"Coronavirustour", el sueño que terminó en pesadilla y con reclusión en un hotel céntrico

Para una artista y curadora el primer viaje a Europa era un deseo profundo. Guadalupe Creche iba a pararse enfrente de las obras que admiró y estudió en los libros. Llevaba tres años esperándolo y por eso no pensó en posponerlo cuando el 7 de marzo partió haciendo chistes: "Coronavirustour", posteó en una red social, valija en mano. El sueño, más que cumplirse, resultó una pesadilla.

Todavía no había restricciones. "Había leído sobre el virus, pero no lo dimensionaba. Pronto empezó a ponerse todo muy serio". La semana en que llegó a Madrid, estaba todo abierto. "Recién en el último día empezaron a cerrar los museos. Me fui muy asustada, intentando no tocar cosas y que la gente no me hablara. En París, pasó lo mismo: llegué a visitar el Louvre y enseguida se decretó el aislamiento". Habían pasado pocos días en el Viejo Continente y solo pensaba en volver a salvo a casa. "Fue un viaje completamente atravesado por la angustia y el miedo", dice. Logró regresar, y desde hace diez días está aislada en una habitación de hotel, cumpliendo la cuarentena obligatoria que impuso el Gobierno de la Ciudad a más de 2000 repatriados en uno de los 19 edificios para aislación extrahospitalaria.

Cuando volvió de Francia, en Ezeiza, personal de la administración porteña le explicó cuál sería su situación. Creche, de 35 años, que curó muestras en galerías porteñas como Barro, Piedras y Selvanegra y en el museo de Bellas Artes de su provincia, Salta, habla con LA NACION desde Córdoba y Reconquista, pleno centro porteño, en un hotel con nombre algo intimidante: Facón Grande. "Es como una película. Entiendo la situación de control, es necesaria. Me llevó unos días procesar la angustia del viaje, el haber podido volver y cuáles son las condiciones... Capas que contribuyen al subibaja emocional de estar encerrado".

El encierro entre cuatro paredes, lejos de casa, sin cosas personales, es una forma extrema de la cuarentena: "Cada día es una montaña rusa. Hace cuatro días recuperé la computadora y me trajeron un mate. Fue como recuperar estructuras mentales que necesitaba", dice aliviada. Ahora la acompaña el tintineo de palomas en el techo de chapa y la vista de dos bancos que ofrece su ventana. Hay pequeñas alegrías, como el asado que llegó para el almuerzo del domingo o la fiesta virtual con amigos a través de la aplicación Zoom. Ya no queda ni uno de los chocolates que había traído para regalar.

Estaba preocupada porque no viajaba sola: "Iba con mi papá, que tiene una edad que lo hace vulnerable, además de otras enfermedades crónicas, y con mi hermana que también toma medicación. Por eso insistimos mucho para volver. No podíamos quedarnos porque se les acababa la medicación y eso era un problema. Ahora estamos los tres en el hotel, en el mismo piso".

Los días pasan con una mezcla de gratitud y angustia: "El sistema es precario, en el sentido de que son voluntarios quienes nos dan la comida y vienen a limpiar. Se sostiene en gente que se arriesga a venir y te cuida. Y a la vez, si alguien viene a limpiar te tenés que encerrar en el baño para tomar recaudos por ellos. Tengo mucho agradecimiento por esta gente. Hay cuestiones de horario: no se puede elegir a qué hora desayunar, sino que depende de cuándo llegan los víveres. Puede ser a las 9 o a las 11.30. El almuerzo es a las 12 o a las 16, según el día. Hay mucha amabilidad y mucho respeto". Ahora ya les dejan pedir delivery con aplicaciones.

"Te están cuidando. La situación es de control, de todas formas. Entiendo que es más fácil controlarnos así que testearnos a todos. Esta semana nos hicieron el hisopado", cuenta. No es fácil enterarse si alguien del hotel ha manifestado síntomas. "Llamas a recepción y podés hablar con una psicóloga, pero no nos dan información clara. Al principio me dijeron que iba a estar tres días. Igual no me quejo: hay personas pasándola peor. No es fantástico, pero ¿qué es fantástico de todo esto? Tengo wifi, televisión y gente que me cuida. Está bueno tener una mirada esperanzadora. No creo que podamos volver a la normalidad tal como era antes de todo esto".

Volver fue una odisea: "El vuelo de Iberia se canceló y era imposible comunicarse con la aerolínea. Mi padre y mi hermana estaban en la lista de vulnerabilidades. Volvimos en un vuelo de Air France de repatriados, que tuvimos que pagar, junto con otro tramo para llegar a ese: el pasaje costaba 650 euros, pero de pronto se caía la reserva y el mismo vuelo subía a 2000. Una cadena de endeudamiento que ya no importa. La economía quedó en otro plano. Pienso en otro tipo de economía, colectiva, comunitaria. Las prioridades cambiaron. Creo que lo que sigue es otro tipo de sociedad".