Copa Libertadores. El campeón Flamengo sufrió por el coronavirus y un partido casi suspendido, y al final logró un valioso triunfo

Un partido de Copa Libertadores que a cuatro horas del comienzo no tiene el estadio habilitado por cuestiones sanitarias. Un gobierno que garantiza la activación de los protocolos y asegura que el encuentro debe disputarse. Un equipo con siete futbolistas contagiados y otros dos positivos en su delegación, incluido el médico. Cuatro jugadores que recorren medio territorio de Brasil en el aire y quedan varados en Manaus por falta de documentos. Y una alerta por cenizas volcánicas.

Podría ser un cuento inédito de Fontanarrosa, pero ocurrió este martes, en una de las ciudades más castigadas por la pandemia del coronavirus: Guayaquil, donde por la tarde jugaron (sí, jugaron) Barcelona de Ecuador frente a Flamengo. El equipo carioca se recuperó de la paliza sufrida el jueves pasado ante Independiente del Valle -perdió por 5-0, en la peor caída copera de su historia- y se impuso por 2 a 1.

Pero cuatro horas antes del comienzo, el estadio Monumental había sido inhabilitado por el gobierno municipal. Siete jugadores de Flamengo habían dado positivo en las pruebas PCR (Bruno Henrique, Mauricio Isla, Diego, Filipe Luis, Michael, Mateuzinho y Vitinho, el último en confirmarse), además de Juan, integrante del departamento de fútbol y del médico del plantel, Marcio Tannure.

Antes del mediodía, el hotel de Flamengo en Guayaquil se transformó en una base de operaciones. Hasta allí llegaron integrantes del Comité de Operaciones (COE) de la ciudad y del país. Ambos distritos son gobernados por fuerzas políticas distintas, por lo que también tienen criterios dispares sobre el manejo de la enfermedad. En paralelo, cuatro futbolistas de Flamengo (Natan, Guilherme Bala, Rodrigo Muñiz y Joao Lucas) despegaban desde el corazón del Amazonas rumbo a Guayaquil para reforzar a un equipo que tenía sólo 17 jugadores aptos. Su travesía había empezado el lunes, cuando salieron de Río de Janeiro rumbo a Goiania, con escala en Brasilia. El club, con la ayuda de la empresa de logística Off Side, había fletado un avión para que los cuatro deportistas pudieran reemplazar a sus compañeros enfermos.

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El avión aterrizó en Manaus el lunes a la noche para una parada técnica. Repostaje de combustible y poco más. Terminó quedándose 12 horas en tierra y los jugadores debieron pasar la noche en el hotel. La aeronave no tenía el permiso oficial para volar por territorio peruano para llegar a destino. El documento se demoró más de la cuenta y los cuatro jugadores recién pudieron embarcar cerca del mediodía de hoy, cuando el lobby del hotel flamenguista explotaba de cámaras, micrófonos y barbijos. Los cuatro viajeros no lo sabían, pero el partido para el que viajaban corría el riesgo de ser suspendido.

Pasado el mediodía, en el búnker de Flamengo las cosas estaban claras. El club carioca, último campeón de la Copa Libertadores, quería jugar, pese a los siete positivos y a la goleada sufrida la semana pasada contra Independiente del Valle. Las autoridades sanitarias nacionales remitieron al protocolo de Conmebol, aprobado por el gobierno ecuatoriano, que prevé situaciones como la que atravesaba el conjunto brasileño: jugar con los futbolistas que hubieran dado negativo y aislar a los positivos. Los responsables sanitarios de Guayaquil, en cambio, ya habían tomado una decisión: inhabilitar el estadio Monumental "para encuentros deportivos de cualquier índole". A cuatro horas del partido, no había cancha.

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Los sesenta minutos que siguieron al comunicado del COE de Guayaquil involucraron todo tipo de versiones. Hasta que la propia intendenta de la ciudad ecuatoriana, Cynthia Viteri, escribió en Twitter que el estadio no estaba inhabilitado, y que estaban a la espera de una comunicación con el ministerio de Salud. Más tarde, la propia alcaldía confirmó que el partido se jugaba con todos los protocolos sanitarios. Nadie miró el pronóstico ni lo que decían los satélites: el volcán Sangay emanaba cenizas y ya habían disparado las alertas. El grupo de los cuatro brasileños llegó, se cambió y fue al banco de suplentes. "Nada va a superar esto", se escuchó en el vestuario flamenguista. La odisea había llegado a su fin.