BRITNEY SPEARS Y YO APRENDIMOS LA MISMA LECCIÓN MIENTRAS CRECÍAMOS: CUANDO ERES JOVEN Y FAMOSA, NO PUEDES TENER EL CONTROL. Pasé mi cumpleaños número 13 encerrada en una habitación de hotel en Toronto. Era julio de 2000 y estaba en una gira de prensa para promocionar la película “Thomas y el tren mágico”. Me habían prometido un día libre por mi cumpleaños, pero cuando llegué a Los Ángeles la noche anterior, me enteré de que pasaría todo el día hablando con periodistas. Trabajar el día de mi cumpleaños no era algo nuevo para mí —había cumplido 8 años en el plató de “Matilda” y 9 mientras filmaba “Un simple deseo”—, pero aun así era decepcionante. Salvo por la compañía de una niñera, estaba sola. A la mañana siguiente me levanté somnolienta por el desfase horario y me puse mi mejor atuendo de Forever 21. Dos coordinadores de prensa se me acercaron antes de comenzar la entrevista: “¿Quieres que apaguemos el aire acondicionado? ¿Quizás una gaseosa?”. Les dije que estaba bien: no quería ganar reputación de quejumbrosa. Pero cuando la periodista me preguntó cómo me sentía, cometí uno de los mayores errores de mi vida: le dije la verdad. No sé por qué me sinceré con ella, pero nunca había sido buena ocultando mis sentimientos (actuar, para mí, es algo muy distinto a mentir). Y a la periodista realmente parecía importarle mi bienestar. Al día siguiente, el periódico canadiense me puso en la portada de su sección de entretenimiento. El artículo iniciaba con la frase: “La entrevista con la estrella infantil Mara Wilson ni siquiera había empezado y ella ya se estaba quejando con su equipo”. El artículo continuó describiéndome como una “niña malcriada” que había alcanzado “la mediana edad”. Describió los caminos oscuros que las estrellas infantiles como yo suelen terminar recorriendo. Adoptó lo que ahora denomino “La Narrativa”, esa idea de que todos los que crecen en el ojo público tendrán un final trágico. A los 13 años, ya sabía todo sobre La Narrativa. Debuté como actriz a los 5 años y ya protagonizaba películas a los 8, así que se me entrenó para parecer —para ser— lo más normal posible; se hizo todo lo que fuera necesario para prevenir mi inevitable caída. Compartía una habitación con mi hermana menor. Fui a una escuela pública. Fui una niña exploradora. Cuando alguien me llamaba “estrella”, debía insistir en que era una actriz y que las únicas estrellas estaban en el cielo. Nadie tocaría el dinero que ganaba hasta que cumpliera 18 años. Pero en ese momento tenía 13 años y ya estaba arruinada, como todos esperaban. Hay una parte del artículo que llama mi atención hoy, en medio de los agentes que dicen que los niños de 12 años tenían que verse “inocentes” y como “niña de comercial de detergente para ropa de bebé” para obtener papeles y de las horrendas descripciones de las estrellas infantiles con problemas de adicción. La periodista pidió mi opinión sobre Britney Spears. Al parecer, le respondí que la “odiaba”. En realidad no odiaba a Britney Spears. Pero jamás habría admitido que me agradaba. En ese momento estaba pasando por una fuerte etapa de actitud tipo “no soy como las demás”, lo cual es algo vergonzoso ahora, aunque ¿cómo no creer eso cuando había pasado gran parte de mi infancia compitiendo en audiciones contra tantas otras chicas? En parte lo dije por puros celos: celos porque ella era hermosa y genial de una manera que yo jamás lograría ser. Creo que, sobre todo, yo ya había absorbido la versión de La Narrativa que rodeaba a Spears. La forma en que la gente hablaba en ese momento de Britney Spears me aterrorizaba y me sigue aterrorizando en la actualidad. Su historia es un ejemplo notable de un fenómeno del que he sido testigo durante años: nuestra cultura construye a estas chicas solo para poder destruirlas. Afortunadamente, las personas se están dando cuenta de lo que le hicimos a Spears y han comenzado a pedirle disculpas. Pero seguimos viviendo con las cicatrices. Para el año 2000, Spears ya había sido etiquetada como una “chica mala”. Las chicas malas, por lo que pude observar, eran en su mayoría chicas que mostraban algún atisbo de sexualidad. Seguí el escándalo sobre su artículo de portada en la revista Rolling Stone, donde la primera línea describía su “terso muslo”, y el furor en los foros de discusión de AOL cuando se le veían los pezones a través de la camisa. Vi a muchas actrices y cantantes adolescentes abrazar la sexualidad como un rito de iniciación al aparecer en las portadas de revistas para