Conquistadores emergentes en el programa contemporáneo del Festival Internacional de Ballet de Miami

Todo lo que podemos esperar del talento joven en la danza se pudo ver y sentir dentro del paisaje vívido y variado del programa contemporáneo del Festival Internacional de Ballet de Miami (IBFM). Con entusiasmo y hasta osadía, frescura pero también una gran fuerza natural, como las flores que se abren al medio ambiente para entregar su primer color y perfume, Rambert School Company y Arles Youth Ballet se destacaron sin deslucir a los otros artistas.

Aquí comentamos los programas de agosto 2 y 3, respectivamente en el Lehman Theater de Miami-Dade College North y el Moss Center.

El Cuban Classical Ballet of Miami (CCBM), bajo la dirección artística de Eriberto Jiménez, ofreció una buena oportunidad para apreciar la efervescencia creativa de Rafael Ruiz del Vizo. Este joven se ha visto en los elencos de varias compañías locales, y ha encajado con las tendencias del performance art en su propia obra para el Pérez Art Museum. Ahora se entrega a lo clásico para protagonizar al lado de Eleni Gialas, acompañados por cuatro bailarinas, su “Cosmic Fairy Tale” (“Cuento de Hadas Cósmico”).

Eleni Gialas y Rafael Ruiz, del Cuban Classical Ballet of Miami (CCBM) en “Cosmic Fairy Tale”.
Eleni Gialas y Rafael Ruiz, del Cuban Classical Ballet of Miami (CCBM) en “Cosmic Fairy Tale”.

Cada espectador sigue el hilo de las escenas, guiado por la guitarra de Estas Tonne en grabación, hasta imaginarse los detalles de esta fantasía. Hay un encuentro de una pareja, y su éxtasis se verá sacudido por inquietudes, sobre todo a la entrada—como si fuera de otra dimensión—de unas féminas de fábula. Todos visten de negro, pero ellas llevan una cola de vuelos, recordando a aquellas mujeres-aves en ciertos ballets de abolengo. Esa bandada, dando vueltas y tomando poses que muestran poderío, atrae a la bailarina principal. Un artificio misterioso parece desprenderla de su afán amoroso por el hombre. Así adquiere una nueva identidad, sin darle la espalda del todo a la energía varonil que le ofrece Ruiz, quien por momentos se exhibe al centro, su torso denudo bajo un foco, hasta extenuarse.

La Compañía Nacional de Danza Contemporánea de la República Dominicana trajo “Amasijo”, un solo interpretado por su creadora, Dayme Del Toro, y “1000 Pasos”, también de ella, pero para Wileydis Contreras y Jonás Alberto Padilla. En un programa que virtió exuberancia, bienvenidos fueron estos artistas por el vigor concentrado y la estructura económica de sus movimientos.

Wileydi Contreras y Jonas Padilla, de la Compañía de Danza Contemporánea de República Dominicana, en “1000 Pasos”.
Wileydi Contreras y Jonas Padilla, de la Compañía de Danza Contemporánea de República Dominicana, en “1000 Pasos”.

La flexible Del Toro, pasando de un cono de luz al otro, como en búsqueda de sí misma y un sitio acogedor, hizo de todo su cuerpo un discurso de petición y protestas, a la música del islandés Ólafur Arnalds. En la otra pieza, Contreras y Padilla salieron hacia una exploración mutua—desde una mirada fija hasta sus enganches forzudos. En cada instante hicieron cuenta del valor emocional de su contacto.

Por su parte, Ballet Inc. se ha dedicado a liberar la danza de cualquier barrera de género, raza, o tipo físico. Y la preocupación por la vulnerabilidad de la condición humana se reflejó en sus obras. “When I Am Alone”, que es un solo femenino un poco destartalado, y dos otras mejor concebidas, todas creaciones de Lamar Atkins, también director artístico de la agrupación.

Chloe Slade y Lamar Atkins, de Ballet Inc. en “Here/Now”.
Chloe Slade y Lamar Atkins, de Ballet Inc. en “Here/Now”.

Con su mínimo vestido de satín rojo, la rubia de pelo largo y tacones altos (Shannon McCall) de “Showgirl” anda de un lado del proscenio hasta el centro, y pide que el telón se suba, esmerándose por ser estrella. Así llega a instalarse iluminada en el escenario, pero este no resulta ser el sitio privilegiado que esperaba. Pronto larga los tacones y tiene que someterse a la manipulación de un Svengali (Atkins). La rosa del éxito anticipado que se le pone entre los labios parece un bozal de espinas. Al final se rinde a bailar en un abrazo sospechoso de su acompañante. Esta crítica del glamour falso de ciertos espectáculos se impulsa por la música de la banda electropop canadiense Men I Trust.

