Anuncios
Elecciones México 2024:

Cobertura Especial | LO ÚLTIMO

Otra cosa perdida en Ucrania: los años de la adolescencia

Unos soldados ucranianos hablan entre ellos cerca de una cafetería en el centro de Slóviansk, Ucrania, 25 de abril de 2023. (Mauricio Lima/The New York Times)
Unos soldados ucranianos hablan entre ellos cerca de una cafetería en el centro de Slóviansk, Ucrania, 25 de abril de 2023. (Mauricio Lima/The New York Times)

SLÓVIANSK, Ucrania — El enorme cráter, excavado por un misil ruso e inundado de agua, abría un camino irregular en medio de una calle de la ciudad. Al pequeño grupo de adolescentes que pasaba por allí le dio risa.

“Mira, es nuestro estanque local”, dijo Denys, de 15 años. “Podemos echarnos un clavado y nadar”.

Con sus sudaderas holgadas y sus mochilas colgadas de un hombro, los jóvenes caminan por las calles de Slóviansk, una ciudad del frente de batalla en el este de Ucrania, a falta de otra cosa que hacer en una tarde de primavera.

Pasan junto a soldados en uniforme de combate, que llevan fusiles y se dirigen a las trincheras a unos 32 kilómetros de distancia, y ven pasar camiones militares que levantan nubes de polvo. Viven su adolescencia en un circuito de espera debido a la guerra que asola su entorno: sin bailes ni ceremonias de graduación, cines, fiestas ni deportes.

La invasión rusa de Ucrania ha causado enormes daños directos, al matar a decenas de miles de personas y obligar a millones de ucranianos a abandonar sus hogares. Pero la guerra también ha cobrado otra víctima: las experiencias típicas de la adolescencia, como sucede con los jóvenes de Slóviansk, que viven cerca de las zonas de combate, y pasan el tiempo en ciudades asoladas donde los cohetes llegan con frecuencia.

“Ojalá tuviera una vida ordinaria”, dijo un joven de 16 años llamado Mykyta.

Una residente hace una pausa mientras va de compras por las calles casi desiertas del centro de Slóviansk, en el este de Ucrania, 26 de abril de 2023. (Mauricio Lima/The New York Times)
Una residente hace una pausa mientras va de compras por las calles casi desiertas del centro de Slóviansk, en el este de Ucrania, 26 de abril de 2023. (Mauricio Lima/The New York Times)

Cuenta que sus días se han reducido a salir a caminar con sus amigos y jugar videojuegos en su habitación. “Estudiamos toda esta ciudad, conoces cada rincón”, dijo Mykyta. “Ya no es tan divertida”.

Deambulando por la ciudad una tarde reciente, media docena de adolescentes dijeron que la mayoría de las veces se enfrentaban a las dificultades de la guerra y al terror de los ataques rusos con humor, burlándose de todo lo que les rodeaba, incluso unos de otros. Debido a su edad, solo se les identifica por su nombre de pila.

Slóviansk, una pequeña ciudad situada en un cruce de caminos que fue ocupada brevemente por fuerzas rusas en 2014, volvió a sufrir los efectos de la guerra tras la invasión a gran escala del año pasado. Los frentes de batalla se acercaron y los ataques de artillería comenzaron a abatir la ciudad. Se la considera un próximo objetivo probable si Rusia captura Bajmut, su vecina al este.

Sin embargo, muchos adolescentes siguen en la ciudad a pesar del peligro; sus padres permanecen en ella por motivos laborales o porque se resisten a abandonar sus hogares y a vivir como refugiados. El último día de clase de los jóvenes fue el 23 de febrero de 2022, un día antes de la invasión rusa. Las autoridades cancelaron todas las actividades organizadas para los jóvenes, por temor a que un cohete impactara en una multitud.

Rusia bombardea Slóviansk casi una vez a la semana, posiblemente apuntando a los miles de soldados acuartelados aquí. Pocos residentes mueren, aunque un ataque el mes pasado mató a 11 civiles mientras dormían.

Cuando las explosiones resuenan en las calles, los adolescentes se tiran al suelo para protegerse, no sea que un impacto caiga cerca y envíe metralla sibilante hacia ellos.

Luego empieza el jolgorio.

”¡Nada más no nos disparen!”, bromean, cubriéndose la cabeza con sus manos, contó Kristina, de 15 años, una de los adolescentes que pasean por la ciudad.