chicos o en videos musicales provocativos. Decidí que esa jamás sería yo. De todos modos, ya había sido sexualizada y lo odiaba. Actué principalmente en películas familiares: la nueva versión de “Milagro en la calle 34”, “Matilda”, “Papá por siempre”. Nunca aparecí en pantalla con algo que fuera más revelador que un vestido de verano hasta la rodilla. Todo eso fue intencional: mis padres pensaron que sería más seguro de esa manera, pero no funcionó. Desde que tenía 6 años, la gente me preguntaba en las entrevistas si tenía novio. Los periodistas llegaron a preguntarme quién pensaba yo que era el actor más sexi y mi opinión sobre el arresto de Hugh Grant por contratar una prostituta. Fue lindo recibir cartas de niños de 10 años diciendo que estaban enamorados de mí. No lo fue cuando quienes las mandaban eran hombres de 50 años. Incluso antes de cumplir 12 años, había imágenes mías en sitios web de fetichismo de pies y en montajes de pornografía infantil creados con Photoshop. Todas las veces sentí vergüenza. Hollywood ha decidido enfrentar el acoso en la industria, pero yo nunca fui acosada sexualmente en un plató de filmación. Mi acoso sexual siempre vino de los medios y el público. Una parte importante de La Narrativa es la suposición de que los niños famosos se lo tienen merecido. Se lo ganaron por volverse famosos y privilegiados, así que está bien atacarlos. De hecho, La Narrativa por lo general tiene mucho menos que ver con la estrella infantil que con las personas que la rodean. MGM le dio a Judy Garland pastillas para evitar el sueño y perder peso durante su adolescencia. La actriz Rebecca Schaeffer fue asesinada por un acosador. Drew Barrymore, quien estuvo en rehabilitación durante su temprana adolescencia, tuvo un padre alcohólico y una madre que en vez de llevarla a la escuela la llevaban a Studio 54. Y a esto habría que sumarle la cantidad de abuso que los actores no blancos, en particular los negros, reciben del público. Amandla Stenberg fue acosada tras aparecer en “Los juegos del hambre” por interpretar a un personaje que había sido concebido por el escritor como de raza negra, pero que algunos lectores de la saga de libros habían imaginado blanco. Lo más triste del “colapso” de Spears es que nunca hubo necesidad de que sucediera. Cuando se separó de su esposo, se afeitó la cabeza y atacó furiosamente el auto de un paparazi con un paraguas, La Narrativa se le impuso, pero la realidad es que acababa de tener un bebé y estaba lidiando con cambios importantes en su vida. Las personas necesitan espacio, tiempo y cuidado para lidiar con esas cosas. Ella no tuvo nada de eso. Muchos momentos de la vida de Spears me son familiares. Ambas tuvimos muñecas creadas y basadas en nosotras, amigos cercanos y novios que compartieron nuestros secretos, así como hombres adultos que hicieron comentarios sobre nuestros cuerpos. Sin embargo, mi vida fue más fácil no solo porque nunca tuve el nivel de fama requerido para salir en los tabloides, sino porque, a diferencia de Spears, siempre tuve el apoyo de mi familia. Sabía que tenía dinero guardado para mí y que era mío. Si necesitaba escapar de la atención pública, podía desaparecer y estar a salvo en casa o en la escuela. Cuando se publicó el artículo que me describió como una malcriada, mi padre fue empático. Me recordó que debía ser más positiva y amable en las entrevistas, pero me di cuenta de que él también pensaba que el artículo no había sido justo. Mi padre sabía que yo era más de lo que esa periodista había escrito sobre mí. Eso me ayudó a saberlo también. A veces la gente me pregunta: “¿Cómo hiciste para terminar bien?”. Una vez, alguien a quien consideraba mi amigo me preguntó, con una enorme sonrisa: “¿Qué se siente saber que ya alcanzaste tu punto máximo?”. En aquel momento no supe cómo responder, pero ahora le diría que esa pregunta es incorrecta. No he alcanzado mi punto máximo porque, para mí, La Narrativa ya no es una historia que alguien más está escribiendo. Yo misma la puedo escribir. This article originally appeared in The New York Times. © 2021 The New York Times Company
Un nuevo informe dice que los consumidores en el estado se encuentran pagando de más por la energía desde 2004
En su primera entrevista desde la insurrección del 6 de enero, Trump habló sobre la muerte de Rush Limbaugh e hizo alusiones veladas a los republicanos que no lo apoyaron lo suficiente
The Mrs Doubtfire and Matilda actress says she "hated" her treatment by the press and public.
