La Comisión del Congreso sobre el 6 de enero cumplió su misión, pero no logró influir en la opinión pública | Opinión

Cuando la comisión de la Cámara de Representantes que investigó el ataque del 6 de enero de 2021 contra el Capitolio de Estados Unidos cerró la que probablemente sea su última audiencia con una votación para citar al ex presidente Donald Trump, su presidente, Bennie G. Thompson, demócrata de Mississippi, declaró: “Él debe rendir cuentas”.

Pero, ¿lo hará?

La comisión hizo un trabajo eficaz demostrando la centralidad del papel de Trump en el envío de una turba violenta de sus seguidores al Capitolio con la intención de anular una elección presidencial legítima.

Fue sorprendente lo premeditado de su plan para crear las condiciones para una insurrección, no solo en la orden de marcha que el presidente dio ese día para “luchar como el infierno”, sino también en la trama urdida antes de que se contara la primera boleta de las elecciones de 2020 para declarar preventivamente —y, resulta, falsamente— la victoria. Esa mentira fue el pecado original, no solo del 6 de enero, sino del socavamiento de la democracia del que han sido cómplices la mayoría de los candidatos republicanos a cargos clave este otoño.

Sin embargo, la primera evidencia demuestra que la investigación de la comisión, aunque importante, e incluso vital, para establecer la verdad, no parece haber importado, al menos no en el sentido de cristalizar la comprensión pública o cambiar la opinión de la gente.

En una encuesta publicada el pasado miércoles por el reputado instituto de sondeos de la Universidad de Monmouth, solo el 36% de los encuestados dijo que creía que Trump era “directamente responsable” de lo ocurrido el 6 de enero, lo que supone seis puntos menos que la respuesta que obtuvieron a esa pregunta poco después de que la comisión comenzara sus audiencias públicas en junio. Es solo un poco más que el 33% en la misma encuesta que dijo que cree que Trump no hizo nada malo.

Los demócratas están, sin duda, decepcionados porque las revelaciones de la comisión no están resultando el éxito político que esperaban, incluso después de que sus altísimas expectativas se vieran frustradas por la apagada reacción pública a la investigación del abogado especial Robert S. Mueller III sobre los esfuerzos rusos para interferir en las elecciones de 2016.

Pero al menos pueden animarse con la forma en que se ha desinflado una investigación por la que los republicanos estaban apostando: la del abogado especial John Durham, quien fue nombrado por el secretario de Justicia William P. Barr en 2019 para revisar la investigación del FBI sobre la campaña de Trump en 2016 y los orígenes de su investigación sobre Rusia. Trump había afirmado que el “crimen del siglo” había ocurrido dentro de las fuerzas del orden, y proclamó que Durham estaba “sacando cosas mucho más grandes de lo que nadie creía posible”.

Ahora, sin embargo, parece que no tanto. El martes, un jurado de Virginia absolvió a Igor Danchenko, un investigador privado que fue la fuente principal de un expediente de 2016 con acusaciones sobre los vínculos de Trump con Rusia, declarándolo inocente de mentir al FBI sobre dónde obtuvo su información. El caso supuso el segundo golpe a la investigación de Durham. El abogado especializado en ciberseguridad Michael Sussmann, que también fue acusado por el abogado especial de mentir al FBI, fue declarado inocente en mayo por un jurado federal.

Ya no vivimos en los años anteriores y durante el Watergate, cuando una investigación de alto perfil, justificada o no, podía influir en la opinión pública. La conclusión más fácil de sacar es que los estadounidenses están tan encerrados en sus opiniones políticas que es imposible cambiarlas.

Pero creo que el problema es más profundo que eso; y ha estado supurando desde mucho antes de la presidencia de Trump.

La gran mayoría de los estadounidenses cree que la democracia está en peligro, pero como señaló Nate Cohn, de The New York Times, al analizar la encuesta más reciente de su periódico, no la describen de una manera que “cuadre con la discusión en los principales medios y entre los expertos, con un enfoque en los republicanos, Donald J. Trump, la violencia política, la negación de las elecciones, el autoritarismo y así sucesivamente”. Creen que la amenaza a la democracia proviene de la corrupción, y su visión de que el gobierno ya no funciona para toda la gente.

El país ya no puede escandalizarse porque eso exigiría una base de idealismo sobre lo que puede esperarse de quienes dicen dirigirlo.

Investigaciones como la de la comisión de la Cámara de Representantes sobre el 6 de enero pueden seguir teniendo un enorme valor. Nada de esto nos quita la admiración que debemos tener por quienes buscan la verdad, especialmente los únicos dos republicanos en participar en la investigación, los congresistas Liz Cheney y Adam Kinzinger, quienes estuvieron dispuestos a sacrificar sus carreras políticas en esa búsqueda.

Es posible que los electores de hoy no exijan responsabilidades ni presten tanta atención. Pero la historia, aún podemos esperar, no mirará hacia otro lado.

Karen Tumulty es una columnista de The Washington Post que cubre la política nacional.

©The Washington Post.

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