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La historia del microbiólogo francés que puso patas arriba a la comunidad científica con una supuesta cura 100% efectiva para el covid-19

French professor Didier Raoult, biologist and professor of microbiology, specialized in infectious diseases and director of IHU Mediterranee Infection Institute speaks on February 26, 2020 in his office in Marseille, southeastern France. - The controversial French professor of microbiologist Didier Raoult, who believes the anti-malaria drug chloroquine can help beat the coronavirus, has claimed that a new study he has conducted confirms its "efficiency" at combatting the virus. But several other scientists and critics of Raoult, who heads the infectious diseases department of La Timone hospital in Marseille, were quick to cast doubt upon his findings on March 29, 2020. (Photo by GERARD JULIEN / AFP) (Photo by GERARD JULIEN/AFP via Getty Images)
El profesor francés Didier Raoult, biólogo y profesor de microbiología. Especialista en enfermedades infecciosas.(Foto de GERARD JULIEN / AFP) (Foto de GERARD JULIEN/AFP via Getty Images)

Como en una especie de juego de adivinanzas, me gustaría que tratarais de acertar la identidad de un tipo que voy a describiros a continuación. ¿Os animáis?

Se trata de un tipo caucásico, adicto al poder y a las alabanzas (que no duda en prodigarse a sí mismo). Está al mando de una poderosa institución fundada por él, gracias a la cual cuenta con una legión de acólitos que le admiran y ven en él a una especie de profeta. Dueño de un extraño peinado, ha promovido un tratamiento contra el COVID-19 basado en la hidroxicloroquina (una sustancia cuya efectividad contra el SARS-CoV-2 no ha sido probada ni replicada).

Nuestro hombre es además “alérgico a las críticas”. Cualquier colega que aporte datos que desacreditan su labor será tachado de “cazador de brujas”, y por ende, cualquier escrito suyo será etiquetado de “fake news”. Podríamos añadir también que es conocido por su actitud déspota e iracunda con sus subalternos, además de por ser idolatrado por los amantes de las conspiraciones.

Famoso por considerar a todos los demás líderes en su campo “unos inútiles”, es indudablemente soberbio, arrogante, pagado de sí mismo y autocomplaciente. Ah, se me olvidaba, desprecia el supuesto alarmismo que los medios aplican en el seguimiento de la pandemia. De hecho, con las primeras noticias llegadas de Wuhan, restó importancia a la posible expansión del virus fuera de China.

Pero también hay que ser justos. Ha sabido llegar a lo más alto y es uno de los mejores en su labor. Iconoclasta y opositor de todo aquello que huela a convencional, puede caer mal, pero sus colegas conocen su valía y le profesan respeto. Nadie le ha regalado nada y hasta ahora sus éxitos pasados le avalaban.

¿De quién estoy hablando?

Si pensabas que hablaba del presidente Trump te equivocabas. La respuesta es Didier Raoult, eminente microbiólogo francés y director del Institute Hospitalier Universitaire Méditerranée Infection (por sus siglas IHU) con sede en Marsella. Raoult saltó a la fama internacional una vez que el presidente Trump escribiera en Twitter que su propuesta de tratamiento contra el coronavirus era una “cura milagrosa”. Aquello provocó que la hidroxicloroquina, un fármaco comúnmente empleado para combatir la malaria, la artritis reumatoide y el lupus, se agotara en las farmacias norteamericanas rápidamente.

Pero vayamos al comienzo. Hijo de un doctor del ejército galo destacado en Dakar (en el entonces Senegal Francés), Raoult pasó los 10 primeros años de su vida en África, donde su padre le recetaba cloroquina para mantenerle libre de malaria. Pronto destacó como especialista en enfermedades infecciosas. En la década de 1990 propuso con éxito el uso de la hidroxicloroquina para el tratamiento de una enfermedad llamada Fiebre Q que a menudo resulta fatal. El tratamiento contra el causante de la bacteria intracelular que provoca esta enfermedad se combinaba con el uso de la dioxiciclina, un antibiótico. Esta conjunción de fármacos, resultó así mismo efectiva contra la enfermedad de Whipple, otro mal causado por una bacteria intracelular. Desde entonces, ambos fármacos se emplean como estándar en el tratamiento de ambas enfermedades. ¡Todo un éxito para Didier Raoult!

