Confesiones desde Alcatraz: ex reclusos y carceleros hablan con franqueza

Greg Keraghosian
Colaborador asociado de viajes

En torno a la solitaria isla de Alcatraz y su prisión circulan muchos mitos y leyendas, pero conocer a los verdaderos protagonistas, los reclusos y guardias, puede ser la experiencia más surrealista de todas.

Nota: Ko Im contribuyó con este video.

Esta semana, los ex reclusos y guardias octogenarios estaban allí otra vez, dentro de esas mismas paredes vetustas que aún resultan imponentes, charlando amigablemente entre sí como si fueran viejos amigos. Cuando les pregunté si las películas y leyendas que intentan retratar a Alcatraz son fieles a los hechos, me dieron sus propios veredictos.

“Las películas no siempre fueron amigables con nosotros”, dijo Jim Albright, un ex carcelero de Alcatraz quien sacó al último prisionero de la isla el 21 de marzo de 1963. “Contaban cosas que eran falsas”.

“Fue exactamente así”, señaló Robert Luke, un recluso de Alcatraz durante la década de 1950, quien estaba de pie junto a Albright durante la reunión que TripAdvisor organizó en el comedor de Alcatraz, el punto de referencia más popular en Estados Unidos este año. “Las películas se hacen para ganar dinero, no para decir la verdad. Especialmente si se trata de Alcatraz”.

Aquí están algunos hechos reales de cómo era la vida en la prisión estadounidense más notoria de todos los tiempos, contados directamente por quienes los vivieron:

Los reclusos de Alcatraz tenían una celda para cada uno. (Foto: Greg Keraghosian)

Alcatraz era bastante lujosa para ser una prisión: A diferencia de otros centros penitenciarios federales, Alcatraz albergó prisioneros en celdas individuales, aunque esto se debió, en parte, a que algunos de ellos eran de los más violentos de la época. A pesar de su reputación, los prisioneros querían ser trasladados a aquí.

“Antes de venir aquí, las palabras quedaban cortas para describir a Alcatraz”, dijo Luke, un recluso encarcelado por robo a mano armada, que llegó a este centro después de intentar escapar de la prisión federal de Leavenworth en 1954. “Sabía que podías tener tu propio teléfono móvil, que la comida era buena y que podías tener privilegios en el patio durante el fin de semana. También había una gran biblioteca y yo soy un buen lector. Además, solo había que trabajar una vez por semana. Por tanto, ¿qué más puedes pedir si tan solo tienes que dejar pasar el tiempo?”.

Albright comentó sobre los privilegios de la encarcelación en celdas independientes: “Muchos de los reclusos no querían salir de aquí. Lloraron cuando la cerraron”.

El ex recluso William Baker hablando sobre el tratamiento que les daban a los reclusos violentos: “Si tú eres malo y yo soy malo, y los dos lo sabemos, no vamos a meternos el uno con el otro”. (Foto: Greg Keraghosian)

Muchos reclusos no temían por su seguridad: aunque había algunos reclusos especialmente peligrosos, como Robert “Birdman” Stroud, quien estuvo en confinamiento solitario de forma permanente, tanto Luke como William Baker, otro ex recluso, dijeron que nunca fueron acosados por otros convictos y que les preocupaba más el aburrimiento de la rutina diaria que ser atacados.

“Este era un lugar malo pero podíamos manejarlo, y lo hicimos”, dijo Baker, encarcelado por falsificar cheques de nóminas. “Hubo algunos chicos malos. Pero a nosotros no se nos iba la lengua como a los gánsteres de Hollywood, sino que poníamos el pecho. Si eres un chico malo de verdad, no tienes que hacer ese tipo de cosas”.

“La mayoría de las personas respetaban a los demás. Si tú eres malo y yo soy malo, y los dos lo sabemos, no vamos a meternos uno con el otro. Ambos tenemos una bomba atómica, no vamos a tirarla”.

Si se desataba una pelea, a veces los reclusos ayudaban a los guardias: Pat Mahoney, quien trabajó en Alcatraz durante siete años, comentó con orgullo que trataba bien a los reclusos, incluso los representaba con éxito en los juicios. Recordó un incidente aterrador: cuando estalló una pelea de tijeras en la sastrería y no contaba con guardias que lo ayudaran.

