombre que murió de Covid-19 en Río de Janeiro, en mayo. Solo en Brasil se han registrado más de 140.000 muertes por coronavirus desde el comienzo de la pandemia. (Dado Galdieri para The New York Times)
El funeral de un hombre que murió de Covid-19 en Río de Janeiro, en mayo. Solo en Brasil se han registrado más de 140.000 muertes por coronavirus desde el comienzo de la pandemia. (Dado Galdieri para The New York Times)

En los últimos 10 meses, el virus ha cobrado más vidas que el VIH, el paludismo, la influenza y el cólera. Y, mientras siembra destrucción en la vida diaria de todo el planeta, se sigue propagando con rapidez.

Más que el VIH. Más que la disentería. Más que el paludismo, la influenza, el cólera y el sarampión combinados.

En los 10 meses que han transcurrido desde que una misteriosa neumonía empezó a atacar a los residentes de Wuhan, China, la COVID-19 ha matado a más de un millón de personas en todo el mundo, una cifra atroz recopilada de los registros oficiales que, sin embargo, no refleja realmente cuántos pacientes han muerto. Puede ser que ya haya superado a la tuberculosis y la hepatitis como la enfermedad infecciosa más mortal del mundo y, a diferencia de las otras competidoras, sigue avanzando con rapidez.

El coronavirus, como nada que se haya visto en más de un siglo, se ha infiltrado en todos los rincones poblados del orbe, sembrando terror y pobreza, infectando a millones de personas en algunos países y paralizando economías enteras. Pero cuando la atención se enfoca en la devastación causada por la suspensión de la vida comercial, educativa y social del mundo, es demasiado fácil perder de vista el costo humano más directo.

Más de un millón de personas –padres, hijos, hermanos, amigos, vecinos, colegas, profesores, compañeros– se han ido, de pronto, prematuramente. Quienes sobreviven a la covid quedan postrados durantes semanas o incluso meses antes de recuperarse y muchos presentan persistentes efectos adversos cuya gravedad y duración siguen siendo desconocidos.

Sin embargo, mucho de ese sufrimiento podría haberse evitado, lo cual es uno de los aspectos más dolorosos.

“Este es un evento global muy serio y muchas personas iban a enfermarse y muchas morirían pero no tenía que ser tan malo”, dijo Tom Inglesby, director del Centro para la Seguridad de Salud Johns Hopkins, que intenta proteger a las personas de las epidemias y los desastres.

Lugares como China, Alemania, Corea del Sur y Nueva Zelanda han demostrado que es posible ralentizar la pandemia lo suficiente para limitar los contagios y muertes, mientras se reabren los negocios y las escuelas.

Pero para eso es necesario que se produzca una combinación de elementos que pueden estar fuera del alcance de los países más pobres e incluso de aquellos que, como Estados Unidos, no han podido implementarlos: pruebas a gran escala, rastreo de contactos, cuarentenas, distanciamiento social, mascarillas, equipo de protección, una estrategia clara y consistente y la voluntad de cerrar todo rápido cuando surge alguna dificultad.

No hay uno, dos o tres factores clave. “Es todo un ecosistema. Todo trabaja en conjunto”, dijo Martha Nelson, una científica en los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos especializada en epidemias y genética viral que estudia la COVID-19.

Se reduce a recursos, vigilancia, voluntad política y que casi todos se tomen la amenaza en serio: condiciones más difíciles de conseguir cuando la enfermedad se politiza, los gobiernos reaccionan con lentitud o inconsistencia y cuando cada estado o región toma su propio curso, ya sea recomendable o no.

“Una cosa es contar con todas las capacidades técnicas pero si nuestros líderes socavan la ciencia o minimizan la epidemia o le dan falsas esperanzas a las personas, arriesgamos todo lo demás”, dijo Inglesby.

Los expertos afirman que, una y otra vez, los gobiernos reaccionaron con demasiada lentitud al esperar hasta que sus países o regiones estuvieran asediadas, ya sea desestimando la amenaza o creyendo que era un asunto de China, Asia, Italia, Europa o Nueva York.

Thomas R. Frieden, un exdirector de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades en Estados Unidos (CDC, por su sigla en inglés), dijo que un gran fallo había sido la comunicación del gobierno con el pueblo sobre todo en Estados Unidos.

“Están los principios estándar de la comunicación de riesgo: ser el primero, estar en lo correcto, ser creíble, ser empático”, dijo. “Si intentaras violar esos principios más de lo que lo ha hecho el gobierno de Trump, no creo que lo lograrías”.

El mundo ahora sabe cómo aplanar la curva de la pandemia –no para eliminar el riesgo sino para mantenerlo a un nivel manejable— y en el camino ha encontrado sorpresas.

Los cubrebocas resultaron ser más útiles de lo que los expertos predijeron. El distanciamiento social a una escala inaudita ha sido más factible y efectiva de lo que se había anticipado. La diferencia en peligro entre una reunión al aire libre y una en interiores es mucho mayor de lo esperado.

Y, algo crucial, las personas resultan más contagiosas cuando muestran sus primeros síntomas o incluso tiempo antes, no días ni semanas después, cuando están más enfermas, al contrario del patrón habitual de las enfermedades infecciosas. Eso hace que las medidas preventivas como usar cubrebocas y las respuestas rápidas al aislar y testear a las personas que hayan podido estar expuestas sean mucho más importantes. Si esperas a que el problema sea evidente es que has esperado demasiado tiempo.

Los países han aprendido a la mala que sus cadenas de suministro de kits de prueba, reactivos químicos y equipo de protección eran inadecuadas, demasiado vulnerables o dependientes de los proveedores extranjeros.

No queda claro cómo muta el virus ni con cuánta rapidez, lo cual hace que sea imposible predecir en cuánto tiempo podría funcionar una vacuna. La pandemia ha expuesto lo poco que saben los científicos sobre los coronavirus, incluso sobre los que solo causan el resfriado común, y en especial aquellos que circulan en murciélagos y otros animales.

“A las personas que se encuentran en confinamiento les parece que se prolonga interminablemente, pero para los científicos apenas es el principio”, dijo Nelson. “Apenas estamos rascando la superficie de esto”.

Desde un punto de vista de salud pública, la mayor incógnita podría ser si el mundo estará preparado cuando –no en caso de, sino cuando– llegue la próxima pandemia.

Richard Pérez-Peña es el editor de noticias internacionales del Times en Londres. Anteriormente cubría noticias de último momento para la sección Nacional. Desde que se unió al New York Times en 1992, ha cubierto noticias sobre educación superior, la industria de periódicos y revistas, la atención médica, el transporte, los tribunales y el gobierno y la política.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company