Santiago de Chile, 24 feb (EFE).- La Superintendencia de Salud de Chile obligó en un inédito fallo a una aseguradora a pagar el tratamiento de fertilidad de una pareja lesbiana, informó este miércoles el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), uno de los colectivos LGTBI más activos del país.
Senador de Texas avergonzado por el escándalo de las vacaciones en Cancún, sólo uno de los pretendientes republicanos emergentes que cortejan el voto de MAGA privado de sus derechos
Buscará evidencia de vidas pasadas y puede proporcionar la primera prueba de que existieron extraterrestres en el planeta rojo
Guatemala, 24 feb (EFE).- El Gobierno de Guatemala expresó a la Organización Panamericana de la Salud (OPS) su descontento por el retraso de la entrega de la vacuna de AstraZeneca-SKbio contra la covid-19 a través del Mecanismo Covax, según reveló este miércoles la ministra de Salud, Amelia Flores.
Washington, 23 feb (EFE).- El Senado estadounidense examinó este martes las "brechas colosales" de seguridad que permitieron el asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, en una audiencia en la que los exresponsables de proteger el Legislativo achacaron el suceso a fallos de inteligencia.
No es el primero al que acusan de algo así. Ni tampoco será el último. Lo que da cuenta de que el problema es mucho más grande de lo que se cree. También debes ver: El peor perro guardián: así fue la reacción de este husky al ver cómo asaltaban a su dueño La batalla más absurda de dos chicos para ver quien tiene más ropa de la marca Gucci El militar liberado de un secuestro que confesó haberse encariñado con sus captores
Chicago (IL), 22 feb (EFE News).- Los niños constituyen una pequeño porcentaje de las muertes totales por covid-19 en Estados Unidos, pero tres cuartas partes de los menores de edad que han muerto a causa de la enfermedad en el país hasta ahora pertenecían a comunidades de color, revela un estudio. De acuerdo con un reporte conjunto de la Academia Estadounidense de Pediatría y la Asociación de Hospitales Infantiles, 241 menores han muerto a causa del coronavirus hasta el 11 de febrero. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) encontraron que 75 % de las muertes de menores por covid-19 eran niños de color. El estudio de los CDC examinó 121 muertes de niños entre febrero y julio de 2020 y halló que 45 % eran hispanos, 29 % afroamericanos y 4 % eran indígenas americanos no hispanos o nativos de Alaska. La tasa de mortalidad entre niños de color es más elevada que la de los adultos de color en comparación con la de adultos blancos. Los adultos de color tienen más del doble de probabilidad de morir a causa del coronavirus. Datos oficiales indican que, al que con los adultos, condiciones subyacentes como el asma, la obesidad y los males cardiacos constituyen un factor de riesgo de padecer una enfermedad grave entre los menores. En Estados Unidos se han registrado más de tres millones de casos de covid-19 entre niños, lo que representa alrededor de 13 % del total. Si bien una gran cantidad de menores que fallecieron por complicaciones relacionadas con el coronavirus terminaron en un hospital, muchos murieron en sus casas o en salas de emergencia. (c) Agencia EFE
LAS autoridades sanitarias de México informaron que al día de hoy se registran 2,060,908 casos confirmados de COVID-19 y 182,815 muertos. Durante el informe técnico diario se señaló que de las personas que se han contagiado, 1,614,614 han logrado recuperarse de la enfermedad. En total hay 2,256,757 casos estimados del SARS-CoV-2, de los cuales el […]
El expresidente comparó la investigación con el "fascismo" en países del tercer mundo
En Nueva York, en marzo del año pasado, una mujer coreana de 23 años recibió un puñetazo en la cara y fue acusada de tener el coronavirus. A medida que el virus se ha propagado, más incidentes similares le han seguido: los asiático-estadounidenses han sido blanco de escupitajos, golpes, cuchilladas e incluso ataques con sustancias químicas. En respuesta a este tipo de violencia vinculada con la pandemia, las organizaciones defensoras de derechos humanos se unieron para documentar casos de acoso y violencia contra los estadounidenses de origen asiático. Stop AAPI Hate recibió 2800 informes en 2020, cerca de 240 de los cuales fueron agresiones físicas, y la Red de Respuesta de Emergencia de AAPI ha recibido más de 3000 reportes desde que comenzó a monitorear incidentes de odio vinculados específicamente con el COVID-19 el año pasado. La violencia ha continuado este año. En enero, en