El corazón y el alma del proyecto de Biden

Un retrato de Abraham Lincoln se ve detrás del presidente Joe Biden en la Casa Blanca en Washington, el 26 de enero de 2021. (Doug Mills/The New York Times)
Un retrato de Abraham Lincoln se ve detrás del presidente Joe Biden en la Casa Blanca en Washington, el 26 de enero de 2021. (Doug Mills/The New York Times)

¿Cuál es el acto estadounidense por excelencia? El salto de fe. Los primeros colonos europeos dejaron la comodidad de sus antiguos países y emigraron a condiciones brutales, convencidos de que el futuro sería mejor en este continente. Todos los inmigrantes cruzaron océanos o tierras vírgenes hacia un lugar que no conocían, con la esperanza de que algún día sus hijos respiraran un ambiente de prosperidad y libertad.

Henos aquí de nuevo, en uno de esos momentos en los que damos un salto, apostamos por algo, atraídos por la visión de una nueva posibilidad. Los primeros días del gobierno de Biden no son más que un salto audaz.

Le pedí a Anita Dunn, una de las principales asesoras del presidente Joe Biden, que reflexionara sobre las tres gigantescas propuestas: el alivio para la COVID-19, la infraestructura y el próximo plan para la “familia”. ¿Qué visión las une? ¿Qué es eso de la bidenomía? Curiosamente, mencionó a China.

Este podría ser el siglo chino, con su dinamismo y nuestra decadencia. La inesperada combinación de capitalismo descarnado, autoritarismo y dirección estatal de la economía podría convertir a China en el modelo dominante en todo el mundo. Según Dunn, Biden cree que la democracia necesita recordarle al mundo que también puede resolver los grandes problemas. La democracia tiene que levantarse y demostrar que seguimos siendo el futuro.

Le pregunté a Cecilia Rouse, presidenta del Consejo de Asesores Económicos de Biden, dónde están nuestras vulnerabilidades. Me respondió que son nuestros bienes públicos, la degradación de nuestra vida común.

“El modelo de los últimos 40 años ha consistido en depender del sector privado para llevar la carga, pero ese sector no es el más adecuado para suministrar ciertos bienes públicos como la capacitación de la mano de obra y la inversión en infraestructura”, me explicó. “Estos son rubros en los que hay un fallo del mercado, lo que implica que el gobierno debe intervenir”.

Brian Deese, director del Consejo Económico Nacional de Biden, dijo que la bidenomía consta de tres vertientes clave: un esfuerzo para distribuir dinero a los que están en el extremo inferior de la escala de ingresos, un esfuerzo para utilizar el cambio climático como una oportunidad para reinventar nuestros sistemas de energía y transporte y un esfuerzo para repetir la audacia del lanzamiento a la luna mediante la inversión a gran escala en investigación y desarrollo.

Algunos dicen que esto se asemeja al Nuevo Acuerdo. Yo diría que se trata de una versión actualizada, y descomunal, del “sistema estadounidense”, las inversiones en educación e infraestructura del siglo XIX inspiradas por Alexander Hamilton, defendidas por Henry Clay y luego promovidas por los primeros republicanos como Abraham Lincoln. Aquel era un proyecto abiertamente nacionalista, realizado por un país joven, que se valía de un gobierno enérgico para asegurar dos grandes metas: el dinamismo económico y la unidad nacional.

La bidenomía es una apuesta masiva para promover el dinamismo económico. No se trata solo del gasto en investigación y desarrollo y las energías verdes; también incluye la inversión masiva en la niñez y el capital humano.

Si, como se espera, el Plan de la Familia Estadounidense de Biden incluye la educación preescolar universal y la universidad comunitaria gratuita, eso significaría cuatro años más de escolarización gratuita para millones de jóvenes estadounidenses. Como me dijo Rahm Emanuel, ¿cuándo fue la última vez que conseguimos algo así de grande?

También es una agenda unificadora. Durante las últimas décadas, la economía ha canalizado el dinero hacia personas con un alto nivel de estudios que viven en grandes áreas metropolitanas. Eso ha creado una ruinosa brecha de clases que divide al país y alimenta la polarización. Las medidas de Biden canalizarían el dinero hacia los dos tercios de los estadounidenses que no tienen una licenciatura, que trabajan en cuadrillas de carreteras, en plantas de manufactura, que cuidan de los ancianos y que, de manera desproporcionada, están desempleados.

Me parece interesante que los demócratas, el partido de la clase educada en las zonas metropolitanas, promuevan políticas que enviarían cientos de miles de millones de dólares a, bueno, los votantes de Trump.

Como el plan de Biden le debe más a Hamilton que al socialismo, no solo les encanta a los progresistas, sino también a los moderados. Jim Kessler, vicepresidente ejecutivo de Third Way, un grupo demócrata moderado, me envió un correo electrónico esta semana con el asunto “Por qué los moderados aman el plan de empleo de Biden”.

¿Es un riesgo? Sí, y uno grande. Si su memoria histórica se remonta solo a 2009, entonces pensarán que no hay riesgo en ir a lo grande con el gasto y la deuda. Pero la historia está repleta de cadáveres de naciones e imperios que decayeron en parte porque se endeudaron demasiado: la España imperial, Francia en el siglo XVIII, China en el XIX.

El plan de Biden nos haría inyectar dinero en algunos de nuestros sectores menos eficientes. Como señaló hace poco Fareed Zakaria, los proyectos estadounidenses de infraestructura suelen costar varias veces más que los europeos. Expandir apenas 3 kilómetros de nuevas vías y tres estaciones a la red de metro de Nueva York acabó costando 4500 millones de dólares.

Se puede invertir mucho dinero en la infraestructura estadounidense y recuperar relativamente poco.

Sin embargo, llevamos veinte años de crecimiento anémico y un largo periodo de lento crecimiento de la productividad. Esas tendencias actuales no pueden continuar. Se trata de riesgos necesarios y posibles de asumir si no queremos que Estados Unidos entre dócil en esa buena noche. Fíjense en las ciudades, como Fresno, California, y Greenville, Carolina del Sur, que han resurgido en los últimos años. ¿Qué han hecho? Invirtieron en infraestructura y universidades comunitarias. El plan de Biden es lo que ya ha funcionado en el ámbito local, solo que a una escala gigantesca.

A veces hay que arriesgarse para salir adelante. Los chinos están convencidos de que son dueños del futuro. Vale la pena arriesgarse para demostrar que están equivocados.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company