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El coronavirus podría encender la mecha de una bomba gigantesca

Un operador sale de la Bolsa de Valores de Nueva York, 9 de marzo de 2020. (Mark Abramson/The New York Times)
Un operador sale de la Bolsa de Valores de Nueva York, 9 de marzo de 2020. (Mark Abramson/The New York Times)

LONDRES — Para comprender por qué los bancos centrales más importantes —desde la Reserva Federal hasta el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón— están entrando en acción como si el mundo estuviera en llamas, sirve examinar el tema de la deuda corporativa.

Durante años, los especialistas y sus hojas de cálculo han advertido que las corporaciones de todo el planeta han desarrollado una adicción peligrosa a la deuda. Las tasas de interés eran tan bajas que pedir préstamos en esencia era gratis, y esto tentó a las empresas a pedir con entusiasmo. Con el tiempo, algo tendría que salir mal y los prestatarios batallarían para pagar sus deudas. Los acreditantes se inquietarían cada vez más y endurecerían las restricciones para todos. El mundo se enfrentaría a una nueva crisis.

Algo malo está pasando ahora. Conforme se propaga el brote del coronavirus, deteniendo fábricas desde China hasta Italia, desplomando los mercados bursátiles y provocando temores de una recesión a nivel mundial, los niveles históricos de la deuda corporativa amenazan con intensificar el daño económico. Las empresas que tienen serias cargas de deuda podrían verse obligadas a recortar costos, despedir trabajadores y reducir inversiones, a fin de evitar incumplimientos de pago.

“Siempre hemos dicho que estamos sentados en una bomba sin detonar, pero no sabemos qué la va a activar”, comentó Emre Tiftik, director de Investigación para Iniciativas de Políticas Globales del Instituto de Finanzas Internacionales, una agrupación comercial de la industria financiera con sede en Washington. “¿El coronavirus podría ser el detonador? No lo sabemos. Tal vez”.

Para finales de 2019, la deuda pendiente total entre las corporaciones, a excepción de las instituciones financieras, se había disparado a un récord de 13,5 billones de dólares en todo el mundo, de acuerdo con un informe reciente de Serdar Çelik y Mats Isaksson de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el instituto de investigación con sede en París. Esa cifra se ha incrementado debido a que muchas empresas han vendido sus bonos más riesgosos para financiar expansiones.

Pánico a la deuda de las empresas en todo el mundo

Las preocupaciones sobre la deuda corporativa parecieran realzar el pánico que ha secuestrado a los mercados mundiales, pues los inversionistas han desechado activos más riesgosos como las acciones y han optado por tenencias más seguras, como los bonos del gobierno de Estados Unidos.

Esto quedó especialmente en evidencia el lunes, cuando los mercados se desplomaron como reacción al rumor de que Arabia Saudita iba a bajar los precios del petróleo. Muchas empresas energéticas dependen de los bonos más riesgosos. Para estas, precios más bajos del petróleo se traducen en ingresos menores. Tal vez se vean obligadas a reducir costos a través de despidos o inversiones reducidas para encontrar efectivo con el que puedan pagar sus deudas.

La inquietud por los préstamos a las corporaciones también sirve para explicar por qué la semana pasada la Reserva Federal de Estados Unidos optó por bajar las tasas de interés. Las tasas bajas de interés limitan los pagos de las deudas a empresas que, de no pagar, podrían meterse en problemas.

La preocupación por la magnitud de la deuda corporativa es una consecuencia de la forma en que el mundo reaccionó a la crisis financiera de 2008. Los bancos centrales desde Estados Unidos hasta Europa y Japón llevaron las tasas de interés a cero o por debajo de cero, para estimular a las empresas a pedir préstamos e invertir.

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Esta estrategia terminó el estado de emergencia, pero también eliminó una fuente de disciplina para el mercado: disminuyó el riesgo de depender de la deuda.

Desde 2008, corporaciones de todo el mundo han emitido alrededor de 1,8 billones de dólares en nuevos bonos cada año, un ritmo que casi duplica el de los siete años anteriores, de acuerdo con la OCDE. La venta de bonos se desaceleró en la segunda mitad de 2018, cuando los bancos centrales elevaron las tasas. Sin embargo, el año pasado, cuando los bancos centrales bajaron las tasas de nuevo, el atracón de deudas se reanudó.

El año pasado, el Fondo Monetario Internacional examinó la situación en ocho países, entre ellos Estados Unidos, Japón, China y varias naciones europeas. El fondo advirtió que un impacto de la mitad de la gravedad de la crisis financiera mundial pondría en riesgo casi el 40 por ciento de la deuda corporativa total, es decir, las empresas no podrían cubrir sus pagos solamente con sus ingresos.

No todo el mundo está sonando la alarma. “Durante los últimos doce años, los profetas del apocalipsis que pensaban que más deuda implicaba más riesgos por lo general han estado equivocados”, comentó Nicolas Véron, investigador del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington. “Una deuda mayor ha posibilitado un mayor crecimiento y, aunque hubiera un poco más de volatilidad, seguiría habiendo un beneficio neto positivo para la economía”.