Durante la última década, el microbiólogo francés ha conseguida identificar 500 especies nuevas de bacterias transmitidas por los humanos, y a una quinta parte de ellas las ha caracterizado y nombrado. Hasta hace poco de hecho, era más conocido por el hallazgo de un virus gigante que identificó en 1992 (llamado “mimivirus”) cuyo tamaño desconcertó por asemejarse más al de una bacteria.

Idolatrado en Marsella, su ciudad natal y sede del IHU, nuestro protagonista comenzó a seguir las noticias llegadas de China al inicio del invierno pasado. En enero, comenzó a prepararse, e hizo acopio de todos los materiales necesarios para realizar test PCR de forma masiva. Pronto, comenzó a recibir informes favorables de los primeros trabajos chinos in vitro con cloroquina, el fármaco con el que tan familiarizado estaba desde su infancia.

Por ello, en cuanto la enfermedad saltó a Europa, movió sus resortes para atender a los primeros infectados y comenzar a experimentar posibles tratamientos. Dadas las similitudes entre las bacterias intracelulares y los virus, Raoult pensó que podría repetir su fórmula de éxito: hidroxicloroquina más un antibiótico, en este caso la azitromicina (cuya eficacia contra el virus Zika había comprobado personalmente en un estudio de 2018). No se trataba de una elección de riesgo, ni de ningún fármaco expeimental. De hecho ambos medicamentos son bien conocidos por la literatura médica desde hace décadas y forman parte del paquete de “básicos” en cualquier hospital (además son económicos).

Por ello, el pasado mes de marzo, Raoult comenzó a realizar test del coronavirus a muchas personas sin recursos en su ciudad. Pronto se formaron largas colas, y casi inmediatamente, nuestro protagonista hizo público los resultados de un pequeño estudio (efectuado con 36 pacientes) en el que afirmaba haber curado al 100% de los participantes empleando su combinación de hidroxicloroquina más azitromicina.

Los resultados del trabajo se hicieron públicos tras solo 6 días de observación. No se hicieron pruebas de doble ciego, el grupo de control se encontraba en hospitales lejos del IHU y existía información contraproducente. Aún así nuestro protagonista subió un vídeo a Youtube en el que se mostraba exultante, titulado: Coronavirus: Game Over!

Tras permitir que algunos próximos a Trump anticiparan los resultados de su miniestudio, la fiebre por la hidroxicloroquina comenzó en Estados Unidos, y varios países se lanzaron a probar su eficacia en las clínicas cada vez más atestadas de enfermos. La operación publicitaria resultó todo un éxito para sus intereses.

¿Pero había buena ciencia tras el acelerado estudio? Bien, investigaciones recientes más serias (sin atajos, sin presentimientos, solo datos) demuestran que no hay ni ventajas ni daños en el uso de la hidroxicoloriquina. El hecho de que la COVID-19 tenga una mortalidad tan baja, hace que sea complicado ver resultados milagrosos “a primera vista”, ya que de hecho la mayor parte de los participantes en los estudios van a sobrevivir igualmente. Por eso harán falta estudios a gran escala si queremos distinguir los antivirales efectivos de los que realmente no hacen nada.

Obviamente los críticos de Raoult se le han echado encima. Karine Lacombe, profesora de medicina en París habla de “pensamiento mágico” cuando se refiere a la metodología empleada. Por otro lado, el famoso inmunólogo estadounidense Anthony Fauci, antagonista de Trump, ha afirmado que los resultados del estudio de Raoult son “anecdóticos”. Recientemente, incluso las autoridades sanitarias galas le han llamado la atención por sus aparentes errores en el diseño del estudio, sus omisiones y su falta de aleatoriedad.

Ahora, la impresión generalizada es que el hombre que antes de lanzarse a promover una cura cuestionable contra el COVID-19 era considerado una “estrella de la ciencia”, está comenzando a darse cuenta del alcance de sus prisas. El mismo hombre que ganó notoriedad por sus enfoques poco ortodoxos y por atreverse a poner en duda cualquier opinión científica refutada, viniera de quien viniera (incluso del mismísimo Darwin) ha empezado a dudar de su autodesignada infalibilidad.

El famoso vídeo victorioso que subió a Youtube hace unos meses es un ejemplo perfecto de este sutil cambio de actitud. Recientemente ha cambiado un carácter en el título, pero su importancia en el significado final es elocuente. Ahora pone Coronavirus: Game Over?

Me enteré leyendo un extenso y mayúsculo trabajo de Scott Sayare para el New York Times.

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