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Coronavirus: un año marcado por las oscilaciones en el apoyo a los líderes globales

La pandemia de coronavirus ha sido un verdadero dolor de cabeza para todos los líderes mundiales. Desafió a aquellos que decidieron confinar a sus poblaciones y también a los que optaron por estrategias más flexibles. Fue impiadosa con los que se equivocaron y contraatacó a los que mejor le presentaron batalla. Sacudió las economías de los países y llevó a los sistemas de salud al límite. Profundizó el descontento social y provocó protestas masivas, incluso en las naciones más ordenadas y desarrolladas.

Pocos salieron intactos. Tal vez, la primera ministra neocelandesa, Jacinda Ardern, que obtuvo una victoria aplastante en las elecciones generales del país en octubre pasado, sea la única. Y uno de los grandes perdedores de esta pandemia ha sido el presidente norteamericano saliente, Donald Trump, que deberá abandonar la Casa Blanca el 20 de enero, tras su mal manejo de la crisis sanitaria y el impacto económico de la pandemia en Estados Unidos.

El mayor perdedor

Antes de la llegada del coronavirus a Estados Unidos, e incluso en las etapas más tempranas de la pandemia, Trump gozaba de su nivel más alto de popularidad. En marzo, el mandatario alcanzó un índice de aprobación de 49%, según una encuesta de Gallup, igualando su mejor puntuación en el momento de su juicio político.

Pero pronto su reputación comenzó a deteriorarse. Su reticencia a tomar medidas federales, su confrontación permanente con los científicos, el rechazo al uso de las mascarillas, la celebración de mítines masivos y las promesas incumplidas, decepcionaron a los americanos indecisos en un contexto de extrema polarización y fortalecieron la imagen de un Joe Biden que procuró hacer de la severidad de la pandemia el centro de su campaña. Además, sus esfuerzos por acelerar el proceso de desarrollo de la vacuna contra el coronavirus resultaron infructíferos, ya que acabó aprobándose un mes después de las elecciones presidenciales.

Sin embargo, Aaron Rosenthal, profesor del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Simmons en Boston, explicó a LA NACION que las posibilidades de reelección de Trump eran escasas incluso antes de la pandemia. "Las características más importantes de la popularidad de Trump en Estados Unidos han sido su estabilidad y polarización. Los índices de aprobación y desaprobación de Trump no han cambiado mucho a lo largo de su presidencia, con aproximadamente el 50-55% del país desaprobando su presidencia, y del 38 al 43% aprobándola. En particular, estos niveles lo convierten en un presidente menos popular en comparación con sus predecesores", indicó el experto. "A lo sumo, la pandemia ha ayudado a definir la tendencia", añadió.

Entre el estallido social y el coronavirus

Si Sebastián Piñera pensaba que este año le daría un respiro después del estallido social de 2019, el peor malestar civil desde la dictadura de Augusto Pinochet, estaba equivocado. Aunque en un principio su rápida reacción a la crisis sanitaria jugó a su favor -en abril duplicó su popularidad al 21%-, para mediados de año, el índice de aprobación había caído nuevamente a niveles críticos, 12%, según una encuesta publicada a fines de julio por Plaza Pública Cadem.

Entre las razones del deterioro están el fracaso de su estrategia de cuarentenas inteligentes -Chile está cuarto en muertes y contagios per cápita de América del Sur, pero llegó a liderar el ranking-, que derivó en la renuncia del ministro de Salud, Jaime Mañalich; y la aprobación por parte de la Cámara de Diputados del proyecto de reforma constitucional que permite, por única vez, el retiro anticipado del 10% de los fondos de pensiones privados, una medida a la que el presidente se oponía.

Y para coronar el año, Chile decidió el establecimiento de una nueva Constitución con el abrumador triunfo de la opción "apruebo" en el plebiscito del 25 de octubre, lo que varios analistas plantearon como el inicio de una suerte de carrera presidencial, en la que el alcalde del partido derechista UDI, Joaquín Lavín, y el alcalde del Partido Comunista, Daniel Jadue, asoman como los políticos con mayores posibilidades de llegar a La Moneda.

Una montaña rusa

Para Boris Johnson, 2020 ha sido una montaña rusa. Se contagió de coronavirus y fue hospitalizado, apostó por la inmunidad de rebaño, se arrepintió y confinó a los británicos para luego pasar a un confuso plan de fases, se embarcó en un difícil proceso de Brexit, que aún no culminó, pero que se encamina a un final dramático. El primer ministro fue elogiado y criticado. ¿El resultado final? Gran Bretaña termina el año de una manera no muy prometedora. Una nueva cepa más contagiosa del virus ha llevado a 16 millones de personas a una nueva cuarentena, con restricciones del nivel 4, sacudiendo la esperanza de los británicos de pasar unas fiestas "normales".

La prohibición del ingreso de viajeros británicos en decenas de países y el bloqueo de las rutas más frecuentadas desde y hacia Gran Bretaña por tierra, mar y aire, que amenazaban con un desabastecimiento de alimentos, fue como un ensayo de un "Brexit duro", la salida del país de la Unión Europea sin un acuerdo que gobierne las futuras relaciones comerciales.