San Francisco, un tailandés de 84 años murió tras ser atacado en la calle; del otro lado de la bahía, en el barrio chino de Oakland, un hombre de 91 años fue embestido y arrojado al suelo. Algunos de estos casos han llegado a ser noticia nacional, pero no la mayoría. El bajo perfil de esta ola de violencia es un recordatorio de cómo la violencia racial no se examina cuando no encaja de manera perfecta en la narrativa estándar en torno a la raza en Estados Unidos. La violencia racial en Estados Unidos no se concentra simplemente en blancos y negros, aunque así lo parezca. En realidad, puede revelar abusos estratificados y enemistades mediadas. En particular, los incidentes recientes de violencia contra las personas de origen asiático en el Área de la Bahía destacan esto: algunos asiático-estadounidenses se sintieron indignados por la violencia y exigieron justicia, pero debido a que los perpetradores en estos casos fueron personas negras, muchos otros sintieron una profunda incomodidad con contribuir a la criminalización de los afroestadounidenses. Y es aquí donde llegamos al corazón de la complejidad de “alzar la voz” en defensa de los asiático-estadounidenses. Gracias al mito de la “minoría modelo” —popularizado en 1966 por el sociólogo William Petersen y luego utilizado como contraposición directa al estereotipo de la “reina de los subsidios” que se aplica a los afroestadounidenses— los estadounidenses de ascendencia asiática han sido utilizados durante mucho tiempo por la cultura blanca dominante para avergonzar y sembrar la discordia contra otros grupos minoritarios. Los asiático-estadounidenses siempre quedan atrapados en una posición sin salida entre los blancos y los afroestadounidenses. Se considera que “colindan con los blancos”, pero, por supuesto, jamás podrían pertenecer al club en realidad. Son discriminados en términos raciales de manera constante, pero, aun así, a menudo no se contemplan en la ecuación racial estadounidense. La pregunta central que subyace a todo esto, aunque suele ser silenciosa, es: ¿acaso los asiático-estadounidenses están siendo lo suficientemente maltratados como para merecer nuestra atención nacional? Plantear esta pregunta revela un poco sobre la manera en que este país realiza un cálculo racial basado en el daño y la jerarquía. Los asiático-estadounidenses existen en un vacío extraño pero conveniente en la política y cultura estadounidenses. Si llegan a figurar en la conciencia nacional, es como una amenaza extranjera (el peligro amarillo, el tigre asiático, el espía, el portador de la enfermedad) o como el prisma doméstico, pero al final desechable, para minimizar o excusar el racismo contra otras minorías. Esta reciente ola de violencia antiasiática se puede atribuir en parte a nuestro expresidente, quien habló sin parar del “virus chino” e incluso del “kung flu” (“flu” es gripe en inglés). Sin embargo, Trump no podría haber azuzado ese tipo de odio sin el largo historial de racismo sistémico y cultural contra las personas de origen asiático que existe en este país. La verdad es que nuestras historias están más entrelazadas que cómo las contamos. Pocas personas saben que muchas de las mismas familias que amasaron fortunas por medio de la esclavitud también se enriquecieron del comercio de opio en China; que al menos 17 residentes chinos fueron víctimas elegidas de uno de los peores linchamientos masivos en la historia de Estados Unidos, en el “Negro Alley” de Los Ángeles en 1871; que las políticas de inmigración y las ideas sobre la ciudadanía en Estados Unidos se crearon a partir de leyes como la Ley de Exclusión de China de 1882, la cual prohibió la inmigración de trabajadores chinos a Estados Unidos durante 10 años; o que el mito de la “minoría modelo” oculta cómo los estadounidenses de origen butanés y birmano experimentan tasas de pobreza superiores al 30 por ciento. Pienso en las palabras de James Baldwin: “Este es el crimen del cual acuso a mi país y a mis compatriotas, y por el cual ni yo, ni el tiempo, ni la historia los habrá de perdonar, que han destruido y siguen destruyendo cientos de miles de vidas y no lo saben ni quieren enterarse”. Cuando se trata del dolor asiático-estadounidense, ¿quieren saberlo los estadounidenses? Estas últimas semanas, pareciera que los estadounidenses se han abierto a una especie de comprensión. Cuando vi estos incidentes recientes de violencia antiasiática en las noticias sentí una profunda sensación de dolor. Sin embargo, también experimenté algo parecido al alivio. Quizás, pensé, la gente ahora comenzará