La comunidad de Martha’s Vineyard le muestra a DeSantis cómo tratar a los inmigrantes | Opinión

Este es el admirable pueblo de Estados Unidos que sé que existe: el que es humano y que muchos de nosotros amamos con todo nuestro corazón.

Un año después de que el gobernador Ron DeSantis arrancara a dos grupos de migrantes de Texas y —usando el dinero de los contribuyentes de la Florida— los llevara en avión a Martha’s Vineyard prometiendo falsedades, su malvado plan de arrojarlos a los liberales sin ninguna ayuda ha sido, una vez más, contrarrestado por extraordinaria amabilidad.

Las fuerzas del bien se anotan otra victoria. A esos migrantes, mujeres, dos niños y hombres jóvenes sin recursos, no los dejarían perdidos y desconcertados.

Los voluntarios de la isla que alimentaron, acogieron y ayudaron a reubicar a los 49 migrantes —la mayoría venezolanos— los trajeron de vuelta a Martha’s Vineyard el pasado fin de semana, esta vez, para celebrarlos.

Invitaron a todos y cada uno de los migrantes, ahora dispersos por el país y empezando vidas nuevas, a volver a St. Andrew’s Church el 9 de septiembre, para una alegre reunión conmemorando el primer aniversario del día que llegaron al famoso pueblo isleño.

Fue un gesto motivado por el deseo de hacer el bien, y para que volvieran a sentirse bienvenidos en el contexto de una epidemia nacional de odio contra los migrantes. No pudieron acudir todos, pero los 36 que sí se apartaron de sus trabajos y obligaciones lo hicieron mostraron alegría y gratitud a sus anfitriones y benefactores.

¿No es hermoso?

La generosa comunidad de Martha’s Vineyard recaudó dinero para acoger de nuevo a estos solicitantes de asilo con casos aún pendientes, invitándoles a traer invitados, y les pagaron el viaje, la estancia y actividades, incluidas reuniones grupales y viajes a la playa.

Las fotos en blanco y negro y el reportaje de The Vineyard Gazette muestran una fiesta emotiva.

Marcar la diferencia

Las sonrisas y abrazos de los refugiados son un antídoto contra la retórica antiinmigrante que envenena a los estadounidenses. Representan el espíritu de Lady Liberty redimido y el carácter humano por el que se conocía a los estadounidenses. ¿Estará resurgiendo?

Ojalá así sea.

Tal vez la buena voluntad nunca desapareció en realidad, solo se apartó durante una elección presidencial equivocada y dos contiendas gubernamentales en la Florida, estado que alguna vez también fue un santuario.

Los voluntarios de Vineyard no tenían que hacer nada de esto. Ya habían marcado una gran diferencia en las vidas de estas personas cuando llegaron inicialmente.

DeSantis realizó este truco publicitario para posicionarse como el que más odia a los migrantes en la contienda del Partido Republicano por la Casa Blanca, poniendo en riesgo las audiencias de inmigración y los controles de ubicación estas personas. Podían haber faltado a sus citas y a sus fechas en los tribunales y haber acabado en problemas legales de los que no hay vuelta atrás.

Pero las almas de Vineyard —además de la indignación nacional generada por demócratas en torno a la crueldad de DeSantis— facilitaron abogados de inmigración, y se empezó a escribir otra historia. La caridad hacia el prójimo sustituyó al vilipendio de los republicanos hacia las personas que huían de circunstancias tan terribles que la mayoría de los estadounidenses no pueden imaginarlas.

La payasada política que hizo DeSantis, jactancioso padre de tres hijos, hizo —dejar a niños confundidos y a sus padres sin comida, sin agua ni refugio en una esquina de la calle— fue inhumano. Es de esperar que nunca llegue a presidente, ya que ha demostrado lo bajo que está dispuesto a caer por ambición personal.

La generosidad de espíritu de los residentes de Vineyard dejan al gobernador con una nueva dosis de huevazos en la cara, gracias a la feliz noticia del reencuentro.

Ciertamente, la isla de Massachusetts, patio de recreo de ricos y famosos, no se reencontró con los emigrantes para hacerse publicidad.

Mantuvieron sus planes en privado, permitiendo únicamente que un reportero local y un fotógrafo hicieran la crónica de los momentos de amistad, alegría y fraternidad. Y, como pidieron los anfitriones, el Gazette accedió a no publicar la historia hasta el martes, después de que los migrantes tuvieran la oportunidad de regresar a casa.

“Queríamos que fuera un momento sagrado”, dijo la organizadora Lisa Belcastro al Gazette.

Benditos sean los protectores, aunque dificulten mi trabajo de reportera.

Y Belcastro, coordinadora de un albergue para personas sin hogar, a quien los medios de derecha sacaron de contexto para demostrar que los liberales tampoco quieren migrantes, es excepcional.

Hace un año, lloró cuando explicó a los medios reunidos a su alrededor el “trauma” que habían sufrido los inmigrantes llegados por la frontera. “Algunos de ellos han pasado por cosas realmente horribles”, dijo, derrumbándose por un momento, para luego retomar su defensa.

“Paso a paso, amigos”, dijo.

Y aquí está ella, ofreciendo otro paso adelante, y todavía protegiéndolos.

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La comunidad se une

Solo me enteré de la celebración porque una lectora atenta, Helena Poleo, me envió el enlace a la historia.

“Esto es lo que pasa cuando una comunidad se une”, me escribió Poleo, nacida en Caracas. Es consultora política y profesional de los medios en Miami, ex periodista y activista de los derechos de los inmigrantes.

Sus palabras me llevaron de vuelta a los tiempos anteriores a Trump, cuando Miami era ese tipo de comunidad que se unía para ayudar a los inmigrantes.

Como cuando acudimos en manada en 1980 a la casa de una mujer de Coral Gables para vestir, alojar y alimentar a un grupo de adolescentes no acompañados que habían llegado en el éxodo del Mariel y que ella había acogido.

Cuando enviamos a nuestros mejores embajadores —la reina de la salsa Celia Cruz y el rey Willy Chirino— a los campos de refugiados de la base naval estadounidense de Guantánamo para levantar el ánimo de los refugiados cubanos que permanecieron allí durante meses.

Chirino no solo cantó, haciendo llorar a los balseros quemados por el sol, sino que abogó por su aceptación, liberación y transporte a Miami.

Martha’s Vineyard nos lo recuerda: Es inconcebible que demasiados miamenses no condenen a DeSantis por su crueldad con los migrantes venezolanos a los que usó y maltrató.

Deberíamos haber sido nosotros los que le hicieron una fiesta a los refugiados venezolanos.