Sin embargo, no todo son malas noticias. Con la reapertura del puerto de Dover, Gran Bretaña empezó a salir del repentino aislamiento al que lo sometieron sus vecinos, y Francia e Italia ya relajaron sus posturas. Además, la isla se convirtió el 3 de diciembre en el primer país del mundo en aprobar la vacuna de Pfizer y BioNTech y cinco días después inició una campaña masiva de vacunación, inoculando hasta la semana pasada a casi 140.000 personas.

El presidente de la "gripezinha"

Como una caricatura del presidente Donald Trump, Jair Bolsonaro posiblemente ha sido el líder más irresponsable de la pandemia. Se refirió al coronavirus como una "gripezinha" y aunque lamentó los más de 188.000 muertos (la segunda cifra más alta del mundo) dijo que "todos moriremos algún día" y que Brasil debía dejar de ser "un país de maricas". Defendió férreamente la apertura de la economía, incluso cuando los expertos la desaconsejaban, ignoró los pedidos de ayuda de los gobernadores, animó a las personas a reunirse, promocionó la hidroxicloroquina, provocó la renuncia de dos ministros de Salud y criticó el uso de mascarillas.

A pesar de todo, el mandatario ultraderechista pareciera haberse fortalecido con el virus, incluso después de contraerlo a mitad de año. A finales de septiembre batió su propio récord de popularidad en un sondeo realizado por la empresa Ibope. El 40 % de los brasileños lo considera un líder bueno o excelente, y el 50 % de los encuestados aprueba su manera de gobernar; muchos analistas atribuyen estas cifras a las ayudas económicas que llegaron del Gobierno a más de 67 millones de ciudadanos.

Sin embargo, su creciente popularidad no se vio reflejada en las elecciones municipales de noviembre, cuando los brasileños reforzaron en las principales ciudades su apuesta por candidatos moderados, de centro, ponderando caras conocidas y experimentadas de la política.

Del éxito a la dificultad

Aunque 2020 era su primer año de gestión, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, fue elogiado en todo el mundo por su manejo de la pandemia. Escuchó los consejos de los científicos, cerró y reabrió escuelas en el momento adecuado, endureció los controles fronterizos y, con medidas dentro de todo flexibles, en los primeros meses de la pandemia logró mantener a raya al virus en un país que, a diferencia de sus vecinos, casi no sintió la fuerza devastadora del coronavirus.

Pero ni un presidente que superó las expectativas se salvó del escurridizo virus, que en los últimos meses comenzó a truncar los planes del caso de éxito mundial. Para empezar, Uruguay perderá su tradicional temporada de verano, que le costará al menos 600 millones de dólares, según estimaciones de la gobernación de Maldonado. El gobierno también limitó transitoriamente el derecho de reunión y redujo los encuentros sociales a un máximo de 10 personas para las fiestas. Se estableció la obligación del teletrabajo dentro del aparato estatal y se exhortó al sector privado a hacer lo mismo. Se restringió la actividad del sector gastronómico hasta las 00:00 horas y se limitó el aforo en los comercios. Aún así, los casos continúan aumentando, desafiando las capacidades del sistema sanitario y empujando las condiciones de vida a algo más parecido a los confinamientos de principio de año que vivieron los demás países.

Otra figura que resurgió como una de las voces más respetadas de la pandemia fue Angela Merkel. Sus mensajes concretos y con respaldo científico, se volvieron más atractivos y confiables que nunca, no solo para los alemanes sino para el mundo entero. Y mientras Europa se desmoronaba en abril, en los parques y en las calles de Alemania la nueva normalidad ganaba terreno despertando la admiración en ambas orillas del Atlántico.

Sin embargo, la situación en Alemania ha cambiado desde entonces y ya "no es el buen alumno" de Europa, con masivas protestas anticonfinamiento a mitad de año que la canciller no pudo controlar. El sistema federal está ahora en entredicho y Merkel, partidaria de la línea dura contra el virus, no tiene el poder de imponer medidas a los 16 estados y regiones en sus negociaciones regulares.

Según los propios responsables políticos, la situación actual empezó en octubre, cuando las regiones se enfrentaron al gobierno federal, que quería endurecer las medidas contra el virus. Los casos se dispararon desde entonces, alcanzando nuevos récords, y los alemanes, a menudo caricaturizados como disciplinados, no supieron esta vez reproducir los esfuerzos de primavera boreal. Como consecuencia, el gobierno autorizó un nuevo confinamiento parcial que comenzó el 16 de diciembre.

La estrella de la pandemia

La primera ministra de Nueva Zelanda se llevó todos los aplausos este año. A partir de una comprensión temprana de que el sistema de salud de la nación simplemente no podía hacer frente a un gran brote, Jacinda Ardern fijó una meta ambiciosa: erradicar el coronavirus. Y lo logró.

Con un confinamiento estricto pero acotado, el cierre de fronteras y una comunicación transparente y fluida con los ciudadanos, Nueva Zelanda sumó tan sólo 2128 casos (de los cuales sólo 49 permanecen activos según la Universidad de Johns Hopkins), y 25 muertes en toda la pandemia.

Como reconocimiento a su gestión, se alzó en octubre con una victoria aplastante en las elecciones generales y obtuvo un resultado nunca visto en la isla: su Partido Laboralista obtuvo la mayoría necesaria para gobernar en solitario.