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Los corruptos, los despistados y Joe Biden

La toma de posesión de Joe Biden y Kamala Harris fue un momento sorprendentemente emotivo. Sé que no fui el único que, de repente, se percató de que estaba llorando. Por un momento sentí como si estuviéramos viviendo en un sueño, uno sobre la nación que deberíamos ser, una tierra de decencia, honestidad, justicia y unidad en la diversidad (‘e pluribus unum’, para acuñar una frase.)

Sin embargo, ahora comienza el trabajo y no será fácil. Biden habló de manera conmovedora sobre la unidad, pero aceptémoslo: no influirá en muchas personas del otro partido.

Una parte, quizá la mayoría, de la oposición que él enfrentará probablemente sea de gente que es muy corrupta. Incluso entre los republicanos que actúan de buena fe tendrá que lidiar con una falta de conocimiento bastante arraigada, que es resultado de la burbuja intelectual en la que la derecha ha vivido durante muchos años.

Empecemos con el rostro de la corrupción: Ted Cruz. Cierto, hay otros republicanos muy conocidos igual de malos o peores… hola, Josh Hawley. No obstante, Cruz personifica la mala fe con la que Biden tendrá que lidiar.

Cruz es, o solía ser, un hombre inteligente, pregúntenle y se los dirá (aunque en mi experiencia la gente segura de sus capacidades intelectuales no se jacta de sus credenciales académicas). Pero en su búsqueda del poder ha pasado muchos años tratando de apelar a los peores instintos de la base republicana. En particular, ha estado entre las principales voces que impulsan el discurso falso de una elección robada y tiene una responsabilidad significativa en el saqueo del Capitolio.

Él y sus aliados no lograron anular el proceso democrático. Pero no esperó, ni siquiera un poco, antes de usar la demagogia en contra de las políticas del nuevo presidente. Apenas unas horas después de la toma de posesión se burló de que Biden, al volver a unirse al acuerdo climático de París, indicaba que “está más interesado en los puntos de vista de los ciudadanos de París que en los empleos de los ciudadanos de Pittsburgh”.

La estupidez, cómo quema. Se llama el acuerdo de París porque es donde se firmó, no porque represente los intereses parisinos. Como le preguntó Alexandria Ocasio-Cortez: “¿También cree que la Convención de Ginebra trataba de las opiniones de los ciudadanos de Ginebra?”.

Pero repito, Cruz no es estúpido, solo imagina que los electores lo son. Lo que en verdad está haciendo es darnos una primera muestra de la oposición sin principios que Biden puede esperar del ala antidemocrática del Partido Republicano, que al parecer abarca la mayor parte del partido.

Aun así, hay algunos republicanos con principios. Por desgracia, también serán un problema.

Mitt Romney merece mucho crédito por enfrentarse a los autoritarios que dominan su partido. Fue el único senador republicano que votó para condenar a Donald Trump después del juicio político de finales de 2019; felicitó a Biden y Harris casi inmediatamente después de que se dieron a conocer los resultados de las elecciones, en claro contraste incluso con Mitch McConnell, que esperó más de un mes.

Pero eso no significa que será de ayuda. Después de la toma de posesión, Romney expresó su oposición a un nuevo paquete de ayuda económica, al declarar: “Acabamos de aprobar un paquete de más de 900.000 millones de dólares. Démosle tiempo para que pueda influir en la economía”.

Ahora, Romney se ha ganado la reputación de que, a diferencia de otros republicanos que se oponen al alivio, él está tratando de hacer lo correcto. Pero ese es un comentario totalmente despistado que indica que no se entiende de qué se trata el paquete propuesto por Biden.

Aunque suele llamarse “estímulo” a la legislación para el alivio del coronavirus, eso no es lo que Biden está tratando de hacer. La economía en 2021 no es como la de 2009, deprimida porque no hay suficiente demanda; no nos hemos recuperado totalmente porque todavía estamos en un cierre parcial y algunas actividades están restringidas por el riesgo de infección.

El objetivo de las políticas públicas en esta situación no es aumentar el gasto, hacer que la gente salga a comer y viaje. Más bien, se trata de ayudar a la gente, a las empresas y a los gobiernos locales a superar el difícil periodo hasta que la vacunación generalizada nos permita volver a la normalidad.

Y sabemos, con la misma certeza con la que sabemos cualquier cosa en economía, que la economía continuará deprimida al menos hasta el verano y es muy probable que siga así más tiempo. El último paquete estuvo lejos de proveer ayuda suficiente para superar esos meses. Por ende, preguntar si ese paquete impulsó la economía no tiene sentido; es obvio que Estados Unidos necesita otra ronda de ayuda para el desastre.

Entonces, ¿cómo es que Romney, que en definitiva no es un hombre estúpido, no entiende los aspectos más básicos de la economía de la pandemia? Mi hipótesis, como ya he sugerido, es que en los años transcurridos desde que fue gobernador de Massachusetts se ha encerrado en la burbuja intelectual conservadora, y ya no escucha los análisis económicos sensatos, ni sabe cómo suenan.

Entonces, ¿qué esperanza tiene el bipartidismo? Gran parte de la oposición de Biden, como declamó la poetisa Amanda Gorman: “destrozaría nuestra nación, en lugar de compartirla”. Y hasta los patriotas de derecha se sienten confundidos por la ideología.

Así que el nuevo gobierno tendrá que ser enérgico y recurrir a todas las estrategias legislativas necesarias para lograr esas grandes cosas que se propone. Desde luego, dejemos que Biden intente unificar la nación, pero primero, tiene que salvarla.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company