“De repente se desató un infierno, un prisionero tomó unas tijeras grandes y se lanzó contra otro convicto, le atravesó el pecho y las tijeras salieron por la espalda”, dijo Mahoney. “Luché con él para intentar quitarle las tijeras. Mi pandilla de reclusos acudió en mi ayuda, fue algo muy inusual. El que estaba apuñalando, terminó apuñalado en la muñeca y casi pierde la mano”.

En el pasado estuvieron en diferentes bandos en Alcatraz, ahora son amigos: Jim Albright (izquierda) un guardia jubilado que llegó a la isla en 1959, meses después de que el recluso Robert Lucas fuera liberado.

Por lo general, los guardias se llevaban bien con los internos: las películas sobre las prisiones están llenas de conflictos entre los guardias abusivos y los que hacen la vista gorda, pero los ex reclusos dijeron que eso no era algo habitual en Alcatraz. Excepto por la “Batalla de Alcatraz”, un intento de fuga en el que 18 guardias salieron heridos.

Las leyendas sobre la prisión también dicen que los reclusos solo eran llamados por sus números, pero Luke explico que se dirigían a ellos por sus nombres.

“Respetábamos bastante a los guardias”, dijo Luke, quien en la cárcel de la marina aprendió por las malas a no luchar contra los guardias porque nunca se gana. “Si cumplías tu condena y no causabas ningún problema, ellos no te molestaban. Yo estuve en seis cárceles durante once años y nunca vi que un guardia abusara de un recluso sin motivos”.

También podemos olvidar las historias sobre los guardias que registraban las celdas de los reclusos buscando algo de contrabando. Luke comentó que a los guardias les decían que debían dejar todo como lo habían encontrado antes de la búsqueda, y ellos obedecían.

Pat Mahoney fue guardia de Alcatraz durante algunos de los intentos de fuga más famosos. (Foto: Greg Keraghosian)

Pero eso no significa que los reclusos eran fáciles de manejar: Mahoney contó la historia de su primer día en Alcatraz, cuando tuvo que preparar para un juicio a un prisionero en confinamiento solitario. Recuerda que todos los oficiales se mantuvieron a una distancia precavida detrás de él.

“Abrieron la puerta y recibí un golpe en la cara”, dijo. “Había excremento por todos lados, incluso en las paredes. Retrocedí y me concentré en mi respiración. Lo sacamos de su celda, lo metimos bajo la ducha y lo lavamos para el juicio. Sacamos a otros dos reclusos de sus celdas para que limpiaran aquello”.

“Lo que el recluso quería era que certificaran que era un psicótico, para poder ir a Springfield, en Missouri y, probablemente escapar de allí. No le funcionó, pero al menos hizo lo que pudo”.

El agua que rodea a Alcatraz es preciosa pero mortal para los reclusos que intentaron escapar. (Foto: Greg Keraghosian)

Los tiburones no mataron a los convictos que se fugaron, fue el frío: hay grandes tiburones blancos que habitan en el Océano Pacífico, frente a la costa de San Francisco. Sin embargo, en la bahía alrededor de Alcatraz no hay tiburones peligrosos. Pero para un nadador inexperto, el agua por debajo de 10 grados era demasiado fría como para sobrevivir hasta llegar a tierra firme.

Mahoney sacó del agua al último convicto fugado de la historia de Alcatraz, John Paul Scott, en diciembre de 1962. Lo salvó justo a tiempo, antes de que Scott muriera de hipotermia. Cuando dieron con Scott estaba mojado, rendido en una orilla rocosa cerca de Fort Point, bajo el puente Golden Gate. Su compañero de fuga, Darl Parker, fue encontrado en un afloramiento de roca cerca de la isla.

“Estaba totalmente desnudo, su temperatura había descendido a unos 29 grados y estaba a punto de colapsar y morir”, dijo Mahoney al referirse a Scott. “Cuando los médicos supieron que era un convicto de Alcatraz en seguida hicieron todos sus esfuerzos por traerlo de vuelta a la vida. Comenzaron a subir su temperatura lentamente. Sobre las tres de la madrugada lo pusieron en una camilla en el barco. Scott me miró y dijo “Señor Mahoney ¿por qué me recogió?”, yo le respondí que lo estábamos buscando. Finalmente volvió con nosotros”.

Baker, un criminal con un largo historial que era conocido por sus intentos de fuga en otras prisiones, nunca trató de escapar de Alcatraz.

“Pensé muchas veces en fugarme”, dijo. “Conocía los riesgos que implicaba fugarse pues ya lo había hecho en el pasado, pero no era un suicida. Yo tenía 23 años y ya había desperdiciado tres años de mi vida cuando llegué aquí, pero no pude encontrar la manera de vencer el agua. El agua mata porque es muy fría. No importa la marea o las corrientes ni nada de eso”.