En general, hay poca preocupación

En contraste con la crisis financiera de 2008, en la actualidad hay pocas personas que estén preocupadas por el sistema bancario, el cual guarda el capital para cubrir los préstamos incobrables. Las empresas mejor financiadas como Apple, Google y Facebook tienen cientos de miles de millones de dólares en efectivo, por lo que son casi inmunes a cualquier ajuste de cuentas que pudiera haber en el futuro.

No obstante, incluso quienes alaban a los bancos centrales por haber rescatado al mundo de la catástrofe arguyen que el dinero fácil ha superado su vida útil. Los años de crédito fácil han permitido que las empresas débiles eviten la extinción.

World map with charts and graphs as symbols of global finance
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“Hay sectores enteros que sobrevivieron y que debieron someterse a una reestructuración”, comentó Alberto Gallo, director de macroestrategias en Algebris Investments, una firma de gestión de activos con sede en Londres. “Los minoristas en un mundo de ventas minoristas en línea, las empresas energéticas con altos costos de producción, los bancos pequeños en Europa que no son eficientes. La disponibilidad de financiamiento a tasas muy baratas ha mantenido vivas a empresas zombis. Esto quiere decir que tenemos un nivel acumulado de fragilidad en la economía, la cual podría quedar expuesta a impactos verdaderos con gran facilidad”.

Peligro en el negocio de los bonos

Conforme el coronavirus se ha propagado desde Asia hasta Europa y Norteamérica, ha amenazado los ingresos de las empresas que han financiado sus negocios con la venta de bonos más riesgosos.

En pocas palabras, el mundo de los bonos se puede dividir en dos ámbitos: los que obtienen el sello de aprobación de las agencias calificadoras de crédito para recibir inversiones y los que son considerados menos seguros y tienen el estatus de “basura”. Desde 2010, cerca de una quinta parte de la emisión de nuevos bonos corporativos no había obtenido la calificación para obtener inversiones, de acuerdo con la OCDE. El año pasado, esa proporción creció a una cuarta parte. “Es probable que las tasas de incumplimiento en una desaceleración futura sean más altas que en ciclos de crédito anteriores”, mencionó el informe.

Incluso dentro de la categoría más robusta, los mercados de bonos han dado un giro pronunciado hacia el riesgo: el año pasado, el 51 por ciento de todos los bonos de grados de inversión pendientes fueron calificados con BBB, el nivel más bajo de calificación para ese estatus, de acuerdo con la OCDE: un aumento del 39 por ciento en comparación con la época anterior a la crisis financiera.

Esta tendencia es problemática para los expertos financieros porque las empresas —y la economía mundial— quedan especialmente vulnerables a un cambio de suerte.

Las reservas más grandes de dinero en el mundo —los administradores de activos que controlan fondos de pensiones, los operadores de fondos mutuos y las aseguradoras— suelen tener restricciones en cuanto a los lugares donde pueden invertir. Muchas están obligadas a tener los bonos más seguros.

Cuando las utilidades netas están bajo amenaza, se pueden bajar las calificaciones crediticias. Debido a que en la actualidad más de la mitad de todos los bonos de grados de inversión ocupan el rango más bajo de esa clasificación, bajar de categoría podría hacer que billones de dólares en ese tipo de tenencias se vuelvan radioactivas de inmediato. Los gerentes de carteras se verían obligados a deshacerse de ellos y comprar activos más seguros. Esto restringiría más el crédito para muchas empresas, lo cual sería una amenaza de insolvencia para algunas y limitaría el crecimiento económico.

Ahora las ganancias están en peligro por el coronavirus

Esta era la situación antes de que el coronavirus comenzara su marcha letal y destructora de riquezas por el mundo. La alteración generalizada en las fábricas de Asia y Europa, la cuarentena de toda Italia y la propagación del brote a Estados Unidos han amenazado las ganancias de miles de empresas.

El mes pasado, la deuda de Kraft Heinz, el fabricante de salsa de tomate y otros alimentos procesados, bajó al estatus basura. Macy’s, el gigante de las tiendas departamentales, así como los fabricantes de autos Ford y Renault, también han sufrido una reducción de categoría.

La semana pasada, Fitch Ratings, la agencia calificadora de crédito, señaló que una cuarta parte de los bonos corporativos que monitorea en Europa había sido emitida por empresas obstaculizadas por las acciones gubernamentales cuyo objetivo es limitar la propagación del virus, como las restricciones a los viajes y la prohibición de las reuniones públicas.

La historia demuestra que las presiones peligrosas pueden crecer durante años dentro de las economías más importantes sin que ocurra un desastre. Las señales de peligro suelen ser benignas. Tal vez se aquietará la ola de préstamos corporativos sin un suceso traumático que corrija el equilibrio.

No obstante, si más adelante hay una reevaluación desagradable de riesgo, que produzca una crisis económica, el brote del coronavirus podría ser el suceso que lo ponga en marcha.

“Este es justo el tipo de situación que puede detonar una reacción en cadena”, comentó Sonja Gibbs, directora gerente de Iniciativas de Políticas Globales del Instituto Internacional de Finanzas. “La vulnerabilidad en el mercado de deuda corporativa se ha acumulado durante mucho tiempo”.

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This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company