a responder a la violencia antiasiática con la misma urgencia que tienen con otros tipos de racismo. Pero luego comencé a sentir un malestar familiar en la boca del estómago. ¿De verdad esto es lo que se requiere? ¿Una imaginación política (o en realidad, una falta de ella) que afirme el reconocimiento con base en el precio del daño visible? Algo está mal con la forma en que los estadounidenses consideran quién merece la justicia social, como si la atención a los grupos no blancos, sus historias y condiciones, fuera solo tan urgente como las heridas que han sufrido. La justicia racial suele expresarse en términos arcanos y moralistas, en lugar de entenderse como un hecho ético en la participación democrática. Parece loco e ingenuo sugerir que deberíamos aprender, valorar y querer saberlo todo sobre nuestros compatriotas por respeto y no por culpa. Sin embargo, si bien legitimar las diferencias raciales y culturales exclusivamente en términos de daño podría motivar reformas a corto plazo, a largo plazo alimenta una política de tribalismo que estalla una y otra vez. Hace dos décadas, escribí en mi libro “The Melancholy of Race” que “somos una nación que se siente cómoda con el agravio pero no con el dolor”. Todavía lo somos. En el deseo de superar los problemas raciales —en nuestro afán por progresar— nosotros como nación nos hemos centrado más en cuantificar los daños y apuntalar las categorías de identidad que en hacer el trabajo más arduo de enfrentar las heridas persistentes, inefables y a veces contradictorias y más complicadas del racismo estadounidense: cómo el ser odiado y el odiar pueden parecer lo mismo; cómo la lección de la impotencia puede enseñar justicia o, de manera perversa, los desagradables placeres del poder; cómo el legado de la ira, la vergüenza y la culpa es complejo. El dolor no procesado y las dinámicas raciales no reconocidas siguen atormentando nuestras relaciones sociales. El discurso de la identidad racial ha ocultado la historia de los entrelazamientos raciales estadounidenses. ¿Y por qué son importantes esos entrelazamientos? Porque el reto de la democracia no consiste en identificarse con alguien parecido a ti (eso es fácil de hacer) o en renunciar a los intereses propios (eso es difícil de pedir). Consiste en aprender que los intereses propios están profunda e inevitablemente vinculados con los intereses de los demás. Sin embargo, ¿es esta una lección que los estadounidenses están preparados para escuchar? Los asiático-estadounidenses están hartos de insistir en acabar con la indiferencia de los demás. La verdad es que pocos están prestando atención. Lo único que podemos hacer es seguir contando nuestras verdades, y saber, aunque sea solo para nosotros, que estamos aquí. Como bien lo escribió la poetisa Rita Dove: “Toma / es todo tuyo, ahora / pero tendrás /que tomarme / también”. This article originally appeared in The New York Times. © 2021 The New York Times Company
La presidenta de Aysa, Malena Galmarini, negó hoy irregularidades en la vacunación contra el coronavirus de sus padres, Fernando Galmarini y Marcela Durrieu. Ambos, junto al padre de Sergio Massa, integran la lista de vacunados vip, aunque no figuran entre los 70 nombres que difundió el Gobierno después de que estalló el escándalo. La esposa de Massa dijo que sus padres "hicieron el trámite como cualquiera".
Comentarios que probablemente aviven la división entre los republicanos
TOLUCA, Méx., febrero 24 (EL UNIVRSAL).- En el Estado de México el regreso a clases presenciales será hasta que las condiciones epidemiológicas así lo permitan, pues hacerlo en este momento sería un riesgo innecesario de contagio del Covid -19 coincidieron los secretarios de Salud y Educación. Por su parte, Gabriel O'Shea Cuevas dijo que sería un riesgo retomar las clases presenciales en este momento por la cantidad de contagios que ello ...
Quito, 24 feb (EFE).- Al menos 79 reclusos han muerto y una veintena resultaron heridos en una sangrienta ola de motines el martes en cuatro prisiones de Ecuador, la peor en la historia del país y que pone de manifiesto problemas crónicos organizativos en el sistema penitenciario, pero también de corrupción.
La vacuna contra el covid-19 de Johnson & Johnson, que se administra en una sola dosis, es efectiva contra los cuadros severos de la enfermedad, dijo este miércoles la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA).
De las 250 personas que han sido arrestadas por su papel en los disturbios, decenas han estado conectadas con grupos de derecha que apoyan a Donald Trump