CORRECCIÓN: En Los Ángeles, la política resulta ser más compleja que una conversación racista

Antes de que se quemara en los disturbios de 1992, en esta esquina del sur de Los Ángeles había una barbería propiedad de negros. Hoy es un mercado de propiedad latina que abastece a un barrio que ha cambiado. (Tracy Nguyen/The New York Times)
Antes de que se quemara en los disturbios de 1992, en esta esquina del sur de Los Ángeles había una barbería propiedad de negros. Hoy es un mercado de propiedad latina que abastece a un barrio que ha cambiado. (Tracy Nguyen/The New York Times)

LOS ÁNGELES — El sur de Los Ángeles, sinónimo de cultura negra en otro tiempo, ha pasado por un drástico giro demográfico.

En el teatro donde alguna vez se presentó Duke Ellington, se celebra una misa católica en español. En los pasillos del instituto Thomas Jefferson, entre cuyos famosos alumnos negros se encuentran Alvin Ailey y Dexter Gordon, alrededor de 9 de cada 10 estudiantes son hispanos. En la histórica avenida Central, las rancheras resuenan en las tiendas de abarrotes.

Pero en el 9.º Distrito de la ciudad, que abarca la franja de Los Ángeles antes conocida como South Central, hay un elemento que no ha cambiado: desde hace casi seis décadas los electores votan por candidatos negros a concejales, incluido su actual concejal, Curren Price.

En una grabación filtrada que ha trastocado la política de Los Ángeles este mes, se escucha a cuatro líderes latinos discutir cómo redefinir los distritos políticos en su beneficio y también se oye que emplean términos racistas y peyorativos que fueron muy criticados. El audio también expuso las frustraciones por no haber más latinos en los cargos electos, en un momento en el que constituyen la mitad de la población de la ciudad.

Décadas de decisiones y acuerdos políticos han resultado en la actual composición del Consejo Municipal, donde los líderes blancos y de color tienen más puestos de los que la demografía haría esperar. La grabación que se dio a conocer también inició un debate sobre qué tan importante sigue siendo la política de bloques raciales de las generaciones anteriores.

La participación de electorado en el 9.° Distrito es baja y algunos residentes dicen prestar poca atención a la política de la ciudad, a pesar de que les preocupa el crimen y la indigencia. Mientras llevaba a su hijo de 8 años de la escuela a la casa en el sur de Los Ángeles, María Robles, de 30 años, se preguntaba qué harían los políticos locales para resolver los problemas.

“Yo no voto, simplemente no lo hago”, dijo. “No creo que ningún político represente de verdad a los hispanos. No nos defienden”, aseveró.

María Robles, de 30 años, y su hijo Alex Salgado, de 8 años, caminan por el Concejo Municipal del 9.° Distrito de Los Ángeles el 12 de octubre de 2022. (Lauren Justice/The New York Times)
María Robles, de 30 años, y su hijo Alex Salgado, de 8 años, caminan por el Concejo Municipal del 9.° Distrito de Los Ángeles el 12 de octubre de 2022. (Lauren Justice/The New York Times)

Sin embargo, en los círculos políticos de la ciudad, la brecha entre la población latina y su nivel de influencia es un problema desde hace tiempo. En ningún lugar es más evidente que en el Noveno Distrito, donde el 80 por ciento de los residentes ahora son latinos.

“La gente se siente incómoda al hablar de esto, pero los latinos de Los Ángeles están poco representados”, afirmó Fernando Guerra, director del Centro para el Estudio de Los Ángeles de la Universidad Loyola Marymount. Realiza encuestas y grupos de discusión con regularidad entre los residentes de la ciudad y comentó que cuando habla con los latinos de esas comunidades, ellos dicen que les gustaría tener representación hispana.

En la década de 1980, un número cada vez mayor de inmigrantes latinoamericanos se trasladó al sur de Los Ángeles, huyendo de las guerras civiles centroamericanas y de los trastornos económicos de México. Al mismo tiempo, desaparecían los puestos de trabajo en el sector manufacturero, proliferaba la violencia de las bandas y las drogas y la clase media negra se trasladaba a otros lugares. Según los datos del censo analizados por SocialExplorer.com, en 1990 por primera vez más de la mitad de los residentes de la zona eran latinos.

La representación política suele ir a la par del cambio demográfico, y Los Ángeles no ha sido una excepción. En algunos casos, los líderes hispanos llegaron a acuerdos mutuamente beneficiosos para mantener los límites de los distritos que protegían a sus contrapartes de color. En otros, el movimiento obrero de Los Ángeles, que tiene una gran presencia de hispanos, ha apoyado a candidatos negros en funciones que son de fiar y no a aspirantes latinos que nunca han ocupado ese cargo y que además son desconocidos. Los miembros del sindicato aportan el apoyo financiero y de voluntarios necesario para que los votantes acudan a las elecciones locales en las que, de otro modo, la participación podría ser escasa en una ciudad grande y transitada.