Atkins nos lleva a un espacio más ameno en “Here/Now”, primero con una dulce versión instrumental de “Maybe”, canción de Ray Lindsey del musical “Annie”, y después con “Claire de lune” de Debussy. La pareja de aquí—el corpulento Atkins hace de su volumen un instrumento ágil y la pequeña Chloe Slade le saca contrastes bien puntuados—explora espacios donde mejor relacionarse. Cada vez que Atkins hala la cubierta del piso, arrastrando a Slade, se revela una nueva zona de baile después de un blackout. Pero sólo parecen encontrar su ámbito de plenitud mirando hacia el cielo.

Los tres muchachos que representaron a Rambert School Company (Robert Kwaku Dunkley, Samuel Shterenlikht y Ciar Wild) llevan por alto el nombre de esta organización que nació asociada con la compañía que le dio vida al ballet clásico en Inglaterra, donde Marie Rambert—directora y educadora polaca, veterana de los Ballets Russes de Diaghilev—lo importó del continente europeo a principios del siglo pasado.

Robert Kwaku Dunkley, Ciar Wild y Sam Shterenlikht, de Rambert School Company, en “Be No End To”.
Robert Kwaku Dunkley, Ciar Wild y Sam Shterenlikht, de Rambert School Company, en “Be No End To”.

Estos bailarines encarnan con azogue en la sangre una pieza de nombre curioso: “Be No End To” (Que No Sea el Final De). La coreografía de Jason Mabana, entrenado en esta escuela y ahora un maestro y creador de alcance internacional, se desarrolla en segmentos, unidos por varias selecciones de la música punzante de Ezio Bosso—muy popular en la danza contemporánea europea—pero divididos entre la primera y la segunda parte del programa. Los despliegues físicos, se sugiere, pudieran perpetuarse hasta la eternidad de un plano etéreo.

En la primera parte los hombres compiten o conspiran en un constante intercambio de energía. Sus movimientos se desbordan desde los hombros, por el torso, y alcanzan los pies que se deslizan. Los brazos, las manos, y hasta los dedos no dejan de disparar gestos como tiros ciertos y contundentes al blanco de las emociones.

En la segunda parte se permiten sentimientos más suaves. La fluidez de un dueto muestra ternura aunque no desaparece del todo el staccato de algún desconcierto. La entrada del tercer hombre complica las alianzas. ¿Habrá rechazo o se acoplarán los tres de forma duradera? Se mecen—se estremecen— cuando el conjunto atraviesa un mar de pasiones masculinas. Pero al fin se acomodan dándole frente al horizonte, enlazados como en las danzas griegas y en la camaradería de los antiguos marineros.

Queda solo otra etapa donde sus cuerpos sueltan los deseos complicados y se dan a la inmensidad del espíritu. Los aliados se separan y marchan hacia la orilla del escenario—al borde del mundo, pensamos. En línea y sin camisa se lanzan al suelo en pose meditativa, y lo que los mueve de la música son los ecos de una plegaria. En un momento cambian de puesto, como si los tres ya fueran uno, y entonces retroceden hacia el fondo sin que aquella oscuridad disminuya la luz con que nos han dejado.

Todos los participantes en el programa contemporáneo del festival reciben la ovación del público del Moss Center al finalizar una de las funciones.
Todos los participantes en el programa contemporáneo del festival reciben la ovación del público del Moss Center al finalizar una de las funciones.

Si el Rambert impuso un tono sobrio, Arles Youth Ballet hizo estallar la alegría. Imagínense los colores y el centelleo de los fuegos artificiales en las obras que trajo este numeroso equipo de Francia con su anhelo juvenil por lucir, con gracia actual, todas las prendas del ballet neoclásico.

En el Lehman, “Simple R” barrió como una brisa refrescante. La coreógrafa Katarzyna Kozieska le dio toques caprichosos al ballet tradicional haciendo un juego de la agilidad del grupo. En el Moss, “Gaia”, una obra de Ricardo Amarante, agitó la escena con conjuntos dramáticos e inagotables. En ambas noches “Embrasse-moi” (Bésame) de Xenia Wiest resultó ser un cierre risueño.

Aquí, un chico tristón (Billie Holiday canta “In My Solitude”), se topa—gracias a la ayuda de sus traviesos compañeros en una danza instigada por el jazz y la música pop—con el beso de un nuevo amor. Fue un descubrimiento divertido.

Y lo mismo se puede decir de todo este elenco de conquistadores emergentes.

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