“Lidiar con esto de esta manera es más fácil ”, afirmó. De hecho, admitió: “da mucho miedo”.

Denys, apodado “el Guitarrista” por sus dotes musicales, dijo que a veces se levantaba después de un ataque y bailaba un poco, para aligerar el ambiente.

“Nos tiramos al suelo y luego nos reímos”, dijo Daniil, de 16 años, otro miembro del grupo. “Tenemos que ser positivos”.

Los estruendos huecos y distantes de la artillería a lo largo del frente de batalla resonaban por toda la ciudad. Daniil se rió. “Estamos caminando bajo explosiones”, dijo. “¡Allá vamos! Para nosotros, esto es típico”.

Mykyta, que tiene los ojos verde grisáceos y el pelo castaño hasta los hombros, lleva más de un año sin ir a clase. Quiere ser chef, dice, y le gusta preparar comidas para su madre, que es empleada de la compañía estatal de ferrocarriles y lo está criando sola.

Espera que la guerra haya terminado para cuando se gradúe el año que viene, después de terminar las clases en línea de profesores que a veces las imparten desde el extranjero. Entonces quizá se vaya a otra parte, indicó.

Pero Mykyta también dice que siente afecto por la ciudad, incluso después de haber vivido meses de guerra. “Aquí no hay nada”, afirmó. “Pero no quiero irme”.

Los amigos no hablan mucho de la guerra, dijo, ni de la batalla por Bajmut, que en cualquier momento podría determinar el destino de su propia ciudad. “Hay temas mucho más interesantes que la guerra”, expresó, como el cine y la música.

La invasión rusa lo cambió todo. La angustia normal de la adolescencia, y las primeras aventuras de la independencia, todo tiene lugar ahora entre las ruinas de una ciudad casi desierta. Con el peligro siempre presente, el toque de queda de las 9 de la noche no lo imponen los padres, sino los soldados en los puestos de control.

Los padres están insensibilizados a las sirenas antiaéreas y, en cualquier caso, sienten que no tienen más remedio que sacar a sus hijos a pasear después de un tiempo interminable dentro de casa. La guerra no ha curado el tedio.

Los adolescentes se detuvieron en uno de sus lugares favoritos, las escaleras de un cine cerrado cerca de un parque donde el césped estaba lleno de cráteres de obuses. Se acercaron a las gradas vacías de un estadio de fútbol, donde no se celebran partidos para evitar que se forme una multitud, lo que invitaría a un desenlace más trágico por el impacto de un solo cohete.

Antes de la guerra, relató Daniil, solía ir a parrilladas fuera de la ciudad, y esperaba con impaciencia una fiesta municipal en otoño —ahora cancelada— llamada Día de la Ciudad. Solía pasar tiempo con un grupo mucho más numeroso de amigos, dijo, unos 20 en total, pero ahora solo quedan cinco o seis. Todos los demás abandonaron la ciudad.

Sonia, de 14 años, cuya madre tiene un salón de belleza en Slóviansk, dice que echa de menos los tiempos antes de la invasión. “No tenía que temer por mi vida”, declaró.

Echa de menos a los amigos cuyas familias se marcharon en busca de seguridad. “Me encariño muy rápido con la gente”, dijo, “y es muy doloroso despedirme de ellos”.

“Una vez salí a pasear con mi amiga y empezaron los bombardeos”, contó Sonia. “Me entró el pánico y empecé a parar a los autos que pasaban, a llorar y a pedirles que me devolvieran al centro de la ciudad. Básicamente, si caen muchas bombas da miedo, pero si solo cae una no pasa nada”.

Un ataque en particular sacudió a Rostyslav, de 15 años. Estaba jugando un videojuego en su habitación alrededor de la una de la madrugada cuando una explosión cercana sacudió el edificio. “Mis padres me dijeron que estuviera preparado para salir, si era necesario”.

“Intento prepararme para eso”, dijo sobre los ataques rusos. “Vivo a medio camino entre la normalidad y esta situación”.

Después de pasar por el cráter inundado de misiles, Denys vio unos tulipanes en un jardín enfrente de él. Tomó uno, se acercó a un grupo de chicas y le regaló una flor a una de ellas. “Están muy lindas”, les dijo.

c.2023 The New York Times Company