Una infame celda de aislamiento en el Bloque D. (Foto: Wally Gobetz/Flickr)

El confinamiento solitario en el infame ‘Bloque D’ era horrible: a Luke, quien tuvo un temperamento perverso durante gran parte de su vida, no le gustó su primer trabajo en Alcatraz. Así que decidió mostrarlo destrozando su celda y quemando toda su ropa. Eso le reportó casi un mes en confinamiento solitario, pero acabó por pasar cuatro meses de su sentencia allí, sin luz ni sonido. Esa soledad se ve reflejada en el título del libro que publicó en 2011: Entombed in Alcatraz.

“El capitán dijo: ‘Tú quemaste tu ropa, no necesitas nada más aquí abajo’”, recordó Luke, “Así que me encerraron en una celda de acero, 7 x 7, sin luces ni cama por lo que tenía que acostarme en el suelo frío…Cada día me daban pan y agua y una comida cada tres días”.

Algunos reclusos se reformaron en Alcatraz, pero ese nunca fue el propósito: reclusos y guardias dijeron que la rehabilitación no estaba en el orden del día y, cuando Alcatraz cerró, la mayoría simplemente fueron confinados en otro lugar.

Baker fue uno de ellos, y su carrera criminal continuó mucho después de que Alcatraz cerrara. Estuvo entrando y saliendo de la prisión hasta el 2011 y solo ahora, a sus 80 años, se ha reformado realmente después de que publicara el libro: Alcatraz-1259.

“Éramos criminales cuando vinimos aquí y fuimos criminales cuando salimos”, dijo Baker. “Este lugar no tenía nada que ver con la civilización. No teníamos escuelas ni consejeros. Ellos decían que si tenías un problema, fueras a ver al predicador. Cuando salí me convertí en un falsificador de nóminas. Aquí me hicieron un criminal mejor”.

Luke, un criminal con un largo historial, encarcelado por robo a mano armada, encontró la paz cuando se aproximaba el final de su condena en Alcatraz. (Foto: Greg Keraghosian)

Luke se convirtió en una excepción de la regla. Enojado durante toda su vida, con una carrera criminal que empezó a los 15 años, alcanzó una epifanía improbable durante los 10 últimos meses de su sentencia en Alcatraz, antes de tener que pasar más tiempo en San Quintín.

“Un día, estaba sentado en el escalón superior, mirando por encima del muro hacia el puente mientras el viento soplaba del suroeste”, dijo Luke. “De repente, olía a hierba recién cortada. Tú lo has olido alguna vez, sabes de lo que hablo. Así que me pregunté: ¿qué estoy haciendo aquí, en este agujero de rata, cuando podría estar allá fuera oliendo la hierba recién cortada? ¿Por qué estoy aquí?”.

“Y empecé a recordar la primera vez que me metí en problemas, cuando tenía 15 años, entonces me percaté de que todo lo que había hecho había sido por elección propia. Nadie me obligó a hacerlo. Más rápido de lo que pensaba, todo el odio y la culpa que le había atribuido a los demás salieron de mí, solo supe que quería salir y permanecer fuera. Eso fue todo”.

Luke no tuvo que ser trasladado a San Quintín, fue uno de los seis convictos que al salir de Alcatraz quedaron en libertad. Encontró trabajo en San Francisco, se casó y retomó su vida mientras aprendía a controlar su temperamento.

Para los guardias y sus familias, este lugar era su casa. (Foto: Greg Keraghosian)

Los guardias vivían en Alcatraz con sus familias y a los niños les encantaba: Steve Mahoney, el hijo de Pat Mahoney, vivió los primeros seis años de su vida en Alcatraz. Albright tuvo dos hijas y en sus certificados de nacimiento se leía: “Lugar de nacimiento: Alcatraz”. Tanto los guardias como sus hijos pasaron gratos momentos en esta isla.

“Para los niños pequeños, este era un lugar increíble donde jugar y entretenerse con muchísimas actividades”, dijo Steve Mahoney. “Las personas nos preguntaban ‘¿Te sientes seguro?’ Por aquí nadie se sintió inseguro ni cerró sus puertas con llave. Uno no mantenía mucha interacción con los reclusos. Podías tener pequeños intercambios, alguien podía saludarte, pero ellos no debían hablar con nosotros”.