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La COP25 cerró con tarea para el hogar

MADRID.- Imaginemos un gran salón ocupado por 194 personas de distintas nacionalidades, etnias, culturas, religiones, filosofías, edades -entre otras diferencias-, cuya tarea es "ponerse de acuerdo sobre qué almorzarán al mediodía".

La consigna, además, incluye las siguientes pautas: (1) solo pueden elegir un almuerzo en común para todos (léase: un solo acuerdo); (2) el mismo debe satisfacer todas las demandas y necesidades (hay carnívoros, vegetarianos, veganos, celíacos, intolerantes a lactosa, frugívoros, quisquillosos, indiferentes, famélicos, etc.); (3) ¿Quién paga la comida? ¿Los que poseen más recursos? ¿Los más pobres? ¿Los altruistas? ¿Todos? ¿Existen beneficios y/o incentivos por pagarla? ¿La solidaridad es un activo o puede jugar en contra?; (4) poseen 90 minutos para tomar una decisión, ya que la prensa y la comunidad global están esperando el resultado.

Bueno, para ponerlos en contexto, en las Conferencias de las Partes -alias COP- sucede algo similar, pero con una sutil diferencia: los representantes de casi todos los países del mundo se juntan a decidir cómo nos organizaremos para mitigar y amortiguar los efectos de la mayor crisis planetaria de nuestra historia, no para determinar si almorzaremos frutas, verduras o carne al horno con papas.

"Es por eso que se reúnen desde hace 25 años y, de todas maneras, las emisiones no bajan", reflexionó Enrique Maurtua Konstantinidis, experto en Cambio Climático de FARN.

Considerando que, gracias a nuestras acciones, estamos ante la extinción de especies más numerosa de los últimos 60 millones de años; la temperatura promedio de la tierra está aumentando; el océano se está plastificando, y la matriz socioeconómica actual no está lista para solucionar estas cuestiones, ¿con qué lupa debemos analizar la COP? ¿Acaso no quedó demostrado, una y mil veces, que hay tantas lupas como vacas?

"No estamos ni cerca de hacer lo suficiente", expresó Hoesung Lee, presidente del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, en el discurso de apertura de la cumbre. Y la pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a sacrificar para hacerlo?

Durante dos semanas, bajo el lema "Es tiempo de actuar", escuché a ministros, funcionarios, delegados y personalidades llenar las salas de promesas y hermosas palabras. Sin embargo, ¿por qué cuesta tanto llevarlas a la práctica?

La crisis climática y ecológica no solo demanda reducir, reutilizar y reciclar, sino cambiar el paradigma entero. ¿Estamos preparados para ello? ¿Qué pensamos al respecto? ¿Somos apocalípticos? ¿O equilibrados? ¿La ciencia es una creencia? ¿O algo fáctico? ¿Estamos dispuestos a realizar un esfuerzo y ceder ciertos hábitos de consumo? ¿O apostamos todo a las nuevas tecnologías y los emprendedores socioambientales? ¿Necesitamos un reemplazo "ecológico" para cada producto/servicio? ¿O podemos suprimir algo? Cuando otras especies se extinguen, ¿sentimos algo?

Si países como China y Estados Unidos no se comprometen a mitigar sus emisiones de gases de efecto invernadero -poseen más del 40% de la responsabilidad entre ambos-, ¿podemos hacer algo? Si el Acuerdo de París ya es retrógrado, ¿cómo hacemos para actualizarlo? Si el problema es tan grande y obvio, ¿cómo lo solucionamos? Si la comunidad científica, la juventud y la sociedad civil exige una cosa, ¿por qué muchos gobiernos hacen otra? ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que "nosotros" somos "ellos", "ellos" son "nosotros", y ambos compartimos la misma casa?

A pesar de que la COP25 de Madrid concluyó con anuncios importantes -como el Pacto Verde de la Unión Europea, la Coalición de Ministerios de Finanzas, algunos aumentos en la ambición climática, inversiones por 300.000 millones de euros anuales, o el Plan de Acción de Género-, las negociaciones no estuvieron a la altura de las circunstancias. Algunas potencias se preocuparon más en estorbar que en avanzar; no se llegó a un acuerdo en el mercado de carbono (tampoco en el tema de financiamiento); el documento final no exige presentar planes de reducción de emisiones más ambiciosos, entre otras falencias.

No obstante, hay esperanza:

1.¿Y si cambiamos la frase "crisis climática" por "oportunidad climática"? Toda crisis conlleva una revolución; ¡tenemos la oportunidad de reinventarnos!

2.La juventud se llevó el Oscar al mejor actor. A través de eventos, conferencias, actividades, movilizaciones, manifiestos, alianzas y redes sociales, miles de jóvenes marcamos la nueva tendencia, "construir un mundo justo y sostenible", la cual llegó para quedarse.

3.La comunidad global está despierta.

4.Los medios de comunicación masiva incorporaron, definitivamente, el desarrollo sostenible en su agenda.

Ahora bien, una vez más, la conclusión deja en evidencia que el pensamiento debe ser global, pero la acción local. Por lo tanto, cada individuo, pueblo, municipio, ciudad, provincia, país y continente se lleva una simple tarea para la casa: es tiempo de actuar y no hay forma de zafar.

El autor es fundador de Eco House y miembro fundador de la Alianza por el Clima