La historia nos recuerda que siempre ha habido líderes que priorizan la economía sobre la salud

Mujeres de Brisbane (Australia) llevando mascarillas quirúrgicas durante la epidemia de gripe de 1918. (Imagen creative commons vista en Flickr - crédito: Libreria Estatal de Queensland).
Mujeres de Brisbane (Australia) llevando mascarillas quirúrgicas durante la epidemia de gripe de 1918. (Imagen creative commons vista en Flickr - crédito: Libreria Estatal de Queensland).

Creo que el coronavirus (o “la plaga COVID-19” como dice Trump) me ha hecho comprender que toca actualizar el dicho popular ese de “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Tal parece que en realidad a algunos líderes les gusta llevarse a casa “la piedra” y dejarla a la entrada, cual felpudo, para poder tropezar con ella una y mil veces.

Aunque este no es el único pedacito de sabiduría popular que nuestros líderes se saltan a la torera. ¿Has oído alguna vez eso de: “quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”? Pues más de lo mismo: papel mojado. Y si lo piensas es normal. Si los políticos hacen hoy todo lo contrario a lo que (ellos mismos) habían propuesto hace tres meses (pasándose por el forro la hemeroteca más inmediata en el proceso, a la par que sus principios) ¿cómo van a tomarse en serio lo que han dejado escrito un puñado de historiadores a los que ni siquiera conocen?

Veamos ejemplos de esta “mala memoria histórica cíclica” relacionados con el COVID-19, la pandemia de nuestras vidas, pero no la primera que la humanidad ha visto. Ahí está sin ir más lejos la mal llamada gripe española, que surgió en 1918 y que regresó (más mortífera aún) en la segunda oleada de 1919. En Estados Unidos esto fue así, debido en parte a las laxas recomendaciones dadas por las Autoridades, que permitieron reuniones masivas desde Filadelfia hasta San Francisco.

A pesar de aquel notorio error, ahora mismo el gobierno Trump y algunos gobernadores tratan de acelerar el final del confinamiento para regresar a la normalidad, en contra de lo expresado por los expertos en salud, que están completamente seguros de que llegará una segunda oleada que podría forzar al gobierno a volver a tomar medidas drásticas. (Y eso que Estados Unidos sigue lejos de alcanzar el pico de contagios de este brote inicial).

No obstante esto ha ocurrido en todas partes, no solo en los Estados Unidos. El historiador británico Richard Evans lo cuenta de forma clara en una entrevista con el medio NPR.

“En casi todas las epidemias en las que se te ocurra pensar, la primera reacción de cualquier gobierno es decir: ‘no, aquí no pasa’ o ‘nosotros no la tenemos’; o también eso de: ‘aquí es solo leve’ o ‘no va a causar un gran efecto’”.

Imagen de un hospital en Hamburgo durante el brote de colera de 1892. (Crédito imagen wikipedia).
Imagen de un hospital en Hamburgo durante el brote de colera de 1892. (Crédito imagen wikipedia).

Casi en cada caso, los gobiernos que hicieron esto se equivocaron por completo. Ahí está el caso relatado en su libro de 1987 “Muerte en Hamburgo: sociedad y política en los años del cólera”, en el que se aborda el brote de cólera que asoló a la famosa ciudad-puerto alemana en 1892. Aquel virulento episodio acabó con la vida de 10.000 habitantes de la urbe, que por aquel entonces tenía 800.000 habitantes.

El libro no ha sido traducido al castellano, pero me tomo la licencia de traducir algunos puntos:

“La ciudad-estado alemana estaba dirigida por familias mercantes que anteponían el comercio y la economía al bienestar de los residentes. Los líderes en Hamburgo afirmaban que el cólera se propagaba por medio de un vapor invisible que ningún gobierno podía evitar”.

Para entender esta descripción del famoso e inexistente “miasma”, teoría anticientífica que dominó buena parte del siglo XIX, conviene leer algo sobre la vida de un médico inglés llamado John Snow. Gracias al talento y dotes de observación de este precursor de la epidemiología, la ciudad de Londres consiguió acabar con el brote de cólera que asoló el popular barrio del Soho en 1854.

Pero sigamos con el libro de Richard Evans:

“En agosto de 1892, los excrementos de un migrante ruso enfermo de cólera, acabaron por alcanzar el río Elba, el mismo que Hamburgo utilizaba para el suministro de agua municipal.“

¿Qué hizo el gobierno de la ciudad? Esperar seis días antes de contar la verdad, no antes de comprobar que la gente había comenzado a morir por cólera. Fue demasiado tarde, para cuando se hizo público miles de ciudadanos ya estaban enfermos. (¿No os recuerda a lo pasado en Wuhan con el gobierno chino?)

Un año después, los ciudadanos iracundos de Hamburgo votaron para echar a aquellos empresarios incompetentes del poder, y todos perdieron sus cargos. Los nuevos elegidos pertenecían a la socialdemocracia, un partido de clase trabajadora que priorizaba la salud y la ciencia por encima de las ganancias. (¿Le sucederá algo parecido a Trump en noviembre?)

Escena de la peste de 1720 en la Tourette (Marsella). Obra de Michel Apriete. (Crédito imagen wikipedia).
Escena de la peste de 1720 en la Tourette (Marsella). Obra de Michel Apriete. (Crédito imagen wikipedia).

Y ahora veamos otro ejemplo. Esta vez retrocedemos en el tiempo hasta 1720 y viajamos hasta Marsella, ciudad en la que tuvo lugar el último brote de peste registrado en Francia. También allí se recuerda como culpables de la “gran peste” a los mercaderes. En aquel año, se permitió que un barco que venía de Chipre descargara su valioso cargamento antes de pasar la cuarentena preceptiva. Los mercaderes querían acceder a los bienes que transportaba el buque (finas sedas y fardos de algodón) y sus prisas condujeron a la muerte de algo más de la mitad de población total de la ciudad de Marsella, estimada por aquel entonces en 90.000 habitantes. (¿No os recuerda esto a ciertos titulares relacionados con las poltícas de Bolsonaro?)

¡Menos mal que las cosas ahora son diferentes eh! ¿O no?

Me enteré leyendo The Week

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