De acuerdo con los datos de la ciudad, los residentes latinos constituyen el grupo étnico más numeroso en 10 de los 15 distritos del consejo de la ciudad. Pero su porcentaje de población con derecho a voto es menor que el de la población total, lo que reduce su poder electoral.

Incluso antes de que Nury Martínez, demócrata latina, dimitiera de la presidencia del Consejo Municipal y renunciara a su escaño la semana pasada debido al revuelo causado por el audio, solo cuatro de los 15 puestos del consejo estaban ocupados por latinos.

La conversación perjudicial ha tenido el efecto no deseado de reducir el poder latino, al menos temporalmente. El martes, la concejal Martinez fue sustituida en la presidencia por Paul Krekorian, un armenio estadounidense. Los otros dos concejales que se escuchan en la grabación, Gil Cedillo y Kevin de León, fueron despojados de sus tareas en la comisión y no han asistido a la reuniones desde hace una semana.

El 9.º Distrito se consideraba un bastión latino en la década de 1950, cuando Edward R. Roybal se convirtió en el primer concejal latino de la ciudad desde fines del siglo XIX. Cuando Roybal se fue al Congreso en 1962, Gilbert W. Lindsay, un organizador comunitario negro con fuertes vínculos laborales, quedó en su lugar. Lindsay se convirtió en uno de los políticos más poderosos de la ciudad, que controló durante tres décadas, haciéndose llamar “el emperador del grandioso Noveno”. Sus tres sucesores han sido negros.

Price, abogado formado en Stanford y angelino de nacimiento, que también ha formado parte del Consejo Municipal de Inglewood, afirma que el cuarto de millón de personas que viven en el 9.º Distrito lo han mantenido en el cargo porque entiende sus problemas cotidianos.

La semana pasada, frente a su oficina en la avenida Central, un mercado de agricultores ofrecía fresas rubicundas, tarros de miel, cartones de huevo y consejos para elaborar composta. El concejal dijo que la ampliación del mercado fue idea suya, para llevar productos a un desierto alimentario y dar a la gente un lugar donde reunirse y encontrar información sobre los vales de comida y los recursos comunitarios.

Todos los días, al otro lado de la calle, hay un mercado extraoficial donde los vendedores latinoamericanos ofrecen elotes, bolsas de duros, ropa y juguetes alrededor del estacionamiento de una tienda departamental de descuentos. Al pasar por el corredor, Price los miró y asintió: también son bienvenidos.

Señaló los carteles con información en inglés y español sobre los lugares importantes del apogeo de la zona como un próspero centro para los angelinos negros: el Teatro Lincoln en la calle 23, apodado el “Apolo de la Costa Oeste” en referencia al famoso lugar de entretenimiento negro en Harlem. La Liberty Savings and Loan Association, una empresa de propiedad negra que ofrecía hipotecas a los residentes locales cuando los prestamistas blancos les cerraban las puertas.

“No es solo para los afroestadounidenses. También es para la gente de piel morena que entiende nuestra historia”, dijo Price sobre los marcadores históricos.

La joya de la corona en aquellos días era el Hotel Dunbar, donde grandes personajes como Louis Armstrong, Lena Horne y Ellington se hospedaban en un momento en que podían atraer multitudes a sus actuaciones en Los Ángeles pero no se les permitía hospedarse en hoteles para blancos. El Dunbar ahora proporciona vivienda asequible para personas de la tercera edad.

Fuera del oído de Price, José Andrade, un mariachi, se quejaba de que el Consejo Municipal no había respondido a las peticiones de instalar topes en las calles residenciales para reducir la velocidad de los conductores. “Estos tipos corren como si estuvieran en la autopista”, dijo, “y nadie hace nada al respecto”.

Nacido en El Salvador, Andrade dijo que emigró con su esposa, Iris, a Los Ángeles en 1983 y se instaló en este distrito porque no podían pagar los alquileres en otros lugares de la ciudad.

Hace unos años adquirió la ciudadanía y dijo que no votó por Price porque no confiaba en el concejal.

Price reconoció que satisfacer las necesidades de su distrito es una tarea inacabada. De unos 100.000 votantes registrados en el distrito, solo alrededor de 12.500 votaron en las elecciones primarias de junio en las que resultó electo.

“Muchas veces, la gente dice: ‘Oye, mira, tengo que ir a trabajar a mi tercer empleo, no tengo tiempo para ir a una reunión, o no tengo tiempo para presentar una queja, porque, de todos modos, no va a pasar nada’”, dijo Price.

Mientras Price caminaba de regreso a la oficina, los constituyentes que identificaban al concejal tenían mucho qué decir. Una mujer que vendía pozole y freía mojarras afuera de un local de clases de zumba reportó una luminaria fundida cerca de ahí y externó su preocupación por la seguridad. Otra persona estaba preocupada por una luminaria en otra manzana y quería que se instalara un semáforo.

Le hablaron en español. Un vocero que caminaba con Price tradujo al inglés lo que decían.

© 2022 The New York Times Company